En ese cielo,
donde los colores abrazan el horizonte,
tu presencia se volvió mi refugio.
No era el juego,
no eran las estrellas,
eras tú.
El viento nos envolvía,
pero más cálido era sentirte cerca.
Tu risa quebraba todo silencio,
y cada mirada tuya,
como un amanecer,
me enseñaba a creer en lo eterno.
Allí, en ese mundo suspendido,
no necesitábamos palabras,
bastaba el roce de nuestras manos,
la complicidad de las luces que nos rodeaban.
Eras la calma en el caos.
Cierro los ojos y vuelvo a ese instante,
donde el universo parecía pequeño,
y tú, inmensa,
llenabas cada rincón de mi ser.
Te miro y sé,
no es la magia del lugar,
es la magia de ti,
la que convierte cualquier momento en hogar.
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