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    KOMOREBI

    Jun 22, 2024

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    OTOÑO

    Las mejillas ruborizadas, la respiración agitada, la nariz helada y el estómago ronroneaba.

    El sonido de las hojas y ramas secas que se partían debajo de sus pies, tocaban para él la melodía del otoño.

    Para quien no conoce el camino, es un tupido sendero de árboles en los que debes reparar en ínfimos detalles si uno no quiere terminar vagando por muchos kilómetros sin ser encontrado, o peor, ser devorado por algún animal salvaje.

    Para Lucas no era un inconveniente, ya los árboles eran para él como señales que le indicaban el camino a seguir, las piedras y arbustos le hablaban del tiempo que había pasado y las aves le remontaban viejos recuerdos.

    La hilera de árboles era interrumpida por un descanso de tierra que albergaba una pequeña cabaña en la que resplandecía el aurora detrás de sí.

    EL ARCÓN DE LOS RECUERDOS

    Se acerca lentamente hacia aquella, tapando con una mano su rostro; como escarbando en aquella gruesa cortina de luz que ahora acaricia con su calor.

    Sonríe de costado al ver que aún fuerte se erigía aquel noble y acogedor refugio en el que miles de momentos de su niñez se habían fundido en aquel salvaje paisaje.

    Lo primero que logró observar fue la puerta de entrada. Se veía gigantesca y pesada a los diez años de edad, pero muy corriente en la actualidad; nunca le agradó la forma en la que rechinada al abrir y cerrar.

    Pero si había algo que amaba de esa cabaña eran las enormes ventanas, ellas se encargaban de que la sala principal estuviese siempre iluminada. Le encantaba cuando las cortinas se abrían y el radiante sol se hacía presente en pequeños rayitos de luz.

    Se acercó a ellas, deslizó sus arandelas de una esquina a otra del tubo de aluminio, y rapidamente notó cómo la tierra volaba haciendo que millones de puntitos saltaran alborotados en las franjas de centelleante luz anaranjada.

    Sintió un calor en el pecho y un destello en el arcón de los recuerdos que mágicamente ahora se abría trayendo imágenes, olores, sabores, voces, como si de una película se tratase.

    Giró en el lugar y notó que el cuadro familiar se mantenía intacto, colgado en la pared que se encontraba detrás de sí.

    La imágen mostraba una mujer esbelta, pálida, de pelo rojizo y ondulado que en una gran sonrisa espontánea festejaba alguna ocurrencia de su bebé regordete acariciando su pequeña y negra cabecita. Éste, en brazos de un hombre de cabellos azabache muy prolijamente cortados y peinados para la ocasión, fornido y paternal, de mirada profunda y tierna miraba sonreír a ese par de ángeles que le hacían tan felíz.

    Algunas lágrimas de Lucas cayeron lentamente hasta perderse en la hilera de dientes que mostraba al ver tan emocionante escena.

    HOJAS CAÍDAS 🍂

    Una risa familiar lo sacó de sus cavilaciones.

    Corrió en su dirección sin mirar lo que hubiese a su paso.

    Abrió la puerta atónito esperando encontrar a su madre. Pero sólo encontró la habitación desolada.

    Sacudió la cabeza pensando en que quizás sus recuerdos eran demasiado vívidos.

    Lamentó haber escuchado aquello, es que ahora ya no estaba para abrazarla, ni para admirar su brillante sonrisa. Deseó haberla disfrutado más, haberle dicho cuánto la amaba.

    Sin querer aquello hizo que todo a su alrededor comenzara a tener un gusto melancólicamente agradable.

    Abrió la puerta para que ingresara la brisa otoñal, cuando vió afuera el hermoso color bronce en que estaba envuelta la naturaleza. Rápidamente tomó una mecedora que era de su padre y la colocó en la galería.

    Con la emoción olvidó la pesada mochila que cargaba en su espalda, la dejó sobre la mesa y buscó algo que comer.

    Con un poco de pan, mermelada y una gran taza de té se sentó en el lugar que ocupaba su padre cuando él era niño.

    Miró el horizonte brotado de árboles, el colchón de hojas que protegían las nuevas hierbas del frío y el cantar de las aves era el dulzor que en cada sorbo de té, daba el gusto justo de la tarde.

    Allí comprendió por qué él amaba tanto sentarse allí y admirar el descenso del sol.

    PUNTO DE QUIEBRE

    Una vez que logró recuperar fuerzas se propuso conseguir leña para hacer una hermosa fogata al caer la noche.

    Recordó que el hacha debía estar donde siempre.

    Unos martillazos en la cabeza del hacha dió para asegurarse que no se saliera y emprendió la caminata.

    No recordaba que la paleta de colores fuera tan diversa a medida que se movía por el bosque. Y cuando encontró el árbol ideal del cual proveerse de leña comenzó a trabajar.

    Un silbido hacía el tempo de golpe con el hacha.

    En cuanto terminó de silbarlo dejó caer el hacha, cayó de rodillas entre la hierba y se le llenaron de lágrimas los ojos.

    Corrió desesperado a través del bosque tropezando una o dos veces y rasguñándose el rostro con las ramas.

    Nada de esto sintió, poco podía sentir fuera del acelerado ritmo de su corazón.

    Entró en la cabaña, empapado en sudor y lágrimas.

    Arrancó de la pared el cuadro familiar, con fuerza lo golpeó para romper el marco. Solo repetía una y otra vez:

    —¡No puede ser real! ¡Dios, por favor, que no sea cierto! —

    Empapó los vidrios rotos con lágrimas, al ver que nada de aquello era un mal sueño.

    IMPACTO ⚡

    Lucas era muy parecido a su padre, excepto por el cabello. Era tan rojizo como el fuego, y tan ondulado como una serpentina. Igual que au madre.

    Desde que regresó a la cabaña, no podía dejar de sentir un gran nudo en el estómago.

    Creyó que todo eso se debía a la melancólica película de rememorar su infancia, pero el nudo fue escupido en el momento menos pensado en forma de melódico ritmo. Un ritmo que se repitió desde que llegó pero que ignoró tanto como el motivo por el cual se encontraba allí en primer lugar.

    Lucas caminaba por el bosque, un niño de 10 años jugando a las escondidas, silbando una canción pegadiza y callando cuando creía estar cerca de encontrar a su compañero.

    Se escondió detrás de una gran piedra, ocultando su sombra del sol que delataría su posición. Miraba por encima del hombro, tratando de respirar lentamente para no ser oído. Cuando oyó el crujido de una rama, saltó en una gran emboscada, sorprendiendo a otro niño de 6 años de cabellos tan negros como el carbón que ahora corría a gran velocidad para llegar a picar antes que su hermano mayor.

    Una épica persecución se llevó a cabo entre risas nerviosas, agitación y las hojas y ramas que sonaban estrepitosamente.

    Lucas extendió su brazo tratando de atrapar a Tomás, pero un ruido metálico se oyó "¡CHAZ!" y la imágen de Tomás desapareció de la visual. Reemplazando la risa por el espanto.

    Un gran grito desgarrador rompió el silencio del bosque. Lucas observó anonadado a su hermanito que tenía sus enormes ojos verdes llenos de lágrimas. Éste no paraba de mirar su pierna, ahora atrapada en una trampa para osos. Las hojas secas a su alrededor estaban cubiertas en una manta rubí y Tomás empalideció al ver que al moverse, podía notar que el extremo inferior de su pierna había sido cercenado.

    El cabello de Lucas nunca se había visto tan rojo como cuando su piel se tornó como la nieve. Corrió a tapar la herida de su hermano con un pedazo de manga que arrancó de su abrigo. Presionó con fuerza y le dijo:

    — Tomi, no importa lo que pase. No dejes de silbar nuestra canción. Necesito escucharte para estar fuerte. Vas a estar bien Tomás, no voy a dejar que nada te pase.—

    Cargó a su hermano en la espalda y comenzó a correr a toda velocidad.

    El frío y el cansancio hacían que su respiración se agite y el miedo tenía a su corazón latiendo a toda velocidad, dando golpes dolorosos en su pecho.

    Lo único que mantuvo a sus pies en movimiento fué la tenue melodía de su canción de hermanos que suavemente disminuía a medida que su hermano perdía fuerzas.

    Entre las columnas de madera se logra divisar a lo lejos su cabaña y Lucas con mucha emoción exclama:

    — ¡Tomás! ¡Es nuestra casa! Te vas a poner bien, lo prometo ¡No dejes de silbar por favor!—

    Un ardor en su cabeza le cae como un rayo y sólo puede ver cómo la cabaña ya no se acerca.

    Ve como cayó rendido al suelo. Ya no oye a su hermano, gira en el suelo y puede ver cómo una enorme garra sostiene el cuerpo de Tomás, mientras una terrible dentadura desgarra su rostro.

    Lucas no puede moverse, pero puede hablar, y aunque la bestia no comprenda una palabra de lo que dice, él habla con el corazón adolorido de ver cómo pierde a su hermano del alma:

    — ¿Cómo pudiste arrancarme el alma antes que la vida? ¡Mi hermoso hermanito! Arrancaste su cara y con ella te llevaste cada sonrisa y mirada. —

    Poco a poco se nubló la vista de Lucas, logró ver cómo su padre le disparaba a la bestia y corría hacia ellos. Pero era demasiado tarde, sólo pudo sonreír a su padre antes de fallecer por la herida en su cabeza.

    El cuadro familiar que él vió en la cabaña, había sido alterado por su mente. Rompió el marco para ver la imágen completa y lloró a mares al ver que tomado de la mano de su padre había un bello niño pelo rojizo.

    Habiendo completado el rompecabezas de su desenlace, camina en la profundidad del frondoso horizonte y deja atrás el bosque para adentrarse en el atardecer para siempre.

    Chiara Antichi

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