La ciudad

Vidas cruzándose y creciendo juntas, en un armonioso vaivén de emociones, pasiones y virtudes. También de desdichas, injusticias y sufrimiento. Vidas que mejoran y otras que empeoran; que aman y que odian. Algunos viven su vida; a otros, su vida los vive. Eso es la ciudad: una simple –pero de igual forma compleja– sinfonía inopinada que conforma las vibraciones del alma.

La gente hace lo que hace sin saber el porqué, pero de ese desconocimiento nace la estructura de los hechos diurnos. El tránsito, el movimiento, el consumo... Tener que levantarse a cumplir diariamente con aquello que no encuentran sentido. Aunque, irónicamente, la ausencia de sentido no les resta su carácter de necesario. No saben qué sucederá si no hacen lo que hacen, pero tampoco lo quieren comprobar. No en vano, el esfuerzo de su martirio se nivela con el desahogo en sus noches. Cuerpos que se resisten a tomar el control de sus vidas; un tropel anómico. Las noches son simples reuniones hedonistas. Encuentros de seres que no saben lo que quieren, y ese vacío intentan llenarlo con celebraciones y satisfacción de sus deseos y placeres. La tristeza abunda en medio de sonrisas y abrazos a la sombra del cielo lóbrego.

El olvido del día y la melancolía de la noche. ¿Qué sería de una ciudad sin eso?