El salto se hizo en un parpadeo,
la decisión sellada por la caída.
El viento ruge en mis oídos,
un susurro que crece en eco:
"¿Qué he hecho?"
Demasiado tarde para volver atrás,
demasiado rápido para detenerme.
El cielo, lejano, se extiende,
pero no para recibirme, sino para soltarme.
El suelo, paciente, aguarda,
la gravedad que a mis ojos no existe.
Mis pies, flotando en el vacío,
mis manos estiradas hacia lo imposible,
buscando algo que nunca existió,
intentando aferrarse a lo que está lejos de mí.
Ahora veo, desde el borde que dejé,
todo lo que no entendí,
todo lo que ignoré.
La calma antes de la tormenta,
el peso del impulso que creí ligero.
Cada pensamiento que me empujó,
cada paso que no tomé,
se disuelven en el aire de mi tranquilidad,
que me rodea en esta caída.
¿Qué haría si pudiera volver?
¿Qué hay detrás de cerrar los ojos y simplemente irse?
Las preguntas quedan suspendidas,
girando como un espiral en el aire.
El suelo, cerca, llama mi nombre,
el eco de mi elección se apaga.
Y ya no hay más preguntas,
ya no hay más razones,
solo respuestas que nunca llegarán.
Lo que revuelve en mi memoria
es una visión clara ahora,
pero la caída es imparable.
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