Aquí, el aire es solo mío,
se curva y me envuelve en una manta
de silencio que no juzga.
Soy una lengua muerta,
una constelación que solo yo conozco;
y es agotador traducir el alma,
ofrecer las asperezas
para que sean pulidas,
solo para verlas devueltas, intactas,
con un gesto confuso.
La vulnerabilidad es una deuda
que ya no quiero pagar.
Prefiero la fría paz de saberme una extraña,
que el breve ardor de ser vista
y no reconocida.
Así que me siento
en este trono de quietud,
donde la única conversación
es el eco de mis propios pensamientos.
Pero, a pesar de todo,
en lo más profundo de mi ser,
como una moneda gastada,
guarda un pequeño, absurdo y tenaz
quizás.
Quizás la marea cambie,
quizás el mapa se reescriba,
quizás el futuro no tenga que ser
solo esto.
Y en esa pequeña luz,
me permito esperar.
No por compañía,
sino por una versión de mí misma
que respire mejor,
en el aire de ese incierto
mañana.
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