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    La caída es un acto liberador propio del ser humano, sin embargo todos tememos caer.

    Ost

    Jul 11, 2024

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    La caída es un acto liberador propio del ser humano, sin embargo todos tememos caer.
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    Ulysses clavó su mirada tan profundo en aquella pared gris, que todo parecía haberse desvanecido, y le costó severos minutos recuperar la consciencia del espacio tiempo y situarse en el pequeño depósito de ropa del centro comercial, donde se encontraba cumpliendo horas laborales, sucedió sus actos realizando mecánicas tareas de organización de prendas, ordenando por talle las remeras de mujer, que iban desde xxxs, xxs, xs, s y m. Procedió a ordenar las remeras de hombres en los talles L, XL, XXL, XXXL, XXXXL,.

    Al darse cuenta de que llegaba la hora del almuerzo, busco su tupper lleno de arroz y lleno su botella de agua para ir al patio de comidas con sus compañeros.

    Había tanta gente y de tantos tamaños… incluso así no pudo evitar sorpresa en sus ojos al ver, un triciclo rojo montado por un enano de porte arrogante, acompañado de una mujer altísima, que se dirigían lentamente por el pasillo.

    El camino estaba tan lleno de personas que se cruzaban entre sí, de manera torpe, algunas irritaban más allá de la imaginación,provocando amontonamientos odiosos.

    sus compañeros absortos en sus celulares, el silencio vicioso del camino al patio de comidas elevo el volumen de los pensamientos.

     Que no podía parar de pensar en lo extraños que se veían sus compañeros, en lo ajenos que se sentían y  cómo reaccionarían ellos si acaso él tuviera alguna tragedia, ¿se solidarizarian con el?¿O acaso se sentirían abrumados con el dramatismo y se alejarían presentando diversas excusas?. Inclinándose por la última caia el prejuicio como una cortina en sus párpados,

    Luego de recalentar superficialmente su comida en el microondas para luego frustrarse de que en el fondo esté fría, sintió una simpática ironía con este hecho y no pudo evitar dibujar una sonrisa en su pálida cara, procedieron entonces las mecánicas conversaciones del día a día y los inevitables chistes para romper el hielo de la monotonía, habiendo pasado sus cuarenta minutos de almuerzo. y mucho tiempo antes que pudieran cuestionarse del ”porque” continuaban haciendo su rutina diaria, arrancaron para el local. 


    Había pasado más de media jornada, la rigurosidad con que se acomodaban las perchas y se cuidaba la imagen de las prendas, era reforzada por una punzante presión en la nuca, la cual se debía al sistema de cámaras de monitoreo,  que grababan todos los ángulos del salón y el depósito, y los dirigian directamente a la oficina de recursos humanos, donde se encontraban los expedientes laborales de todos los trabajadores del local,.

     Exceptuando un pequeño espacio en uno de los pasillos en el depósito, todo momento y acción era un registro. 

    Procedió a tronarse el cuello y fue ese mismo momento mientras desaparecía el ruido de su tensión donde entraron unos clientes dispuestos a consumir, una señora de anteojos ahumados y pelo corto, de aproximadamente 60 años acompañada de un hombre, con cara de susto que tendría su misma edad, pero con una mueca de silencio tan marcada en su boca, que daba la impresión de no haber pronunciado palabras desde más de una década. La señora saludo y Ulysses procedió a mostrarle las zapatillas que se encontraban exhibidas en la pared


    Ulysses: bienvenidos, en esta pared tienen los talles y modelos de mujer y de este lados los de hombre, del lado de atrás de la zapatilla se encuentra el valor, si necesita-


    No alcanzo a terminar la frase que la mujer con una voz eléctrica, y un tono insidioso, señalo una zapatilla y pidió que le traiga un talle 38, con sus ojos llenos de exitacion señalo dos más y  pidió que también le trajera talles para poder probarlas, inmediatamente se dirigió al depósito, donde se encontraban los pasillos grises con estanterias de chapa, en los cuales había incontables cajas con códigos marcados por etiquetas amarillas, lo que indicaba que modelo y talle eran, una vez obtenidas las tres cajas se las llevó a la mujer, que con una impaciencia comparable con un niño que abre un regalo procedió a probarlas. 

    Al probarse la primera Ulysses le preguntó si el talle estaba bien. La mujer observó su pie como si se tratara de la obra más apasionante jamás pintada en alguna revolución  que liberaba a un pueblo de más de un siglo de opresión, alzó su mirada y lanzando sus manos al aire exclamando “son la perfección!”.

     El hombre de la cara de susto y su mueca de silencio dirigió una mirada a Ulysses cargada de asombro, este se sorprendió sutilmente de que esa cara pudiera cargar más expresiones de las que ya contaba y le alcanzó el segundo par a la mujer.

    La rigurosa tarea con que se probó el segundo par fue clínica, una vez consumado el acto, un indeseable y por de más agotador suspenso invadió el ambiente, preocupado e internamente desencantado de la vida, Ulysses le pregunto a la mujer como sentía las zapatillas y si le convencian, la mujer fijó la vista en el piso como si hubiera escuchado las palabras más ingenuas, solo comparables con las de un paciente terminal, preguntando si hay posibilidades de mejorar, hizo un gesto de negación con la cabeza mirando al piso, el hombre mucho más angustiado e increíblemente con más susto en su mirada miró a Ulysses como lo haría un abogado a su cliente siendo condenado a cadena perpetua, Ulysses entonces procedió a darle el siguiente par, la mujer se probó las zapatillas y dijo:”claramente este es mi talle”.

    Cabe aclarar que todas las zapatillas que se probó eran de el mismo talle, que además la mujer ya sabía cuál era su talle antes de probarlas y no hubo indicio alguno en ningún momento mientras se probó los otros pares de que el talle fuera erróneo.

     Luego exaltada procedió a caminar hacia un espejo, se examinó como si al reconocer su reflejo hubiera caído en cuenta de los años que llevaba encima, de todas sus relaciones fallidas, de todas las personas que tuvo que separarse, como si todos sus lutos ya resueltos se hubieran desatado en ese instante. Se juzgó como lo haría el tiempo y su mirada reveló una imperdonable angustia por su mortalidad....Entonces se dio vuelta miró a los ojos y le dijo con una voz punzante y alta: 


    “¿Qué métodos de pago tenes?” 


    Ulysses: tenes tres y seis pagos sin interés 


    • ¿Por qué decis eso?


    Ulysses: no te entiendo


    • ¿Por qué decís tres y seis?


    Ulysses: porque no pueden ser cuatro


    Un silencio de complicidad cubrió el ambiente y el aire se torno viciado de una incongruencia sublime


          -I understand you


    El dia transcurrio hasta el final de la jornada
.

    Llegadas las 21:40 hrs horario en el que según las normas del local se debe proceder con los rituales de orden y limpieza del depósito y salón, A Ulysses esa noche le tocaba ser encargado de limpiar y dejar ordenado el depósito, debía barrer los dos pasillos grises que anidaban interminables prendas y cajas de zapatillas, liberadoras de ansiedad de consumo, custodiado y siempre atestiguado por las cámaras de seguridad, que seguían todos sus movimientos exceptuando en el pasillo derecho del depósito o el “depo”, en el cual aprovechando los intervalos de clientes y obligaciones contractuales, Ulysses procedía a prepararse un café batido con mucha azúcar, el agua caliente que sacaba del dispenser salía a tal temperatura que tenía que mezclar con un chorro de agua fría lo que producía por errores ínfimos de cálculo que siempre el café estuviera tibio. En el pequeño pasillo donde la patronal no tenía ojos, donde los clientes no podían emitir juicios de servidumbre, donde los encargados no podían interceder en la conducta íntima del corazón de la rutina, ahí procedió a beber el café que bajaba por su garganta al mismo tiempo que sus pensamientos se elevaban, donde una silla de ruedas volvió a su mente traída por una cliente que entró en el dia y dejo la semilla de la nostalgia, ahora germinaba, dónde cartas apasionadas de una abuela muerta llegaban, llegaban con eco, y le reclamaban comparaciones, ahi,  justo ahi en el mismo momento que el café se agotaba y su tiempo.  

          Porque debía sacar la basura del depósito, una vez embolsada, procedió a caminar por los pasillos técnicos del shoping, eran fríos, sinuosos y evocaban un cierto tinte de barco de carga dirigiéndose a un recóndito puerto, por ese mismo pasillo de interminables vueltas donde algunas paredes no tenían revoque, contraste tan brutal con la apariencia lujosa del exterior. Dejó la bolsa de residuos por un agujero en un cuarto, donde seguramente caería en algún compactador, se dirigió a volver, saludando a algunos compañeros de otros locales, que seguían la misma normativa. 

    Llegado al local se encontró que la persiana metálica que divide el local del shopping, estaba cerrada hasta la mitad, esto se debía a que faltando 5 minutos se procede a cerrar a medias el local para poder cerrar la caja y restablecer el orden del mismo para el turno de la mañana, se agachó para entrar, agarro sus cosas y espero a que sean las 22.00 en punto en el reloj digital de la computadora, para poder ingresar su huella digital y finalizar su horario laboral. 

    Se dirigió hasta una de las primeras diez escaleras mecánicas, que necesitaba descender para llegar a la planta baja del shopping, y así poder salir del mismo, paso por interminables anuncios de todo tipo de hamburguesas y comidas rápidas, sus ojos fueron la galería de todas las modelos rubias y de ojos claros que se imponen en los anuncios de marcas.

     Jugaron en su mente los muñecos de las jugueterías que pasaba, una vez abajo abrió las cuatro puertas que se necesitaban para poder salir y finalmente  sus pupilas se agrandaron ante la oscuridad de la noche, que distaba con la incandescente luz que había tenido en sus ojos todo el dia, la noche lo acaricio con una rafaga de viento frio, y se dispuso a caminar las cuatro cuadras, que bordeaba la autopista, en la que lindaba la calle del lugar,

     llegando al primer cruce de semáforo, justo al lado de un local de comidas rapida con letras de neón rojo, que alumbraban toda la cuadra, dándole un tinte rojizo a la entrada del túnel, túnel que debía atravesar para subir del otro lado de la autopista, y tomar el bondi. 

    Justo en la entrada del túnel, arriba a la izquierda estaban pintadas palabras
 que rogaban “Nunca te olvides”, Ulysses lo atravesó y todo el ruido de los autos se convirtió en una vibración, por el brutal silencio, que encerraba el ancho y amplio túnel, de paredes de concreto, como si hubiera entrado en un vórtice. En una burbuja de la realidad o mejor dicho de la irrealidad, dentro del túnel, del lado opuesto por donde caminaba Ulysses, se encontraba una cama, una muda de ropa y unos carteles con flores dibujadas, como si fuera el proscenio del teatro más desgarrador, una señora mayor, de unos 100 kilos, calva de apariencia Gautama, gritaba palabras tan agudas que no parecían estar dirigidas a nadie en particular, era como un llanto de auxilio, como una queja a un dios ausente, a un pasado tan ruidoso que ni el túnel podía callar, y sus palabras distorsionadas llegaban a todos los que lo atravesaban y al el pecho de Ulysses, cobrandole realidad, al salir del túnel y una vez arriba del bondi, todavia podia oir en su cabeza “nunca te olvides”.

    El miedo llegaba como el agua helada, paralizante, luego podía nadar.


    El sol iluminaba el cuarto de Ulysses, incitandolo a abrir los ojos, luego de unos minutos de cortesía que le daba a su mente para abandonar el mundo de los sueños, se fijo la hora en su celular, eran las 10:20, calculo los tiempos ligeramente en su cabeza, y le dio marcha a su rutina diaria, se paró lentamente y se dirigió al baño, en su mente los recuerdos empezaban sus transmisiones, todo tipo de melancolías y sensaciones lo invaden, mientras calcula la temperatura del agua de la ducha, abría la perilla del agua fría y luego la del agua caliente, tratando casi diplomáticamente llegar a la tibieza, tibieza que necesitaría para empezar su meditación bajo el agua. 

    La ventana del baño dejaba entrever un paisaje, en el cual se podía divisar un edificio de dos cuerpos, rosa, de una estructura muy simple, el cielo azul de fondo dejaba ver un panorama calmo, Ulysses se cepillaba los dientes bajo la ducha , dejando que el agua lleve la amargura y frescura de la pasta de dientes hasta su garganta para librarse de esa sequedad de sueño, escupía y el aire entraba refrescando su aliento, al secarse , mirándose en el espejo empañado, alcanzó a divisar su mirada que le devolvía un transe, expectativa. 

    Se vistió, tomó un café y se dirigió por el pasillo interno del edificio hasta el ascensor, un ascensor antiguo con rejas doradas. descendiendo  hasta el primer piso, abrió la puerta y saludo al portero que regaba la nada misma con su manguera, camino hasta la esquina donde una enredadera verde, una casa antigua le hizo agachar la cabeza al doblar, camino, un paso tras otro, izquierda derecha, izquierda derecha, de repente un pensamiento se le vino a la mente y empezó a repetirlo, hasta que dejó de ser un pensamiento y pasó a  ser un murmullo, luego en voz baja, y luego lo recito con una voz neutral como si fuera una canción para sí mismo

    Pero el tiempo seguía pasando, alejándome, acercándome, como las leyes del océano, el reino de las olas, paredes anímicas, recurrentes exilios proyectados en el viento, camino, un pie tras otro, un pie tras otro, pienso en el último, ¿será el izquierdo o el derecho? 

    De Repente el tren saliendo de la estación corto su canto, algunas nubes pasaron bloqueando el sol y una sensación gris lo invadió, un obrero que paso lo miro fijo a los ojos,en su mirada pudo ver un gesto de compasión y de entendimiento, lo invadió un viento repentino producto del paso peatonal del viaducto en el cual descendió, para pasar del otro lado de las vías, el remolino de viento generado por los autos le marcó un gesto de incomodidad en la cara, al salir las nubes habían despejado y el sol acarició su cara evocando una sensación de paz, siguió unas tres cuadras hasta la parada del colectivo, se sentó y repaso el cálculo mental de tiempo que tenía para llegar cómodamente al trabajo, se formó una fila en la parada de gente esperando el colectivo, sus caras miraban expectantes y con desconcierto, un señor de unos 70 años, canoso, de ojos grises tenía la mirada perdida en dirección contraria, un chico miraba su celular absorto. 

    Esa misma ausencia que veía en sus compañeros, a lo lejos el pulmón de un edificio quedaba descubierto dejando ver un color desteñido, un gris añejo y una ventana sin marco como el hueco de una calavera  y entonces llegó el colectivo. 

    miraba las paradas que se hacían interminables, el dia era un tentativo verano que no se animaba a llegar del todo, la ventana lo reflejaba parcialmente, estaba con la mano apoyándose en la boca y su expresión era la de alguien que sostiene un dolor de muelas agudo, sus ojos cerrados, como conteniendo un pensamiento, el bondi acelera y para, acelera y para, una larga fila en la parada de gente que impacientemente trata de subirse como si fuese un bote salvavidas, tres pintores con los pantalones manchados de pintura blanca charlan en la parte de atrás, una mujer joven lee un libro policial, una señora mayor filtra su angustia que sus anteojos de gran aumento visibilizan más, su mirada, una mirada llena de preocupación, de repente un hombre de unos 40 años se abre paso pidiendo permiso para llegar a un asiento libre que es rápidamente ocupado por una niña, el hombre contiene en su expresión una puteada, la niña se ríe por dentro, un hombre discute con el colectivero porque este le dice que vaya mas atras para hacer espacio, al mismo tiempo que una señora octogenaria no entiende cómo pagar el boleto electrónico , un hombre en la fila contiene su ansiedad y una señora mas atras grita que se apuren y de repente silencio. 

    Un sonido estridente abre paso, por la urbe los autos se corren, la gente baja la mirada , desde las ventanas los ojos se plasman en el verde eléctrico de la baliza, el llanto de la sirena y el respeto de los testigos, proyectan familiares en esa prisa, proyectan lutos en el correrse, proyectan negligencia en los que no apuran, y el bestial bondi se corre del carril, la sirena se hace distante, la angustia se dilata. Explota a gritos una señora al no poder abrir la ventana del húmedo transporte.

     Ulysses seguía con su expresión de dolor de muelas, faltaba medio trayecto para llegar.

    Tenía la mirada de un niño que ama a su padre, su pelo era lacio y gris, peinado hacia atrás, una camisa a cuadros que le quedaba holgada y adentro del pantalón, un jean azul oscuro y unos zapatos baratos pero muy limpios, las arrugas de su cara se esconden detrás de sus espásticos movimientos, con un libro partido al medio y un amigo invisible con el cual mantiene una conversación muy fluida. Ulysses lo cruzaba todos los días en los últimos tramos de camino al local, siempre estaba en el local del rey de la comida rápida.


    Hay momentos irremediables, donde pareciera romperse la membrana que encierra al hombre en lo cotidiano y mundano del día a día, en su aceptación de los hechos, de cómo la corriente de la realidad violentamente lo lleva de un lugar a otro.  Hay momentos que marcan un quiebre, el ser humano puede ser un gran cobarde, tomar tintes de villano, quizás por miedo a su ineludible mortalidad. 

    Nada genera momentos de contraste más grandes que el humano en busca de  libertad, el hombre de la plaza de  tiananmen, inamovible, El monje Thich Quang Duc abrazado por las llamas , Martin luther King su discurso inmortal , Norma Pla diciéndole a Cavallo que no llore, Jorge Julio López declarando enfrente de su torturador: “Yo si veo las fotos los reconozco a todos… ¿quiere que le enseñe como me quedó el cuerpo?”. Después hay momentos grises, de mundana villanía, que te empujan como muchedumbre en el subte. Así se sentiría Ulysses cuando le dijeron que no le renuevan el contrato de trabajo en la tienda de ropa.

    Llegó como todos los días, dispuesto a guardar su mochila y prepararse, cuando el supervisor con una hoja en la mano le dijo si podía hablar un minuto con él , lo acompañó a la puerta del local y lo siguió el encargado, en ese momento un vértigo le corrió por todo el cuerpo, la comisura de sus labios de desmorono e increíblemente su piel torno un color más pálido del usual, no pudo contestar nada de lo que le decían de camino al lugar de comida rápida que queda cerca del local, lugar donde elegirían hablarle formalmente del tema, para controlar cualquier posible insurrección lejos de los clientes. 

    Era en vano, el sudor frío en la frente de Ulysses, su temblor en las muñecas y su nudo en la garganta desaparecieron inmediatamente cuando se sentaron en la mesa del lugar. 

    Supervisor: Mira lamentablemente no vamos a poder renovarte el contrato, es una lastima porque cumplis con la normativa de la empresa y no puedo reprocharte nada, pero los números no están dando como la empresa quiere. La crisis económica del país indica que el año que viene va a ser peor, la empresa quiere abrir el paraguas antes de la tormenta y decidió recortar personal, perdona se que necesitas el laburo

    Ulysses: No te preocupes no es tu culpa

    Supervisor: tampoco de la empresa, necesito que firmes tu desvinculación

    En ese mismo momento como una manifestación del destino, la lapicera se queda sin tinta en lo que el supervisor va a buscar otra

    Encargado: Estoy totalmente indignado, orden que te daba orden que seguías, se que no debería importarte porque acabas de perder el laburo, pero, ¿sabes cómo se va a desorganizar el local ahora?. seguramente echen a dos vendedores más, va a ser un desastre.

    En lo que vuelve el supervisor,  Ulysses firma la desvinculación, se llevan a cabo una serie de incómodas conversaciones socialmente protocolares de despedida, con el supervisor, el encargado y todos sus compañeros. 

    Ulysses emprende su camino de regreso, como lo haría todas las noches, pero su entorno era una vibración, su estómago se sentía una ausencia, su mirada un desamparo, subió al bondi que lo llevaría de regreso, se sentó y en la butaca del asiento de enfrente vio escrito como reflejo de una realidad colectiva “¿no entendes? No sos vos, el gobierno te odia”.

    La mirada carente de conciencia implicandonos 


    Era interrumpido, espastico, cuando comía, cuando tomaba, se trasladaba a su mirada como síntoma de incomodidad, caminaba lento y tranquilo o muy rápido y alerta, dependiendo la intensidad,  Ulysses tenía una llaga en la boca.

    Los edificios atraían su mirada, lejana, la copa de los árboles, el vuelo de los pájaros, el pelo gris de los viejos que pasaban. Eran días mezclados, agridulces, lo cotidiano de su rutina perdida se desvanecía, de manera melancólica, a veces liberadora, el tiempo libre caía como la lluvia, inevitable, lo abrazaba todo, aturdía como la luz blanca, cruda, estridente, era la sensación de velocidad en el espacio muerto, era un ataque de pánico en la oscuridad.

    Eran momentos efímeros perdidos en los recuerdos, oscilantes, detonaban anímicos a las sensaciones, el perfume de alguien que pasaba, el olor a comida, la lluvia por caer, la combinación de colores de aquel cuadro, el lugar por donde estuvieron, ahi rencontro su mirada, explotando como una mina de tierra, su mandíbula tensa y sus ojos como vidrios estrellados, el relato empezaba de nuevo, el recuerdo narrandose, y sintió esa melancolía de la sensación perdida, ese sabor que buscamos encontrar, el estado de ánimo estacado en un lugar.

    Estuvo varios días en su mente el recuerdo, germinando, haciéndose más fuerte, invadiendo el presente, tiñendo de emociones palabras, imágenes, luces.

    Se despertó, la luz del día penetraba la persiana de manera provocante, su sueño se extendió hasta las 14:20, Ulysses se puso de pie, estaba descalzo y el piso frío, le gusto, casi que sintió el té que se estaba por preparar  bajando por su garganta, eso lo entusiasmo.

     Llegó a la cocina y puso a calentar el agua, tenía un boxer y una remera negra, holgada, desteñida, cómoda. El sonido del agua calentando lo puso en sintonía, por la ventana de la cocina veía edificios lejanos iluminados por el sol que se asomaba por nubes grises, se divisaban algunas personas en las ventanas, cada una en su rutina, una paloma captó su atención reposando cómodamente en la cornisa. El agua estaba lista, agarró su taza, la que más le gustaba, busco un saco de té, le sacó el envoltorio verde oscuro, que le recordaba un bosque verde, que nunca vio, lo tiro a la basura, y puso el saquito en la taza, el azucarero metálico, de chapa oxidada, le generaba una sensación  acogedora, le puso cuatro cucharadas de azúcar al té, le podría haber puesto cinco también, pensó, se detuvo, lo dudo, cuatro está bien se contestó en voz alta, el ruido de las alas de la paloma que se iba volando lo distrajo, el sol se nubló, se sintió solo, puso el agua en la taza y empezó a apretar el té con la cuchara para que se infusione mas rapido, revolvio el azúcar del fondo, el agua se torno oscura, sacó el saquito y lo tiró a la basura, limpio con un trapito unas gotas de té derramadas sobre la mesada, dejo el té y se agarró la frente , se presiono los ojos cerrados como consolando su vista, un llanto murió ahogado.










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