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La cristalización del deseo en la institución escolar

Jul 29, 2025

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La institución escolar ha sido históricamente legitimada como el espacio privilegiado para la transmisión del conocimiento y la formación de sujetos autónomos. Sin embargo, múitiples perspectivas críticas -psicopedagógicas, sociológicas, filosóficas y clínicas- coinciden en señalar que la escuela, tal como está estructurada, opera de manera inversa a sus fines declarados: lejos de potenciar el deseo de saber, tiende a cristalizarlo, obturarlo.re

Desde la psicopedagogía se reconoce que el deseo constituye una condición fundante del proceso de aprendizaje. Lejos de ser una motivación exterior o contingente, el deseo es una fuerza pulsional que organiza la relación del sujeto con el saber. En palabras de Silvia Bleichmar, "no se aprende porque se desea, se desea porque se ha constituido un lugar para el saber en la economía psíquica del sujeto". Ese lugar, sin embargo, requiere condiciones institucionales que lo sostengan, lo habiliten y lo orienten simbólicamente. Cuando la escuela impone el saber como una carga, como una obligación despojada de sentido, ese deseo no se transforma: se reprime.

En lugar de habilitar el juego, el error, la exploración y la apropiación simbólica, la escuela tradicional prioriza la repetición, la evaluación estandarizada y la homogeneización. La figura del alumno se construye desde un imaginario pasivo, como recipiente vacío que debe ser llenado por contenidos predefinidos. Así, el aprendizaje se separa del deseo y se vuelve mera adaptación, y muchas veces, alienación.

Autores como Philippe Meirieu han advertido sobre los efectos de esta lógica: "La escuela debe domesticar el deseo, no aplastarlo; encauzarlo, no destruirlo". No obstante, lo que prevalece en las prácticas escolares es una forma de disciplinamiento del deseo en sentido foucaultiano: un control de los cuerpos y de las subjetividades, un entrenamiento que busca formar sujetos funcionales a un orden preexistente. Como señaló Michel Foucault, "la escuela es un lugar de encierro, una institución de vigilancia y normalización, que forma parte del complejo aparato de control social moderno".

El currículo escolar, lejos de ser neutro, refleja decisiones ideológicas que responden a los intereses de los sectores dominantes. Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron lo expresaron con contundencia: "la escuela legitima culturalmente los saberes de las clases dominantes, reproduciendo simbólicamente las desigualdades sociales". En este sentido, el empobrecimiento del deseo no es un efecto colateral, sino una función estructural del sistema educativo: frustrar el vínculo con el saber crítico es garantizar la obediencia, la indiferencia política y la perpetuación del status quo.

La historia, la literatura, la filosofía, la sociología —disciplinas que podrían interpelar profundamente al sujeto y habilitar lecturas emancipadoras del mundo— son presentadas de forma fragmentaria, descontextualizada, desprovistas de sentido. El resultado no es la formación de sujetos pensantes, sino la producción de una ciudadanía pasiva, desencantada, incapaz de leer críticamente la realidad social que habita.

Paulo Freire ya advertía que "la educación bancaria", en la que el maestro deposita saberes en un alumno silente, reproduce relaciones de poder injustas y naturaliza la opresión. Desde esta perspectiva, el deseo no puede florecer en un espacio donde el saber es propiedad de algunos y no un bien común que se construye dialógicamente. La frustración con la lectura, el desinterés por la historia, el rechazo a la filosofía no son síntomas individuales, sino efectos colectivos de una lógica que disocia el saber de la vida.

Desde el psicoanálisis, Jacques Lacan señala que el deseo de saber está siempre vinculado a la falta: se desea lo que no se posee, lo que aún no se sabe. Pero para que ese deseo se ponga en juego, debe haber una escena simbólica que lo aloje: un Otro que escuche, que sostenga el enigma, que no clausure la pregunta. La escuela, al cerrar el campo del no-saber con respuestas automáticas, manuales prefabricados y evaluaciones sin diálogo, niega la posibilidad misma del deseo.

En definitiva, el problema no es solo pedagógico, sino político y estructural. El control del deseo de saber es una herramienta de gobierno. Una población que no lee, que no conoce su historia, que no cuestiona el discurso dominante, es una población dócil. El empobrecimiento simbólico es una forma de dominación.

Desde una psicopedagogía crítica, no se trata de proponer reformas superficiales ni de convocar a un romanticismo ingenuo respecto del aula. Se trata de interrogar con profundidad el dispositivo escolar como lugar de producción de subjetividades, y de disputar allí el lugar del deseo, del saber, del lazo social. Porque cuando el deseo es capturado, no solo se afecta el aprendizaje: se atenta contra la potencia vital del sujeto.

Yuliana Davico

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