me siento ajena a mi cuerpo y a mi rostro cuando la gente me hace un cumplido,
la belleza que llega en la pre adolescencia se tomó su tiempo en llegar a mi puerta,
no era cotidiano recibir un halago, que alguien se me acerque y me hable,
aun así siempre supe que lo más interesante de mí
era mi capacidad para jugar con las palabras,
desarmarlas, unirlas, enredarlas, darles un significado nuevo, jugar, a través de ellas, a crear mi mundo perfecto, redactaba largas cartas pidiendo un poco de hermosura, de inteligencia, de sabiduría e imaginando el día en que por fin tuviera todo eso en mis manos.
Y así pasó el tiempo...
Al terminar el colegio, cambió mi cuerpo, mi rostro y cambié yo, por tanto, cambiaron mis palabras, aparecieron nuevas que me ayudaron a explicar exactamente lo que quería decir, y aunque yo quería mostrar al mundo esa delicadeza y cierta dulzura de los nuevos versos, preferí esconder mi vulnerabilidad y mostrar la nueva belleza que se me había otorgado, la física, y solamente quien se atreviese a conocerme realmente podría descubrir la de mis palabras, mis poemas, mis cantos, mis odas.
Todavía siento inseguridad al subir fotos mías, así como también al liberar de su jaula a mis poemas, que no los tomen en serio, que noten que aun tiemblo cuando trazo las líneas de cada letra, que todavía no acepto como propio el reflejo que me sonríe tímidamente en el espejo, que trato de meterme en la piel de ese personaje que es capaz de comerse el mundo de un mordisco sin pensarlo dos veces.
Pero aquí estoy, recibiendo cumplidos de fotos y de versos.
Capaz la belleza que tenían mis palabras me convirtieron en quien soy hoy.
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