la seda negra, un sudario
que me envuelve desde la cuna.
No hubo grito, solo el cristal
que se alzó, silencioso, a mi alrededor.
Cada palabra ajena, un ladrillo;
cada esperanza, una argamasa fría.
Y yo, la esfinge sin enigma,
en el centro de un laberinto ajeno.
Mis dedos, lunas pálidas
buscando la fisura, el aire que respire
sin el peso de su aliento.
Me dicen: "Sé jardín, abre tu flor",
y yo soy raíz, nudo ciego bajo la tierra,
pugnando por la noche, por el barro.
La risa, un vidrio astillado en mi garganta,
porque el júbilo es un préstamo sin fin.
El hilo rojo de la sangre,
no me sujeta por el amor que late,
sino por la tela de araña
que tejieron con mis horas.
Soy la muñeca de porcelana
que sonríe en el escaparate
mientras el alma, una polilla ebria,
golpea el vidrio hasta romperse.
¿Cuándo la piel será mía?
¿Cuándo este cuerpo, este latido
dejará de ser eco de otro ruego?
Quiero la furia del mar abierto,
la locura del cielo sin techo,
la dicha rota, la herida viva,
pero mía, solo mía.
Ser el abismo, la flor que devora
el viento que no regresa,
y no la sombra prometida.

peregrino
Desde la herida, la palabra. Poesía como un hueso astillado, películas, fantasmas en celuloide, música, un nudo en la garganta. Existir es este temblor.
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