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La conquista de la Antártida

Aug 27, 2024

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La conquista de la Antártida
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12/09/00

Embebido de mi propio orgullo, siempre aseguré que viéndome en una situación límite y consciente de que la muerte era inevitable, simplemente me dejaría morir. La práctica me demostró lo contrario, la pulsión de vida siempre fue más fuerte y me llevó a continuar con los tratamientos autoprescritos sabiendo incluso que los medicamentos se terminarían pronto, quizás antes que las provisiones alimentarias. La muerte me va a encontrar tarde o temprano, de una forma u otra, a mí y a cada uno de mis compañeros de hielo. ¿Por qué insistimos en nadar contra toda esperanza? Lo único que nos motiva es la curiosidad, saber qué pasará hasta el último segundo.

Los síntomas me empezaron el 25 o 26 de diciembre del 99: dolor abdominal y malestar general. Supuse que no era más que una intoxicación alimentaria, así que en mi condición de médico de la base y con otros enfermos de mayor gravedad que atender, me prescribí un antiácido y dieta suave para poder continuar la guardia. Los síntomas persistieron y escalaron. Casi un año después el dolor es insoportable. Pasé de analgésicos y antiinflamatorios a antibióticos y fui aumentando las dosis para hacer tolerable la situación. Me alivian, pero los síntomas vuelven. Sospecho de una apendicitis.

16/09/00

Ya no puedo pasar bocado, lo que es parte una ventaja porque las raciones s están llegando a su fin. Más comida para los demás. No puedo volver al continente para someterme a una apendicectomía porque el transporte y las comunicaciones están cortados desde hace meses. No sabemos nada del mundo exterior. La última señal de radio nos llegó el 19 de junio, el último helicóptero mucho antes, a fines del verano pasado. Pensé en operarme a mi mismo con anestesia local como aquel legendario cirujano que en condiciones iguales o similares, aislado en la Antártida como nosotros, se operó a sí mismo de su apéndice inflamado sirviéndose de espejos hace alrededor de dos siglos. No me atrevo a hacerlo ni con las herramientas modernas, futuristas para él. La muerte me va a encontrar. Va a llegar con la inanición, por el shock séptico cuando se acaben los antibióticos, por el frío, por mi propia mano de cirujano desesperado o por las garras de nuestro enemigo. Queda elegir, en la medida de lo posible, la opción menos horrible.

18/09/00

Todo el tiempo pienso en la operación. El dolor aumenta con cada minuto, los analgésicos ya no me hacen nada. A veces grito, siento que eso aplaca el dolor. Pero no, solamente es una distracción. Molesto a los pocos compañeros que me quedan, nadie más nos puede escuchar acá. No creo llegar a ver el sol y el verano antártico de nuevo. Si me autointerviniera quizá podría resistir el posoperatorio y recuperarme y así quitarle opciones a la muerte, comprar tiempo. Pero también podría salir mal y dejar a mis compañeros sin médico, o salir bien y tener un posoperatorio complicado, que me deje indefenso en el caso de un ataque enemigo. No podría levantar mi arma.

20/09/00

Los alimentos están durando más de lo que habíamos calculado. Evidentemente, hacer guardia armada en un lugar inhóspito no demanda demasiada energía. Ojala pudiéramos comernos las balas y los explosivos, esos que tanto tenemos y nunca tuvimos la oportunidad de usar. ¿De qué nos servirían ahora de todos modos? Sospechamos que el enemigo tomó ya todo el mundo. No hay una cantidad de balas tal que los derrote, siquiera que los asuste. Ellos se ríen del miedo de una forma perturbadora. Hoy voy a tomar el último comprimido disponible de enrofloxacina. Ni siquiera es el antibiótico adecuado para la hipotética apendicitis, pero siento que va a calmarme al menos en condición de placebo. Podría ser mi última entrada en este registro.

23/09/00

Anoche tuve una fiebre terrible, ahora mismo me siento mejor, podría ser la mejoría previa a la muerte. En mi delirio febril soñé que los gatos volvían a salvarnos. Cuando el ataque estalló, en todo el mundo a la vez excepto en la Antártida, los perros lucharon a nuestra par sin dudarlo un segundo. Fueron aniquilados a la par nuestra. Los gatos, en cambio, ofrecieron cierta resistencia. Tenían las herramientas naturales para hacerle frente a la amenaza, pero rápidamente se vieron superados, al igual que toda otra forma de vida aliada o domesticada de los humanos. La campaña de esterilización masiva que se realizó a mediados del siglo XXI tuvo tanto éxito que los gatos dejaron de ser salvajes, siquiera callejeros. Sin embargo nunca fueron del todo domesticados. Se guardaron para sí el derecho de abandonarnos en el momento que desearan. Cuando los gatos domésticos más leales cayeron, los otros, que aún eran un poquito salvajes y que tenían la sangre lo bastante fría para luchar, simplemente dejaron el frente y desaparecieron de nuestro lado. Viven todavía, estamos seguros, pero luchan para sí mismos y para su propia comodidad. Nunca nos necesitaron y nos lo dejaron claro. Con ellos se fue la última esperanza de defensa de la humanidad. Yo mismo tuve un gato que dormía a mis pies en Buenos Aires. Me pregunto como andará ahora, viviendo en la naturaleza. Ni debe acordarse de mí.

24/09/00

Los radares perimetrales detectaron variaciones en la costa norte. Algo se acerca, no sabemos bien qué es. En pocos días, dependiendo del clima y de si vuela o camina, podría estar a nuestras puertas. Siempre hay esperanza de que sean refuerzos, pero por las dudas hay que estar preparados para un eventual ataque. El comandante lo llamaba simulacro de conflicto o algo así. Después de que el comandante muriera de hipotermia quedaron anulados los grados militares. Nos organizamos como iguales y nadie da o tiene potestad de dar órdenes. Sin embargo, el comandante Amato me dejó instrucciones a mí en el caso de que tuviera lugar su deceso y fuéramos atacados, solo porque era de su confianza, porque una vez traté discretamente una afección de la que le avergonzaba hablar frente a sus hombres. Volando de fiebre, dí indicaciones o sugerencias a los demás miembros de la misión para estar listos para el posible choque.

25/09/00

Son pasadas las 3:00 de la mañana, la llegada de los invasores es inminente. Procedemos a tomar posiciones de defensa. Temblamos de frío y ansiedad.

Son las 11:30 de la mañana. Al abrir las troneras del bunker nos encontramos con al rededor de una docena de hombres y mujeres vestidos con camuflaje azul y violeta, colores que en ese momento se creía que los pájaros no distinguían bien. Seguramente todo el diseño se basó en un rumor o superstición que la desesperación en la que estábamos sumidos al vernos exterminados nos hizo creer ciegamente. Inmediatamente bajamos las armas y levantamos la barrera de la puerta. Pensamos que finalmente había llegado la ayuda, pero no fue así. No traían refuerzos y provisiones, sino hambre y heridos. Pena. Venían huyendo del enemigo hacia al único lugar que les era inaccesible, quizás por cuestiones de clima o de distancia. Los pusimos al tanto de nuestra situación y los acogimos en la base. Cada uno se aprovisionó de un arma y suficiente munición para ganar una guerra que igual estaba perdida. Atendí a los que mi fiebre y mi dolor me permitió atender, pero no había ni siquiera con qué tratar heridas cutáneas. Me limité a lavarlos, hacerles presión, auscultarlos, atarles vendajes improvisados de tela rasgada, tomarles los signos vitales y darles agua.

27/09/00

Después de ese primer encuentro empezaron a llegar grupo tras grupo de supervivientes en condiciones iguales o similares. Los rezagados nos confirmaron que el mundo cayó en las garras enemigas y que no hay fuerza en la tierra o en el cielo que se les oponga. Siempre sospechamos de su inteligencia, pero nunca vimos venir su rebelión. Creemos que eran conscientes de su poder desde mucho antes de manifestarlo, que se pusieron de acuerdo, que se organizaron. Es la única explicación que encontramos para el poco tiempo que tardaron en derrotarnos a todos en cada lugar del mundo.

“La Antártida es el único continente en el que no habitan” decía una antigua fuente, quizá Wikipedia. Cuando los líderes mundiales dejaron de reírse y percibieron la materialidad de la crisis, iniciaron esta misión secreta de la que formo parte y que ahora dirijo desde una camilla. Tuvieron verdadero miedo de perder la tierra, y por eso enviaron a un grupo de militares y científicos mixto a la base secreta de la Antártida para preservar un respaldo de la humanidad. Protegidos sus conocimientos más importantes y suficientes humanos elegidos para repoblar la tierra en caso de un extinción masiva selectiva, podían dar al enemigo una guerra sin cuartel y destruir todo para conseguirlo si era necesario. Así de preocupados estaban.

Están llegando a nosotros, los últimos de la especie. Seguro habrán entrenado durante generaciones para poder llegar a este punto. Todo lo hicieron a nuestras espaldas. Sus graznidos horribles ya nos llegan cortando el frío polar, nos perforan los oídos y nos minan la esperanza. Empiezan a golpear la ventana de la sala común de la base, donde nos encontramos todos pegados a nuestros fusiles automáticos y granadas. El vidrio se rompe con un estallido y uno de ellos se para con la cabeza ensangrentada en el marco de la ventana, tiene un ojo humano medio descompuesto y medio congelado en en pico. Una ráfaga de aire helado, más de miedo que de frío, lo sucede en su entrada. Nos mira fijo inclinando la cabeza de un lado al otro. No tiene labios pero en las comisuras de su pico sanguinolento se adivina una sonrisa macabra ¿o es mi imaginación?. Nos baña de repente con su horrible lamento a imitación de nuestra voz: “nunca más”.

No saben qué significa, pero saben lo que nos provoca. Su arma más poderosa siempre fue psicológica. Un compañero de los nuevos (militar seguramente) lo voló en pedazos de un tiro muy preciso, pero hay miles más, son incontables. No les importa morir. Quizá cada uno es criado con un único propósito. El de este podría haber sido volar hasta la Antártida cargando el ojo de algún ex líder mundial, otros podrían haber sido criados para estrellarse contra un vidrio grueso, so pena de su propia vida, hasta romperlo. Aún así, nos sorprende ver en estos enemigos a los cuervos de siempre, no han evolucionado ni un poquito en estos años de guerra. Creo que, en realidad, esta forma que vemos es su fase final de evolución. Quizá empezaron a preparar nuestro exterminio desde hace miles de años, mientras nosotros estábamos ocupados peleando entre nosotros y gastando millones en armas pensadas para enemigos humanos o extraterrestres. El cielo esta oscurecido por su presencia. La luz del sol, que de todos modos no es tan fuerte en esta parte del mundo ni en esta época del año, no puede atravesar sus plumas negras. Son cientos de miles contra unos pocos. La batalla de la Antártida, la última acción militar humana, podría haber sido el 27 de septiembre del 3000, pero no será librada. Nos vamos a rendir.

RauloDeBas

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