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la crisis de la androtecnia

Nov 21, 2024

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la crisis de la androtecnia
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Los dispositivos mediante los cuales la técnica tradicional del varón gusta habilitarse un camino y un estatus dentro de las neuróticas redes de su sistema guía —sus mandatos de masculinidad(1)— han sido y están, sin duda alguna, puestos en jaque y se encuentran a sí mismos en un drama senil con niveles de reacción que rozan lo estratosférico. Ahora, esta senilidad que los caracteriza no implica necesariamente que sus pautas hayan desaparecido en los tiempos que nos atraviesan, ya que ellas se encuentran bien entretejidas en los hilos de poder de la hegemonía patriarcal a diferentes escalas, siendo más o menos visibles gracias a su capacidad de poder reinventarse y preservarse con la justa discreción. Lo que sí implica una etapa senil es su desarrollo, su presente, donde justamente el grado extraordinariamente elevado de posicionamientos reaccionarios por parte de un gran número de varones, se hace ver frente a la inminencia e incipiencia de cambios socioculturales significativos en la configuración de las relaciones humanas de poder. Signo y síntoma estandarte de la frustración y estancamiento que vienen como parte de ocupar un «no lugar» micropolítico —la disociación entre la noción de identidad masculina autoinfligida y su entorno dinámico, dialéctico y cambiante— donde la manósfera se halla a sí misma cada vez más desposeída de la institución social hegemónica que les asumía en centralidad y superioridad.

Por si fuera poco, esto suele estar acompañado de una ausencia feroz de autocrítica y formación de consciencia alrededor de su constitución en tanto sujeto político, activo, es decir, como agente responsable del rol propio de su producto histórico-humano, asumiendo así ciegamente una actitud de carácter «productivo», inescrutable y autorreferencial —un supuesto único creador de numerosas invenciones, materializador de ideas, incuestionado tomador de decisiones unívocas y finales que se sitúa a sí mismo coercitivamente como el gran escritor de las narrativas y prosas de la historia— a lo largo del tiempo, transmitida por medio de toda propaganda posible que interpele a la experiencia humana. Pese a que el varón no está exento por sí mismo de pertenecer a una constelación de intereses y circunstancias concretas en mayor o menor medida comunes a su especie, este parece de igual manera conformarse con chillar y gritar en ráfagas de verborrea al presenciar la necesaria voluntad del desmantelamiento de sus estructuras patriarcales más difíciles de disimular en su potencial de opresión. Estructuras que por sí mismas y sus fatídicas contradicciones lo terminan irónicamente sumergiendo en un círculo de opresión autoimpuesta, sin necesidad de ser víctima —tan fuertes son las incoherencias que se hace capaz de oprimir mientras subliminalmente se oprime a sí mismo o a sus pares— y acaba negándose herméticamente la diversidad de sus distintas expresiones, cayendo en una idea de unicidad equívoca de su ser, su esprit de corps, que resulta inorgánica, insuficiente y muchas veces atemporal para con su tiempo presente. La «no lugarez» parece nacer, entonces, de la deliberación de no desarrollar una comprensión voluntaria, efectiva y crítica de su lugar cronológico e histórico, donde vistió y gusta vestir repetidas veces de gala como el gran opresor y cronista de la historia, un inconsciente malintencionado ingeniero de la crónica manipulada de la realidad vivida.

¿Por qué los varones no nos estudiamos a nosotros mismos? ¿Qué consecuencias trae consigo este hecho en la vida contemporánea? Y sobre todo, ¿Cómo contestar esto sin darnos respuestas obvias e insulsas?

Audaz tarea es la de contestar a estas preguntas. No corresponde a un solo locutor la labor de hacerlo, ni de lejos. Sí que podemos destacar que la inexistencia de un movimiento social, político, cultural y académico análogo al feminismo y sus ramificaciones por parte de las masculinidades para estudiarse a sí mismas(2) —una metodología, marco de estudio y, a grosso modo, una ciencia de la propia identidad por sí y para sí misma que explica, erosiona y cuestiona la realidad compartida en pos del bien ulterior colectivo de su grupo— es un testigo clave del faltante de un ejercicio pleno, deliberado y efectivo del estudio de las condiciones históricas, materiales, contextuales y culturales que habilitan al varón a ejercer dicho rol opresor en la historia, así como de las idiosincrasias contradictorias de las que este dentro de sí no puede escapar. Esta disonancia y desdén por entender críticamente la propia historia y el rol desempeñado a lo largo de la misma lo sumerge al hombre en una «laguna del rezagado», donde sus quietas y estancadas aguas representan muy bien la corriente realidad del varón que habita el mundo contemporáneo bajo una desatención de sí mismo y evadiendo la necesidad de reaprenderse y readaptarse a un mundo nuevo, esperando ingenuamente a que le llegue la hora de pagar la cuenta mientras está sometido a las ínfulas nimias de la mente del macho primitivo; una suerte de fetiche por competir y llegar a ser el Pater familias de la manada, evento lúgubre que lo disocia de su norte y agrava todavía más la irreconciliable contrastación y doblegamiento de los privilegios que, como mencionamos anteriormente, implica una desposesión progresiva y vigente de su hegemonía patriarcal institucional, haciendo que estos se vayan diluyendo en el tiempo. Dichas concesiones por privilegio le permitían —y le siguien permitiendo, a pesar de todo— disponer de voluntades unilaterales, irrestrictas, materializadas través de la demanda o la imposición por referencia de prestigio —poseer a la mujer como commodity, jugar la carta del mandato de la palabra última, anteponer la satisfacción sexual y de de otros placeres como derecho innegable e inherente a su condición de hombre o hasta bajo alegatos de preservación de salud, con todo lo absurdo que estos puedan ser— hasta eventualmente llegar al presente estado de las cosas que emerge del accionar inescrutado llevado a la práctica. Metodologías deshumanizantes del más funesto desastre que sólo llevan al resquebrajamiento de cualquier hilo de nexos que nosotros podamos llegar a construir.

Y entonces, respecto a las pseudoredes de contención tejidas por varones y para varones, ¿qué es lo que pasa?

Los ecosistemas sociales y comunitarios afines a las masculinidad se hallan, al igual que otros, erosionados por la lógica de la liquidez moderna y su infodemia incesante; ya los pactos de silencio y de sucios amigos vuelan en pedazos en el cielo de los escraches en píxel y los hombres estamos cada vez más solos. Para colmo, muchas veces las instancias que apelan a reconstruir el quebradizo tejido social varonil y generan consensos no operan precisamente bajo formas «orgánicas», sanas —de cohesión social llevada por intereses, deseos y voluntades genuinas y comunes que no presuponen apelativos identitarios— y por ende terminan produciendo contenidos paralelamente «inorgánicos» e insanos, carentes de una emocionalidad deliberada, de una unión de hecho de intereses y deliberaciones puras. Estos son más bien mecánicos y están lejos de ser genuinos, asisten a sí mismos viéndose sumisos a una estructura estamental de mandatos inescrutables, guiada por la voz narradora del «coach masculino», el guía abundante en testosterona, que moldea prejuiciosa e irracionalmente expectativas erráticas acerca de la identidad del varón, fomentando febriles pulsiones por prestigios y disputas a través de discursos, acciones y mandatos que, al igual que las pulsiones que las invocan, son contradictorios, alienantes y fútiles. No sólo se construye a través de estas narrativas del sistema guía redes de comunidad tóxicas, frágiles y odiantes, sino que estas terminan eventualmente desintegrándose por sí mismas, desvirtuando su rumbo y anulando su propósito inicial a un punto de quiebre y desquicio como resultado de sus disputas irreconciliables por prestigios y posición. Es en virtud de esta caracterización que, a efectos de este explayo, le atribuimos un carácter contradictorio y alienante. No creo que su futilidad requiera mayor explicación.

¿No que ya hablábamos de la famosa y tierna «deconstrucción»? ¿Qué hay ahí? ¿Será que es por ahí, o no?

La idea de la deconstrucción masculina en sí misma, como convencionalmente la entendemos, no sólo posee desafíos significativos, sino voraces contradicciones en sí misma. Es curioso además que el hecho de observar una implementación materializada de dicha idea —veamos los cursos orientados a «nuevas masculinidades»— implique suponer a un sujeto que haya cometido algún acto de violencia sexual y que la Justicia se lo imponga, o a un sujeto varón que, mágicamente y en utópica andro-sororidad, decida un buen día lavarse la cara, pegarse un baño, y asistir con reverencia a estos cursos. No dudo que pase de la utopía a la realidad cada tanto, y que de hecho ya sea así para algunos casos de hombres más curiosos de explorarse; sólo pido que nos sinceremos, simplemente esto no apela a la mayoría de los sujetos varones ni de casualidad.

Pero ojalá fuese este el único problema de esa doxa conciliadora de la «reformución», la común “deconstrucción” de la masculinidad. Al suponer como corregible o reformable a una concepción androcéntrica del mundo, de los procesos de la historia de la humanidad y de sus entresijos sociales y culturales, estamos cometiendo un acto de ingenuidad y perdiendo el foco, desviándonos del imperativo urgente de cambios de gran necesidad; que, de paso, no se se tratan sólo de la mera urgencia, sino de la sustancialidad y calidad de estos. Bien sabemos que cambios cualitativos y cuantitativos deben eyectarse desde la raíz, no simplemente del tallo visible. La idea de reformar las masculinidades por igual, hacerlas renacer unívocamente, como si se originasen ex nihilo, desde la nada, y como si pudieran expiarse de su pasado mediante iniciativas gubernamentales puntuales que se conforman con desplegar perspectivas de ideología de género y sociología vulgar en su intento de entenderlas, se encuentra en faltante de un análisis extraidentitario, es decir, de un carácter más macro-sistémico. La ausencia de prioridad sobre un enfoque de clase y de perspectiva material, en referencia a la superestrucutra en la cual las varonidades subyacen —en un modo de producción capitalista, una división sexual desigual del trabajo, por ejemplo— mecaniza y consolida así una comprensión no del todo efectiva por parte de los sujetos participantes acerca de lo que están asistiendo y del por qué y para qué lo hacen, donde el abordaje «sintomático» del problema patriarcal desactiva al propio hombre de la politización y radicalización necesaria para la masiva socialización del problema entre sus pares, necesaria para comenzar a trascender la simple ruptura de pactos de silencio o evitar caer en colaboraciones estériles a espacios donde el varón no cumple ningún rol vital para aportar —como aquel del indeseable «aliado» feminista— y poder así materializar cambios claros. Socializar esta problemática entre pares y hacerlo un asunto conscientemente político y radicado en una cronología histórica deliberada contiene el potencial de generar cambios de oleada masiva donde en vez de relegar al varón a un lugar de enfermo curable mediante una vuelta de tuerca o un repensamiento de la masculinidad en términos abstractos y de planteamientos rimbombantes, se le da el rol de sanador de sí mismo, de edificador de su ausente micropolítica, para convertirse en su propio sustrato de cambios y de su acuciante revolución.

¿Y qué sigue? Hacia una epistemología del varón

Bueno, nos queda claro que conformarnos tanto con simples cursos y formalidades de enseñanza de género como con aumentos despresurizados de la coerción para ahuyentar al macho violento no nos es suficiente para erradicar el virulento accionar sociocultural patriarcal. Los ismos de las féminas llevan más de par de siglos trabajando en la media porción de la torta micropolítica de la humanidad que hace frente a la chovinista hegemonía masculinista. La otra mitad de esa torta ha permanecido, tras las décadas hasta los días del hoy, prácticamente cruda y apelmazada. Es imperioso cuanto antes plantear y dar un giro completo de la reforma de lo masculino a una edificación de los cimientos de un movimiento político, social, cultural, filosófico y hasta estético, de ímpetu de vanguardia, que apele a una destrucción y posterior construcción historicista, cronológica, materialista, dialéctica, interseccional —y por tanto, científica— de la identidad histórica asociada a los varones en correlación al sistema en el que estos subyacen bajo un privilegio preponderante: Una «androginística», una suerte de ciencia o doctrina en sí y para sí misma, la cual estudie y ahonde en profundidad la línea de tiempo vivida por el hombre histórico y ayude a la construcción de una alternativa identitaria y política, otorgándole por primera vez un lugar conscientemente político en la Historia del mundo por fuera de la óptica del sujeto opresor, esté tácita o no. Una ciencia micropolítica consciente, deliberada y progresiva que se canalice en nuevas formas y contenidos expresivos para la expresión de las masculinidades. ¿La abolición de esta por completo o su superación de alguna especie? La inclusión, claro está, de sujetxs masculinos emergentes —hombres los cuales sus narrativas resultan disruptivas a aquellas hegemónicas, comunes de asistir— cuantiosamente fundamental para reescribir y depurar los paradigmas con los que el hombre de la historia ha decidido y decide representarse. Pasar de un «no lugar» a un lugar político y de transformación permanente, generando una nueva episteme del hacer y ser varonil, cosechando los dulces frutos de este esfuerzo a largo plazo. Más que un punto y final, esta instancia embrionaria sobre la urgencia de una ciencia androcéntrica alternativa del estudio de nuestra historia —la de los varones— en pos de la resolución y revolución de nuestros paradigmas es sólo un humilde punto y seguido para recargar la tinta y seguir iterando, tomando parte activa de los cimientos que podrían dar lugar a su fundación. En las mentes de los mismos machos que, llegando a la conclusión de entender al machismo y la heteropatriarcalidad como un fenómeno material no reformable están las voluntades que podrían llegar a hacerlo una realidad. Un nivel de conciencia sobre un lugar histórico y político como ‘clase sexual’ elemental —sin siquiera profundizar catedráticamente en algo tan profundo al empezar a entenderlo— como una capacidad de autocrítica y análisis dialéctico esenciales para entender fenómenos que interpelan al colectivo puede bastar cómodamente para encender la chispa de un movimiento que haga la mitad del trabajo Histórico que aún no se hizo de nuestro lado.

luigi @nubedejazz_

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Notas al pie:

  1. El mandato de masculinidad es un concepto propuesto por la antropóloga argentina Rita Segato para referirse a los imperativos que ha de cumplir el varón, para desempeñarse como tal, desde que nace hasta que muere, incluyendo el cómo ha de comportarse frente a las mujeres, su performance. Se le impone una visión que ha de tener de las mujeres, en primer término, como objetos de conquista para fines sexuales y, más tarde, para lograr la reproducción de su estirpe. Se le enseña a seducir, a conquistar y a tomar a la mujer a la manera de un territorio que se ocupa y es capturado en la guerra (Alanís, 2018). «Este mandato pone a los hombres en una constante necesidad de demostración ante sus pares de su potencia —ya sea económica, sexual, física o de dominación— para tener aceptación» (Vigón, 2018).

Fuente: Glosario de Políticas Universitarias para la Igualdad de Género de la UNAM (México) ↩︎

  1. Llegamos a un punto donde creo es menester hilar fino para una ilustre, debida comprensión. Es claro que el rol opresor masculino histórico nos sitúa en tanto hombres en un lugar diferente, contrapuesto, en plena contradicción —llamémosle «contrainsurgente»— con los fenómenos propios de las condiciones materiales, socioculturales, artísticas y «productivas» que habilitaron un momentum para el surgimiento de los feminismos, los grandes arquitectos de la crítica al andro-mundo. No obstante, aún así considero este paralelo con estos últimos de vital importancia, ya que gran cantidad del corpus teórico y vivencial propio de la autoría de estos ismos contiene una sustancia conceptual y práctica que, producto de los procesos de opresión sistemática contra las mujeres y disidencias a lo largo del tiempo que han sido llevados a cabo por las varonidades, sujeto hegemónico central a combatir, se retroalimenta con las experiencias y la sororidad de sus insurgencias, y se nutre de astucia e inteligencia cuando confronta a los diferentes mecanismos patriarcales que jura destruir; conoce así, entonces, más que bien al sujeto que oprime, las míseras desiguales condiciones le llevan al deber ulterior y de supervivencia de saber muy bien cómo singularizarlas. Y ese trabajo, esas caracterizaciones de lo «oscuro» de la figura del varón, no son sólo compatibles y destacables, fieles retratos del andro-sujeto digno de crítica, sino que ya son en sí mismos cimientos epistemológicos en convergencia con los objetivos del desarrollo potencial de un movimiento de vanguardia análogo, consolidado por y para nosotros como varones, que habilite el desarrollo de un entendimiento crítico, político, material y cronológico de nuestro momentum subyacente y por ende la producción de conocimiento respecto a este y su hipotética posterior socialización.

    Dado este curso de la Historia devenido caos permanente, nos llevamos la lección de que, para entendernos mejor como hombres, primero tenemos que escuchar y aprender de las que han tenido que estudiarnos para sobrevivir a nuestro torrencial, ígneo poder. No tratemos más a la alteridad con el libro del Ayer.

luigi 🔻☭

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