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la colada del lunes es de blanco

ruxi

Oct 9, 2025

31
la colada del lunes es de blanco
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Suelo estar en silencio mientras lavo la ropa.

Hoy es lunes. Es día de blanco. Así que lleno el tambor de la lavadora con todas esas prendas que antaño se correspondían con ese adjetivo. Lanzo, sin mucho esmero, camisetas de color hueso, ropa interior casi caliza, una amalgama ocre de calcetines —de distintas tallas y escalas del color citado—, algunos del revés y otros en un estado intermedio, de deporte y de ir por casa. Y una sudadera gris, que resalta como las piedras de un campo nevado. Rompo el silencio maldiciendo a la sudadera, como si por arte de magia se hubiera infiltrado en la colada por sí misma.

Una vez abastecido el electrodoméstico de detergente, suavizante, incluso de esos polvos blanqueadores que me recomendó no sé quién ni sé dónde, enciendo el programa. Ese dulce segundo de silencio dura mucho menos de un segundo, a mi parecer. El movimiento circular —igual de hipnótico que su sonido— me atrapa por completo, desaburriéndome un rato. Enciendo un cigarrillo como maridaje de esta insípida escena. Me lo fumo con el ruido monótono de copiloto, mientras me ensucio irónicamente de ceniza, perpetrando este ciclo de 40 grados, 30 minutos y 800 revoluciones, del cual preveo su repetición en los próximos cuatro días laborales.

Suelo estar en silencio mientras tiendo la ropa.

Las pinzas de madera son igual de ásperas todos los días de la semana. Con el aliento sucio pero la ropa limpia, procedo a colgar las prendas una tras otra. Las terso con desinterés y las coloco, con paciencia, en el tendedero. Casi he acabado, pero juraría que alguna vez las he colgado en este mismo orden. Da igual; lo único que me separa del sabor raudo del tabaco —por segunda o tercera vez este lunes— es la maldita montaña de calcetines. Ahora que me fijo, sí que funcionan bien los polvos blanqueadores: los tonos amarillentos se han esfumado por completo. Los calcetines, de deporte y de ir por casa, de tallas distintas, presentan todos el mismo blanco aterrador. Me desencanto y los empiezo a colgar. Juntos, claro. Cada uno tiene su pareja de baile, y colgarlos es —no sé si por la aburrida costumbre o por la facilidad aparente de la tarea— relativamente rápido.

Y entonces ocurre: queda uno suelto.

Muevo velozmente los ojos y cuento con inquietud las parejas: una, dos, tres... Otra vez, por si acaso: una, dos... Es inútil; evidentemente hay uno desparejado. En la brevedad de este suceso, tan cotidiano y aparentemente inofensivo, empieza a hervir dentro de mí una mezcla paradójica entre miedo y esperanza:
¿y si es tuyo?
La olla a presión silba un poco más fuerte cuando me doy cuenta de que es de tu talla. ¿Podría ser? Me descubro, solo en la galería, acariciando un calcetín cualquiera con la mirada perdida. Me planteo olerlo, pero lo descarto enseguida: soy estúpido, lo acabo de lavar. Sin ninguna otra pista que me lleve al culpable, trago saliva y sostengo el móvil. Me tiembla el pulso mientras abro tu chat por primera vez desde aquello.

Me concedo un segundo para respirar. ¿Realmente voy a romper el silencio —con el mismo estruendo irrespetuoso que la lavadora— para decirte que he encontrado un calcetín? Hago un esfuerzo por no reírme en voz alta, a pesar de que en esta casa solo estamos la ropa y yo.
¿Y si el calcetín solo es una excusa para que vuelvas a buscarnos a los dos? ¿Para que traigas la mitad que hace falta en ese par?

Barajo las opciones. No tengo nada que perder. Pero está todo perdido. En un movimiento del que me arrepiento más tarde, miro al suelo. Y ahí está: el otro calcetín. Misma talla, categoría, color blanquecino solitario.

Y con una mezcla paradójica entre alegría y tristeza, lo recojo.
Sigo desparejado.

ruxi

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