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La casita

Jun 19, 2024

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La casita
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La casa en la que pase los primeros veinte años de mi vida está vacía y lista para el próximo huésped. Todo el papelerío está firmado y la mudanza de los muebles está en camino hacia el nuevo hogar junto con mi mujer, pero me quedaba una última cosa por hacer: despedirme. No es tarea fácil, ya que hace unos meses tuve que hacer lo mismo con mis padres y ambos pasaron al otro lado el mismo día. Se preguntarán porque comparar a personas con algo material y mi respuesta viene en base a mi memoria y emociones, porque ambas cosas pertenecen a mi esencia y legado. Un verdadero hogar no es solo el terreno y todo lo que tiene encima de este, sino lo que uno guarda dentro y lo pueda ir trasportando a donde quiera que vaya. ¿Nunca tuvieron la sensación de sentirse en un hogar apenas lo pisan y lo sienten en el aire? Como, por ejemplo, cuando hay una taza caliente en la cocina mientras un ser querido te pregunta sobre tu día.

Ahora solo me queda esperar al nuevo integrante que va a ocupar lo que queda de mi cascarón, pero mientras tanto voy caminando por el pasillo que comunica a las habitaciones y me cruzo con la que era mía, donde soñaba, leía y estudiaba. Me acerco a la ventana que da a un patio rectangular y limitado por un cerco de madera, el sol del mediodía hace notar la sombra de la casa y al de la casita que está en el techo. La existencia de esa pequeña imitación es algo curiosa y a la que todavía no le encuentro el sentido. Nunca creí que fuera simplemente algo decorativo, ni tampoco pude entender porque mi papá había decidido de un día para el otro sacar la escalera metálica que estaba fijada a la pared siendo el único medio para llegar al techo. Hasta me había enojado con ellos en su momento por creer que me privaban de tener un estilo de casita del árbol. Insistieron que era solamente un bloque de cemento con tejas por techo, pero veía las ventanitas redondas y la puertita, y me daban ganas de meterme a jugar. Pero el tiempo pasó y ese capricho también quedó en el pasado. Aunque pienso, mientras me acaricio el vientre abultado, que nuestra nena pueda llegar a tener el mismo deseo y segura se lo voy a cumplir, pero no el techo.

Escucho una bocina y voy volviendo sobre mis pasos hacia la entrada, mientras me despabilo de la maraña de mis pensamientos. El nuevo huésped se disculpa de la demora mientras baja la silla de ruedas para luego ayudar a sentar a su hijo adolescente. Les sonrió y doy la bienvenida mientras le entrego el juego de llaves, ellos agradecen y entran ansiosos a la casa. Me acerco a la entrada y les dejo una tarjeta con mi número sobre la mesa ratona del comedor, y les saludo con la mano. Cierro la puerta y ya alejándome de golpe siento que algo me golpea la cabeza. Puteo y cuando decido mirar hacia arriba veo, desde la casita del techo, un brazo peludo que sale de la puertita agarra el picaporte y cierra con estruendo. Perpleja ante semejante situación, busco lo que me tiro y veo que enfrente mío hay una calavera ovalada, con muy pocos pelos, cuencas oculares bastante grandes y dientes afilados y diminutos, acompañados de unos largos colmillos que le llegaban hasta el mentón. Estaba tan atenta a esos detalles que casi me muero de un infarto cuando sentí mi celular sonar en mi bolso. Tardo bastante en responder por culpa del temblor en las manos:

- Hola amor, ¿ya volves?

- Si... Si, mi amor...

- ¿Esta todo bien? ¿Te duele algo?

- Solo la cabeza, amor. Ahora cuando llegue te cuento.

C. R. Gotta

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