¿Por qué el mar es hermoso?,
me preguntas.
No seas tonto,
no le preguntes a otro
por lo que es tuyo.
Ven aquí, conmigo
miralo un tiempo
y lo sabrás.
Es que, mirarlo
vértigo
me abruma.
Tengo ojos de
vidrio.
Las copas
estallan
bajo la furia
de una señora a capella.
Y el mar canta…
¡No, el mar ruge
furioso!
Se levanta
y se cae.
Marcha hacia los peñascos
y estalla,
y mientras se aleja,
hambriento aún,
ruge furioso.
Y el mar
me respira en los oidos
y me tiembla en los ojos.
El mar me abruma.
No es hermoso.
Al menos no para mis ojos.
Lo dices como si esa
mirada
solo fuera tuya.
No, no me mires a mí…
¡Mira al mar!
Todos tenemos
ojos de vidrio.
Y sí, el mar es un dios del caos,
una boca inmensa y hambrienta que
llama a quienes se dejen
tragar.
Es intimidante.
Pero asombroso.
El mar no solo rompe
los peñascos
también rompe nuestros
ojos de vidrio
y entra salvajemente
por las cuencas a
nuestro interior.
A romper las puertas
y las paredes,
dejarnos empapados y
sin hogar.
Libres…
Al menos por unos momentos.
Por eso es hermoso.
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