La antipolítica como un clima de época que se extiende en la Argentina
Sep 12, 2024
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¿Qué pensar cuando diputados de un espacio proponen una ley y, luego de reunirse con el Presidente de la Nación, son ellos mismos los que votan en contra de la ley que impulsaron? No es algo poco común lo que vimos en los últimos días. Pero, que sucedan estas cosas desquebrajan aún más un vínculo que viene roto hace un tiempo ya: el de la sociedad con la política.
En el día de ayer se efectuó el veto presidencial para una ley que aumentaba un 8,1% a los haberes de abril (el Gobierno había otorgado un incremento del 12,5%), con el objetivo de completar el 20,6% de inflación correspondiente a enero.
El Congreso había aprobado la iniciativa, pero el Presidente la vetó. De todas formas, la Constitución habilita a insistir con leyes que son rechazadas por el Poder Ejecutivo. Para rechazar el veto, la oposición requería el voto de 2 tercios de los presentes, pero no lo logró, principalmente por lo que mencionamos: los diputados que impulsaron el proyecto “se dieron vuelta” y votaron en contra del mismo.
Es curioso. Es la misma política la que se encarga de hundirse. Es como una versión extraña del meme que dice “déjalo ya está muerto”: la política es la que está en el piso, pero a la vez es la que la llevó ahí y no hace nada por remediarlo, sino que, por el contrario, la golpea más.
Situaciones como la de los diputados radicales se suman a otras igual o más graves. Entre estas encontramos el aumento de la dieta de los Senadores el mes pasado, que se efectuó y luego dio marcha atrás en lo que representa una fuerte interna entre presidente y vice. Dicho aumento llevaba el sueldo de los senadores a 9 millones de pesos.
Cuando ocurren estas cosas las reacciones son variadas. Hay quienes creen que es justo que alguien en un lugar como ese en el Estado merece una retribución salarial tal; otros, acusan una falta de sensibilidad ante la crisis que vive la mayoría de la población y por tal motivo consideran un insulto que un Senador gane tanto.
Ambas tienen sus puntos fuertes: alguien que ocupa un cargo tan importante merece una justa retribución acorde a su trabajo (como debería ocurrir en cualquier puesto), pero a la vez es un tanto hipócrita que, un gobierno que asumió diciendo que iba a “ajustar a la casta” se aumente el sueldo.
Sea cual sea la postura que cada uno adopte lo que si es cierto es que ese tipo de cosas alejan mucho más a la gente común de la política. Es un golpe muy duro para todos aquellos que creemos en la política como una herramienta –la mejor- para transformar la realidad de las personas.
Tampoco es cierto que esto sea nuevo. Por el contrario, viene hace años y cada vez es más común escuchar gente que dice no creer en la política o en los políticos (cosas muy distintas, por cierto). ¡Y tiene lógica! ¿Cómo alguien podría confiar en que la política sirva para resolver sus problemas cuando es la propia política la que hace años le hace la vida más complicada y principalmente más pobre?
Es un vínculo a recuperar. Pero ¿cómo hacer que la gente vuelva a creer en la política? No hay una única respuesta ni soluciones mágicas, pero lo que se puede hacer es discutir estas cuestiones, ¡y que la política ayude un poco viejo!
La apolítica, no política o antipolítica son posturas cada vez más comunes, pero sorpresa ¡son posturas políticas también! No existe tal cosa como lo no político: todo es político. Por ese motivo es iluso creer que las instituciones de la sociedad, como la Universidad, son neutrales. No lo son, es cierto, deben esforzarse por no caer en el partidarismo (tarea muy difícil), pero objetivas imposible: que en nuestro país exista universidad pública es una decisión política.
Más allá de que no existe nada o casi nada que no sea político, la política debe recuperar su lugar como herramienta de transformación social, porque, a pesar de las fallas del sistema (es inconcebible que en nuestro país exista más de un 50% de la población pobre, solo por hablar del problema a escala local, ya que a nivel mundial es la misma historia y peor), la democracia sigue siendo la mejor herramienta de representación y resolución de problemas.
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