Tengo una caja. Pero no es cualquier caja, no; si bien es de la madera del que había sido el roble de la casa de mi abuelo Yeyo, lo que importa es lo que hay adentro. Por eso es especialísima.
"Lolo vení" me había dicho una vez mi abuelo "¿ves esto? ¿esta caja? Adentro tiene la fórmula para convertirte en súper héroe, para ser el más fuerte de todos, el más valiente guerrero que este mundo haya visto jamás. Pero solo vas a poder abrirla una sola vez en tu vida, cuando lo creas extremadamente necesario y nada más" Él me había dado ese gran tesoro con la condición de cuidarla muchísimo y que solo la abriese en el momento justo. Por eso la guardaba con gran recelo.
Hubo veces en los que casi cometo el error de descubrir el contenido. Por curiosidad algunas y otras porque, por ejemplo: Clarita no había querido ser mi novia en quinto grado o recuerdo una vez en particular, cuando no quería tomar la sopa que mi mamá había hecho para cenar. Esa noche le había dicho a mi abuelo Yeyo que porqué mejor no abría la caja y listo si decían que la sopa me iba a hacer crecer grande y fuerte. Finalmente, me convencieron de tomarla y desde entonces lo hice sin chistar.
Un día, había ocurrido una tragedia en un país muy lejano. Un terremoto había destruído una ciudad completa y pensé en abrir la caja para volverme un héroe y salvarlos a todos. Pero otra vez, Yeyo me convenció de que no lo hiciera. Me había dado una idea mejor, aunque ya no llego a recordarla con claridad.
En otra ocasión, mientras jugaba con mis amigos, les había contado que tenía tal inmenso tesoro conmigo pero no me habían creído.
-¡Sos re mentiroso Lolo! -me había dicho mi vecino de enfrente.
-¡Te digo que una vez que la abra me puedo volver alguien súper fuerte!
-¡Tu abuelo te re mintió!
-¡Te digo que no!
-¿A ver? ¡Traela! ¡Abrila y así vemos todos lo que tiene!
-¿Estás loco? ¡Solamente puedo abrirla una sola vez en la vida!
Aunque tuve ganas de demostrarle a todos que no mentía, con la caja entre mis manos y parado frente a la puerta de mi casa, casi a punto de salir a la calle, reflexioné si ese era el momento oportuno para abrirla. Al darme cuenta de lo contrario, me di media vuelta y caminé sobre mis pasos, volví a guardarla en el lugar secreto dentro del placard de mi cuarto y cerré la puerta. Me senté en la cama y pensé que yo no era mentiroso. Yo decía la verdad. Si ellos no me creían, era su problema y no mío. Por eso decidí que era mejor no jugar con ellos porque eran demasiado chiquilines para entender algo tan grande y maravilloso. Hice el gesto de "qué me importa" con los hombros y me fui a tomar la chocolatada a la cocina.
Mi niñez transcurrió entre las ganas de abrir el tesoro y mi abuelo enseñándome que quizás ese no era el momento más oportuno para ello. Por lo que permaneció en el escondite la mayor parte del tiempo, hasta que poco a poco fui olvidando su inmenso poder.
Varios años más tarde, debí pasar por el mayor dolor que habría podido soportar. Mi abuelo Yeyo falleció y se me partió el corazón. Quedé desecho, devastado. No me sentía fuerte ni valiente. Tenía miedo de cómo iba a ser mi vida sin él. Había cumplido 27 años hacía tres semanas, era adulto, pero en ese momento me había sentido como el Lolo de 10 años que había recibido la caja mágica de manos de su abuelo.
Después de tanto tiempo la había recordado. Corrí, corrí hasta mi casa y busqué en el placard aquel lugar secreto. Agarré la caja y me senté en la que había sido mi cama. Observando mis ojos vidriosos en el reflejo pensé ¿será el momento?. Observé la pared junto a la puerta y leí las marcas con las medidas que mi mamá me había tomado con el paso del tiempo, la última decía un metro noventa y cuatro; y recordé que había tenido que subirse a una silla para poder hacer la línea con el lápiz. Sonreí tímidamente. Luego vi una foto mía sobre la cómoda donde vestía mi uniforme de rescatista. Había logrado salvar a cientos de personas en diferentes catástrofes naturales y siniestros y me sentía orgulloso de ello.
Mi abuelo me había dicho que esa caja sobre mis piernas me enseñaría el secreto para ser un héroe, un súper héroe; entonces la abrí. Lentamente separé la tapa de roble de la base y miré hacia el interior. Al instante me encontré con mi propio reflejo en el pequeño espejo que había en el fondo y simplemente me eché a llorar. Yeyo había vuelto a enseñarme que ese héroe fuerte, valiente y que salvaría muchas vidas, siempre, había sido yo.
Estoy emocionado. Hoy viene mi hija, mi yerno y Rolo, mi nieto, a comer a casa. Preparé la comida favorita de mi hija y compré el vino que le gusta a su esposo.
Sobre la vieja mesa del comedor dejé apoyada la caja mágica. Hoy se la voy a regalar a Rolito. Mi hija me contó el otro día que mi nieto no quiere tomar la sopa.

Camila Foresi
Escritora nacida en la primavera del 83´en Bahía Blanca. Autora de Margarita (2021), trabajando en la próxima obra. Hago lo que amo y me apasiona. Escribo porque me hace libre.
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