Y propongo que entremos in medias res en una serie de reflexiones sobre las dinámicas vinculares de las relaciones humanas. Al contrario de lo que uno puede pensar sobre esta gran coreografía, de carácter rizomático y hasta febril, ella se encuentra bien acompañada por un orden común de patrones de decisiones, reacciones y símbolos de la comunicación, «estilismos performativos» inherentes a cada mundo vincular —gestos o expresiones internas, íntimas, juegos de código común(1) propios del relacionamiento de dos o más personas (ej. sentido del humor, la comunicación compartida mediante un registro caluroso, íntimo, «juegos», «chistes internos», «secretos»…)— que habilitan un esquema de consensos, concesiones, formas y pautas que determinan cómo y mediante qué medios se llevan a cabo las diferentes actividades deseadas del ámbito humano y sus contenidos.
Partiendo de este punto y explorando los términos en los que se habilitan esos esquemas y las contingencias que habitan, podemos introducir la noción de «esterilidad», la cual puede verse aplicada a las formas y contenidos de las interacciones vinculares. Si intentáramos definirla, hablaríamos de un coeficiente de tolerancia y consensos que pueden o no presuponer algún grado de exclusividad. He aquí el carácter de «estéril», también hermético, no necesariamente permisible a la otredad, a almas ajenas al vínculo. Es así como se definen y regulan elementos del esquema vincular común, aquellos que componen a las actividades realizadas por quienes lo integran. Esto nos sugiere que cada uno de los mismos o su conjunto posee cierto grado particular de permeabilidad subyacente, marcando el territorio de lo que se permite o se niega hacer, alcanzar o desear; el punto exacto donde se erige el muro de los consentimientos: pensemos como estéril a un vínculo que «esteriliza» ciertos espacios físicos, los sella para reservarlos o evitarlos mutuamente mediante una afirmativa —sí, compartamos este espacio sólo entre nosotrxs— o una negativa —no, no compartamos los mismos espacios entre nosotrxs, menos aún si cada unx los frecuenta con otrxs por separado.
Pensemos una divertida metáfora de esta verborrágica prosa: un «exvínculo» que presupone a una expareja o exrelación, encarnado en la figura del paramédico. Este puede ser invocado en una lluvia febril de tiempo para solventar, con la dosis justa, la intoxicación por desamor y desafecto. Es quien da el antídoto que marcará un curso más favorable a la continuidad del vínculo tras una ruptura o reacondicionamiento de los espacios comunes; cualquier sustrato vincular pertinente a los acuerdos relacionales en cuestión. Todo esto, claro está, suponiendo que las voluntades estén alineadas en criterios de consenso. Es decir, puede haber una nueva etapa o, de lo contrario, se procede a una muerte inexorable, ya sea de forma deliberada —un total distanciamiento, sin importar si las partes se posicionan en una misma voluntad y si dicha distancia perdurará durante el tiempo o no— o de forma consensuada: un divorcio sin diatribas ni formalidades. De ser así, el vínculo fallece para renacer en una suerte de reencarnación fotográfica de los recuerdos, alejado del plano del marco de acción propio de la vida emocional.
¿Y para qué nos sirve saber todo esto? ¿A qué se quiere llegar?
Bueno, quizás es bueno que podamos dejar de lado cierto determinismo, o cuanto menos cualquier expectativa desaforada de llegar a una plenitud celeste o entendimiento cabal en el plano de nuestras relaciones. Escuchar y deliberar con asertividad, pasando de lo pasivo a lo activo, regidos por la pluma de la ética, el aval mutuo y la ternura, son cualidades que valen muchísimo más que el querer o pretender entenderlo todo. Por ende, no es tanto una cuestión de entender o de convergencia de entendimientos —son medios, no fines— sino más bien un acto deliberado, de deliberar voluntades que estén alineadas y consentidas, que busquen activamente converger en sus intereses bajo un cosmos de contingencia y dinámicos cambios. Y esos métodos tienen que ser conscientes de sí mismos y de su existencia. No se le deja a la suerte de la ficción de la química o la pasión la responsabilidad de determinar cuánto tiempo puede mantenerse viva la llama del amor; su prevalencia o extinción son, en esencia, deliberaciones. Ni hablemos de la futilidad del «duelo de las razones» cuando no hay quienes quieran agenciar con un mínimo de competencia y sensatez por fuera del desacuerdo y la terquedad.
La constelación de intereses y desintereses, así como las contradicciones rampantes y el caos dialéctico, propios de cada vida vincular, trascienden más allá de lo que nuestra mente racional y positivista pueda llegar a comprender genuinamente. Lo que sí podemos pensar, y nos lo podemos llevar para nuestra inteligencia, madurez emocional e individual —desarrollar nuestro sostén emocional y afectivo, ablandar nuestro corazón sin perder la vigilia o protegernos de una caída libre en la pérdida de fe en la humanidad, predicando nihilismos funestos— es enfatizar la importancia de los métodos relacionales y su carácter deliberado, para poder así atender a su «vincularidad» inherente —el conjunto de las deliberaciones conscientes mediante las cuales los agentes del vínculo construyen, mantienen y regulan sus modos de relacionamiento— priorizando las voluntades, intenciones y los métodos en cuestión, por sobre los medios o entendimientos, frágiles y condicionados a circunstancias puntuales en muchos casos. La cantidad de entendimientos llega a ser, eventualmente y bajo las condiciones dadas, directamente proporcional a la voluntad de deliberación efectiva sobre esos métodos relacionales, y no un condicionante o premisa inalienable para estos.
Dicho esto, está claro que hay una delicadeza y un compromiso con el sustrato de la flor que es, indudablemente, innegociable. Quedémonos con la sustancia por lo que representa para nosotrxs mismxs y por cómo se retroalimenta con nuestra esencia, pero nunca por lo que creemos que es en sí misma. No intentemos comprenderla siquiera del todo; no vaya a ser cosa de que el mar de las ficciones nos termine ahogando.
Quiero terminar esta prosa citando un fragmento de una canción del ilustre Jorge Ben, músico popular brasileiro, compuesta durante su mejor década —a mi parecer los 70s— titulada «Morre o Burro, Fica o Homem»:(2)
[…]
«pois neste mundo maravilhoso
vive mal quem não vive de amor
olha as margaridas na janela
você querendo, também pode conquistar
uma delas»
[…]
yo lo traduciría así:
[…]
«y en este mundo maravilloso
vive mal quien no vive de amor
mirá las margaritas en la ventana
queriendo vos, podés también conquistar
a una de ellas»
[…]
Esto, claro está, suponiendo que lo que queremos es morirnos de amor.

luigi @nubedejazz_
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Notas al pie:
En esencia, se trata de un juego de lenguaje o sprachspiel particular en términos wittgensteinianos, donde el significado emerge del uso en un contexto específico y el desarrollo ocurre entre quienes participan en el vínculo.
Según Wittgenstein, el significado de las palabras se define por su uso en la práctica, enfatizando la importancia del contexto relacional en la comunicación y, dentro del marco de nuestra reflexión, reforzando el carácter único de cada experiencia vincular concreta y sus axiomas.Por supuesto que, la interpretación de la aplicación de métodos que «conquistan margaritas» y lo que representen las mismas, queda a usted como lector bajo su sacra responsabilidad y discreción.
{imagen de portada diseñada por Freepik}
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vivo en las mieles y las hieles de la vida rezándole a la vendimia eterna mi prosa perenne, injerta au coeur | letras ffyl — uba
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