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La bicicleta

Dec 17, 2025

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La bicicleta
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El cabello castaño claro de Laura se movió sutilmente gracias a una brisa perezosa de finales de diciembre. Con un evidente fastidio recogía las manzanas que habían caído al suelo gracias a una rabieta breve y violenta de su parte.

De cuando en cuando levantaba la vista del suelo y me miraba fijamente, aunque solo por unos segundos. Los ojos verdes escudriñaban la habitación sin decir una palabra, y no había necesidad de mencionar alguna, ya se había dicho todo en cuestión de unos segundos.

-¿Y esa es tu respuesta final? – pregunte sin titubeos.

-Si.

-Está bien, lo respeto.

Es sol estaría a escasos treinta minutos de ocultarse por completo, ya solo quedaban remanentes color sepia en el cielo. Otra brisa impertinente me aviso que la temperatura iba a descender bruscamente en cualquier momento, sería un largo y frio camino de regreso a casa.

Me incline para recoger algunas manzanas que habían llegado hasta mis pies, me acerque hasta donde estaba Diana e hice una especie de reverencia antes de depositarlas en el bowl de cerámica negra; no sé porque me vino a la mente la imagen de un lobo doblegándose ante la noche.

Tomé la manzana más maltratada y la guarde en el bolsillo de mi chaqueta. Una vez más me incline y le di un beso en la mejilla a Laura en señal de despedida, afortunadamente no me rechazo. Ella se quedó hincada en el suelo, con la mirada fija en el bowl y las manzanas mallugadas de su interior. Cerré la puerta con cuidado.

Tomé mi bicicleta, y antes de irme deje salir un enorme suspiro que me estaba sofocando de ya hacía rato. Quizá suene descabellado, pero no estaba triste, era algo así como cuando vez películas viejas de las cuales ya sabes el final y por lo tanto ya no te sorprenden.

La madre de Diana estaba en el jardín, cerraba un improvisado invernadero que ella había fabricado. Era una mujer amable, pero su característica más notable era que estaba sorda, evidentemente no se enteró de lo que había pasado en el interior de su casa hacia un par de minutos.

Alce mi mano derecha para despedirme, ella esbozo una sonrisa y también se despidió moviendo amabas manos ataviadas con guantes de jardinería al aire. Una bandada de pájaros de canto desconocido y siniestro cruzo el cielo nocturno, un escalofrió me recorrió la espalda. La carretera estaba sola. En ese espacio solo existía el sonido de mis jadeos, el roce de los neumáticos de la bicicleta sobre el asfalto, el chillido doloroso de una cadena carente de lubricación y un sin fin de ecos provenientes del paisaje en tinieblas. Procuraba mantener el tacto de la piel de Laura sobre mis labios, su aroma suave y limpio en mi nariz, y todo aquello en mi memoria.

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