Dicen que todo gran viaje empieza con una separación. Y tal es así, que un día Jung se separó, de una idea, de un mandato, de una corriente...para poder encontrarse.
Lo llamaban "psiquiatra"..pero decir sólo eso es como decir que el oceáno es sólo agua.
Carl Gustav Jung nació en un mundo que aún creía poder medirlo todo.
La mente, decían en ese entonces, era una "máquina perfecta".
Causa-Efecto-Tristeza-Razón=Diagnóstico.
Todo debía ser explicado.
Pero hay momento en los que la realidad susurra..
No grita, no golpea la puerta, no hace ruido. Sólo se cuela.
Como el viento entre las cortinas, como un pensamiento que te atreviesa y no sabes de dónde viene.
Como ese sueño siempre difuso que se dibuja en el aire de la mañana.
Una coincidencia...que no parece tal.
Hay quienes lo ignoran. Y hay quienes lo sienten (aunque no sepan por qué.)
Una vibración, un escalofrío, un deja vu, algo que te detiene justo antes de cruzar la calle.
Como si una fuerza mayor, desconocida, te estuviera mandando una señal, o como si algo que no entendés estaría tratando de captar tu antena con frecuencias que no entendés ni un poquito.
Jung quizás, entendía ese lenguaje. Escuchaba voces. Pero éstas no venían de afuera, sino de adentro.
Fue un viajero, un explorador del alma, un hombre que miraba los sueños como mapas y pensaba que los símbolos eran puertas hacia lo (des) conocido. Veía al alma humana no como a un problema que había que resolver, sino como a un misterio que había que honrar.
Y mientras otros diseccionaban pensamientos, él buscaba sentido en lo que no se ve.
En lo que duele.
En lo que vuelve.
En lo que nos encuentra...aunque ni siquiera lo estemos buscando.
Fue discípulo de Freud, el padre del psicoanálisis. Compartían una misma obsesión: descifrar el inconsciente.
Pero un día, Jung sintió que aquel camino compartido, se volvía cada vez más angosto. Que la teoría de Freud, tan centrada en los impulsos sexuales, en los traumas de la infancia, estaba dejando afuera algo inmenso. Algo sagrado.
Y entonces lo supo. Con la certeza que sólo dan las corazonadas. Se abrió, se fue por su cuenta. Siguiendo una brújula que no le marcaba el norte...sino lo invisible.
Desde ahí, empezó a abrir puertas hacia un territorio que nadie había explorado. Un puente entre la psicología y la espiritualidad. Entre la ciencia y el alma.
Fue un pionero, pero no de esos que pisan fuerte y hacen ruido. Caminaba en silencio, pero cada paso suyo abría una grieta en lo establecido.
Nos enseñó a mirar hacia adentro sin miedo. A respetar lo que no entendemos. A leer los sueños, el tarot, la astrología...pero no como supersticiones, sino como mapas. Lenguajes del alma.
Él fue quien nombró por primera vez a esa red invisible que nos une, llamada "inconsciente colectivo": un lugar donde viven imágenes que todos compartimos aunque vengamos de distintas tierras; La madre, el Héroe, la Sombra, el Sabio Vidas arquetípicas que nos guían desde siempre.
Y fue Jung también quien no susurró que sanar no es simplemente dejar de sufrir. Que el verdadero viaje es integrar: lo que sabemos y lo que no, lo que vemos y lo que se esconde. Porque sólo cuando abrazamos nuestras partes, decía, podemos estar verdaderamente completos.
Y entonces...llegó a la joya de la corona Una palabra que seguramente escuchaste y leíste, pero no sabes bien su significado:
SINCRONICIDAD
Imaginate esto: vas caminando por la vida, movido/a por causas y efectos, como todos/as. Empujas un vaso. El vaso se cae. CAUSA-EFECTO. Todo muy simple.
Pero un día...pasa algo.
Algo sin explicación lógica. Una coincidencia ta improbable, tan íntima, que te obligar a frenar. Miras al rededor. Pensás si es un error en la Matrix, o un deja vu...
Y ahí lo entendés (o no): el universo te acaba de susurrar.
Jung definía a la sincronicidad como: "la coincidencia significativa de dos o más eventos, donde algo más que la causalidad está en juego."
Pero no se trata de cualquier coincidencia. Es cuando tu mundo interior se entrelaza con el mundo exterior, en una danza perfecta, misteriosa...significativa.
Como si el universo conspirara para mostrarte algo que tu alma ya sabía pero que tu mente rígida todavía no se animaba a ver...
¿INTUICIÓN?
No hay causa directa, pero sí un sentido profundo que la sostiene.
Descubrió también, que estos fenómenos, suelen aparecer en cruces de caminos, momentos específicos como procesos de "duelo", "nacimientos", "muertes", "separaciones", "crisis". Cuando la emoción está a flor de piel.
Entonces la consciencia se "relaja", y el inconsciente toma la palabra.
Pensaba que el universo no era sólo espacio, tiempo y causa. Que faltaba algo más. Un hilo invisible que univera lo psíquico y lo material. Y ese hilo, decía, es la sincronicidad: una forma secreta de orden, una clave, un lenguaje del alma.
Con respecto a los sueños, no trataba de interpretarlos como acertijos que deben resolverse, sino como cartas enviadas desde lo más profundo del alma. Para él, un sueño no era sólo un eco del pasado o una pista de trauma. Era una guía. Un lenguaje simbólico al que debemos prestarle atención porque posee mucha información si aprendemos a descifrarlo.
"El inconsiente no habla en prosa. Habla en poesía."
No le cerraba la puerta a lo que otros desdeñaban como "místico". No rechazó a la Astrología, al contrario, la consideraba "la suma de todos los conocimientos psicológicos de la antiguedad". Pero NO para predecir el futuro o como una superstición, sino como herramienta para conocerse a uno mismo. Para entender los movimientos del alma, las configuraciones simbólicas que habitan en cada uno.
Lo mismo con el Tarot. Aunque no lo estudió a fondo, lo respetaba profundamente. Veía en cada carta; el Loco, la Muerte, el Ermitaño, un arquetipo. No un destino fijo, sino un espejo de un movimiento psíquico.
Jung construyó un puente: entre la ciencia y el mito, entre la psicología académica y la sabiduría simbólica de los tiempos antiguos.
Y lo más importante de todo: nunca pidió fe ciega. Pidio experiencia. Que lo simbólico no sea una creencia, sino una vivencia personal.
Hoy, en tiempos atravesados por la ansiedad, la confusión, el exceso de información, y la búsqueda constante, sus ideas, vuelven a vibrar, está de vuelta.
Porque mucha gente ya no busca un diagnóstico y "curarse". Busca sentido. Busca símbolos que le hablen. Traducir los mensajes del universo interior. Reconciliarse con sus sombras...y sobre todo, encontrar un propósito.
Ese proceso tan complejo que Jung llamó "individuación", que es emprender el camino de volver a ser uno mismo, no una copia de lo que esperan de nosotros. No un personaje, sino una totalidad viva, donde la luz y la sombra puedan convivir.
Casi un siglo atrás, ya lo intuía, que vendría un tiempo como éste, en el que mirar hacia adentro sería tan vital como respirar. Un tiempo en donde el alma volvería a pedir la palabra. Y lo invisible...se volvería urgente.
Asique la próxima vez que una "sincronicidad" te haga frenar y pensar, cuando sientas que hay algo más detrás de ese encuentro, esa cara, ese número, ese sueño, ese símbolo, esa canción...recordá que quizás estés recibiendo un susurro del universo, un mensaje encriptado pero certero.
Porque el alma, como lo sueños, no grita: susurra.
Y quien sabe escuchar, comprende, que nunca estuvo solo.
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