Estábamos en una fiesta.
Todos reían, menos yo.
Hasta que mi padre, el Rey, subió a la punta del castillo
y se arrojó.
No murió.
No se despedazó.
Solo cayó su corona.
Solo se desmoronó mi idealización.
Su capa, pesada y aplastante,
cayó sobre mí.
Me la quito: me robaba el aire.
Pesaba su figura incuestionable.
Estoy triste.
Estoy enojada.
Me sangra.
¿Cómo puede seguir vivo
después de caer desde tan alto?
No tiene rasguños,
pero no quiere levantarse.
Todos corren a salvarlo,
pero yo no.
Y al quedarme quieta,
mi vestido de doncella se desprende,
mi vestido de hija.
Estoy desnuda.
Nadie me ve.
Entonces ardo.
Su caída no lo hirió,
pero abrió una grieta en el suelo.
Cayó como Lucifer
cuando fue desterrado,
y aun así, solo rompió lo otro.
Sigue siendo destructivo.
Pero el reino lo ha visto.
Ya no se oculta más.
Mi velo cae,
mi cuerpo respira su verdad.
Me voy, desnuda.
Sin nada en las manos ni en los pies.
Mi cuerpo es mi dignidad.
Mi cuerpo es mi identidad.
Mientras todos miran al Rey caído,
yo estoy (re)naciendo.
No quiero llevar nada.
Estoy bien así.
Se terminó.
La familia real no se rompió.
Se rompieron los esquemas.
Mi madre ya no es la reina.
Mis hermanos ya no son príncipes.
Se esfumó el apellido.
Caída.
Ira.
Desierto.
Cuánto dolor.
Cuánta libertad.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión