juventud

mis ojos escuecen, pican y duelen por aguantar mil lágrimas de rabia e impotencia.

con ellos observo atentamente el mundo que se forma a mi alrededor o el que ha quedado como resultado del pasado. me paralizo involuntariamente, sin ser capaz de tolerar que una gran transformación sea imposible, por lo menos al instante y en solitario.

quiero cambiar el mundo. lo digo alto y claro, lo digo con rabia, tristeza, reivindicación y con amor. porque este último sentimiento es lo que me impulsa a la reacción. amo a la humanidad y, supuestamente, esta debería ser una sensación permanente en cada ser humano. sin embargo, mis ánimos disminuyen y siento pena a medida que crezco; me abandona la poca inocencia que retenía con todas mis fuerzas.

ese fuego que siento en mi pecho y en mi voz no se apaga aunque los más longevos rayos del sol me digan que no importa cuanto haga, pues no vale la pena. hace unos meses cumplí los dieciocho y no voy a permitir que el mundo que me vaya a cuidar el resto de mis días esté lleno de atrocidades. no quiero callar, quiero actuar y demostrar que puedo seguir amando a la humanidad.

de vez en cuando soy consciente de que en unos años el fuego se apagará levemente, de que mis ojos derramarán alguna pequeña lágrima, acostumbrados ya a la peor faceta del ser humano; y de que probablemente recuerde con ternura mis protestas y mi alma asesina de las injusticias.

Pero hoy no me identifico con ello, hoy sigo levantando el puño como si tuviese el corazón entre mis dedos, sigo alzando la voz como muestra de mi ferviente juventud.