Esta palabra que te escribo nace de un sitio tranquilo, un lugar de la memoria que se ilumina solo con recordar la quietud de tu mirada. En ella hay un color que no logro definir, un misterio sereno como el de un lago al atardecer, que no es azul, ni verde, ni gris, sino la suma de todos ellos cuando la luz los acaricia por última vez. Es en esa profundidad donde a veces me pierdo, imaginando que mi propio reflejo podría nadar en sus aguas y encontrar, por un instante, un puerto.
Y luego está tu sonrisa. No es un acontecimiento estridente, sino un lento amanecer que transforma todo el paisaje de tu rostro. Es una curva suave que desdice cualquier sombra, un gesto que parece disolver el peso del mundo en el aire ligero que lo rodea. Es la clase de belleza que no anuncia, sino que simplemente es, como el rumor del mar en una caracola o el aroma de la tierra después de la lluvia. Una verdad elemental que no necesita de espejos para confirmarse, solo de quien la contemple con la respiración contenida.
Y es curioso cómo esa armonía, esa geometría perfecta y casual que eres, resuena aquí, en esta distancia que nos separa. El espacio entre nosotros no es un vacío, sino un eco. Cada kilómetro se llena con el recuerdo de tu presencia, con la certeza de que existe, en algún lugar bajo un sol distinto, una persona cuyo simple acto de existir posee la rara cualidad de la elegancia y la calidez genuina. Tu recuerdo llega a este cuarto no con nostalgia agria, sino con la claridad de una estrella lejana: no se puede tocar, pero sirve para orientarse en la noche.
Así, a través de este silencio escrito, quiero que sepas, sin que el ruido del elogio directo lo estropee, que tu imagen perdura. Que la esencia de lo que eres —esa combinación de mirada profunda y sonrisa generosa— viaja más allá de la física y el tiempo. Es un testimonio callado de que la hermosura auténtica, como la luz de las estrellas, llega siempre, aunque su fuente esté a años luz de distancia. Y esta página no es más que el firmamento en blanco donde proyecto, con un respeto casi reverencial, la constelación de tu rostro.
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