Supe hacerle frente a verdades duras, tajantes, monstruosas. Reconozco esa tierra, sé cómo pisar ahí.
Sin embargo, no sé lidiar con la incertidumbre. Me resulta siempre cruda, indomable.
Donde me faltan palabras, donde los gestos me quedan cortos, difusos; es donde empiezo a sentir en el aire ese olor a tragedia que aún no fue. El que me cuenta que se avecina lo peor, lo irremediable.
Yo me imagino que así se debe sentir cuando empezás a notar los primeros signos de que se avecina un tornado.
El viento que empieza a formar un remolino, el cielo oscuro, la nube baja y grande.
El miedo, flotar entre tiempos larguísimos, lo inabordable de esperar cuando no se quiere lo que se espera.
La incertidumbre levanta mi casa, me deja desnuda, vulnerable, en deuda. Es el traje que siempre me queda grande.
A veces creo que tanto temporal, rompió mi criterio. Viene llovizna, me grito "tornado".
No sé cuándo es seguro volver a abrir las ventanas.
¿Y si lo que me toca la puerta es el sol?
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