mobile isologo
buscar...

Jane.

kara

Aug 16, 2025

109
Jane.
Empieza a escribir gratis en quaderno

Janell Alessandra, te escribo con el puto vómito acumulado en mi garganta, con la bilis subiendo como un incendio que no sé dónde apagar. Exhibo aquí, en este rincón miserable y brillante a la vez, el único escenario donde puedo arrastrar tu nombre con la misma furia con que me arrastraste a mí. Y como te encanta tanto la maldita lateralidad, ese gesto de tirar la piedra y luego esconder la mano, ese arte vil de deslizarte entre las grietas para nunca asumir responsabilidad, pues toma: no vas a tener más que lo que quieres. Tu imagen, tu nombre, tu miseria expuesta. Porque a partir de ahora todo el mundo va a saber de tu descarez, de tu cobardía maquillada de ternura, de esa voz que supo acariciar y después supo apuñalar. Vamos a hacerlo. No hay marcha atrás.

Buenos días y saludos para los que se encuentren leyendo este escrito. Lo digo con plena conciencia: esto va tanto para la destinataria como para ustedes, lectores casuales, testigos obligados de un duelo privado vuelto público. Me presento: soy Katherine. Y si revisan mi perfil, verán la huella de lo que fue mi único escape, mi única manera de sobrevivir al silencio: poemas, fragmentos, escritos enfermos de amor. Cada palabra fue un naufragio, cada línea una confesión ahogada para intentar no morir del peso de querer a Janell. Y Janell…

JANELL TIENE EL MALDITO DESCARO DE DECIR QUE HE AMADO A OTRA.

¿Se dan cuenta de la dimensión del cinismo? Yo, que gasté cada célula en sostener su nombre como si fuera un altar, yo que arrastré el cuerpo por días y noches inventando excusas para justificar sus frialdades, yo que me destruí entera con tal de no aceptar que estaba frente a alguien incapaz de amar sin mentir. Y ahora, después de todo, se atreve a acusar, a señalar con ese dedo sucio de miedo, a proyectar en mí la traición que sólo vivía en su cabeza.

Esto no es despecho barato, no es la rabia de una herida superficial. Esto es el grito de alguien que fue empujada al abismo con la ilusión de que habría un par de manos esperando abajo. Y no había nada. Sólo piedras. Sólo la caída. Sólo este vómito que ahora, con la misma brutalidad con que me lo hiciste tragar, yo lo devuelvo aquí, palabra por palabra, con la furia intacta.

4 AÑOS, SEÑORES.

4 años.

4 años volviendo.

Regresando.

Volviendo.

Regresando.

Volviendo.

Regresando.

Volviendo y regresando.


Sí. Sí. Voy a admitirlo abiertamente: la culpa de las idas y vueltas del año pasado también fue mía. Voy a admitir que irme en diciembre, aunque me miraras con esa cara de decepción, aunque me dijeras que no explicara por qué me retiraba otra vez de tu vida ,a lo que ya estabas malditamente acostumbrada, fue mi decisión. Y te debió tomar por sorpresa que en todo el año yo no volviera. Que no te hablara. Que no te buscara. Porque como tú lo dijiste con esa seguridad ciega: “estoy acostumbrada a que siempre regresas.”

Qué rápido mi tristeza se transformó en dolor. Qué fácil ese dolor se deslizó como melancolía en mi cuerpo. Y sí: el año pasado estuve casi domesticada a ese ciclo enfermo de ir y volver. Pero ¿sabes qué? Yo ya no quiero eso.

En navidad me advertiste, casi como si fuera un contrato maldito: “si no vienes conmigo, vamos a repetir el mismo año otra vez.” Lo dijiste como si yo no tuviera elección. Como si estuviera condenada a sufrir contigo o sin ti. Y yo no quería sufrir, pero tampoco quería que sufras. Y ahí estuvo mi error: pensar que mi deber era cuidarte incluso cuando tú no sabías cuidar de mí.

Yo siempre he creído que si quieres a alguien, vas, lo buscas, lo sostienes. Y el año pasado yo no podía sostenerte. Mis problemas me ahogaban, me colapsaban, me desbordaban. Fui lo suficientemente egoísta para tenerte en ese ciclo de idas y vueltas, sí. Pero también lo suficientemente responsable para reconocer que lo nuestro era veneno: nos envenenábamos teniéndonos cerca, y nos destruíamos teniéndonos lejos. No funcionábamos como pareja.

Y ahora te lo pregunto, Janell:

¿Tú hubieras vivido así?

Yo no.

Por eso decidí irme. Porque te acepté presionada, del mismo modo en que cuando yo te pedí volver, tú también aceptaste presionada. Todo fue un círculo viciado de culpas y silencios que ninguno quiso sostener. Y supongo que no puedo exigir que te guardes esas palabras, porque estabas en tu derecho de extrañarme, aun cuando yo ya no “te quisiera de vuelta”. Lo admito: puedes descargar toda la responsabilidad en mí por haberme ido sin avisar, por desaparecer sin un cierre limpio. Descárgala, si quieres. Yo lo acepto. Porque tú y yo sabíamos que éramos el antídoto y el veneno al mismo tiempo. No necesitábamos nombrarnos nada porque ya lo éramos todo. Y aun así, hoy no sé qué demonios buscaba en ti. Solo sé que me estremece recordarlo. Tiemblo. Tiemblo. Tiemblo todavía.

El día de mi cumpleaños te escribí un poema en este sitio. Ese fue el mismo maldito día en que me enteré de que salías con Keny. Conté los días con rabia: fueron catorce. Apenas dos semanas desde que habíamos terminado o desde que dejamos de nombrar lo que fuera que teníamos, como quieras llamarlo. Dos semanas.


Y lo que más me revienta, Janell, es que dos semanas antes yo estaba llorando contigo. Estábamos llorando los dos en Navidad. Yo con el pecho desgarrado, hablándote durante una hora entera de lo que significabas para mí, de cuánto me dolía soltar lo que todavía ardía. Me costó tres meses borrar ese chat, esa conversación que todavía me quemaba en la piel. Tres meses. Me destrocé tanto que hasta publiqué aquí la despedida que te di.


Realmente, Janell. Realmente.


Me pongo a pensar.

Me pongo a pensar que probablemente malinterpretaste todo, pero nunca hubo nada explícito para que lo hicieras. Me quema preguntarme qué habrás visto, qué habrás inventado, qué detalle torciste en tu cabeza para creer que yo tenía a otra. cuando contigo fui brutalmente clara, cuando le gritaba a todos mis amigos lo mucho que te amaba, como si repetirlo hiciera imposible que se me escapara de las manos.

me pongo a pensar… ¿si me conociste?

si realmente me conociste, sabrías que yo no voy regalando amor. sabrías que solo amé a tres personas en mi vida, y que ni siquiera a ellas les escribí tanto como a ti. sabrías que mi forma de amarte fue única, casi obsesiva, desgarrada. pero entonces me asalta otra duda: ¿me conociste tú a mí o solo conociste la versión que te convenía mirar?

Porque yo sí te conocí.

Yo sí me acuerdo de ti terminando tu primera relación, agarrándote al primer cuerpo que se te cruzara como si fuera salvavidas. yo sí vi esa urgencia tuya de no estar sola, esa manera de disfrazar vacío con “romance”. Y me acuerdo también, cuatro años después, de ti jurándome que no eras la misma, que habías cambiado, que ya no eras esa persona que yo había visto desangrándose en brazos ajenos por miedo al silencio.

y claro… te creí.

como una idiota, te creí.

hasta que llegó mi cumpleaños.

hasta que te vi con keny.

y ahí, en ese instante, todo lo que habías dicho se desplomó frente a mí como si nunca hubiera tenido cimientos. me dio rabia, tanta rabia, porque en tus ojos reconocí lo mismo que vi aquella primera vez: esa necesidad desesperada de no enfrentarte a ti misma, de llenar el hueco con alguien más. y fue como si los años no hubieran pasado, como si tus palabras hubieran sido humo, como si el tiempo no hubiera hecho nada más que pintarte otra máscara.

me dio rabia porque yo me pasé la vida creyendo que lo nuestro estaba hecho de verdad, de entrega, de algo distinto. pero lo que vi en tu mirada ese día fue el reflejo de un engaño mucho más grande que cualquier malinterpretación: fue el engaño de creer que tú habías cambiado, cuando lo único que hiciste fue aprender a decirlo mejor.

De eso quiero creer que no tenía derecho a reclamarte. En realidad, creo que las dos hemos sido lo bastante pecadoras como para echarnos culpas en la cara. A veces sentía que te escondías detrás de tu falta de memoria, como si ese olvido fuera escudo y coartada. Pero lo cierto es que desde niñas teníamos una amistad tan brutal, tan intensa, que yo de verdad quería que todos mis momentos importantes pasaran contigo. No desde el deseo adulto, sino desde esa inocencia primera que parecía invencible. Te lo repetí mil veces, lo escribí en mis usuarios, lo dejé en cada rincón de internet: trece de enero. Desde hace cuatro años, siempre quise que aparecieras, aunque fuera con un insulto, como decías que querías que yo apareciera.

Te lo mencioné tantas veces el año pasado. Era mi sueño desde los trece: que me saludaras en mi cumpleaños. Y a veces me vuelvo esa niña otra vez, la que solo quería que tuvieras tiempo para jugar conmigo, para hablar de nuestros juegos favoritos. Pero ese día, a diecisiete minutos de las tres de la tarde, lo único que vi no fue tu mensaje. Fue a ti con ella.

Bien jugado. Lo entiendo.

Me acuerdo que una vez me dijiste que, si yo no iba contigo, te irías con alguien igual a mí y me sacarías celos hasta que yo terminara odiándote. No lo tomé en serio. Pensé que era un arrebato, que hablábamos con la piel expuesta. Pero lo cumpliste. Con acciones, con saña, con precisión quirúrgica. Está bien, estabas resentida. Yo también tengo mis resentimientos. Y, aun así, lo que perdura en mí es esa imagen: mi cumpleaños, mi maquillaje corrido, mi cuerpo temblando. Dos cumpleaños seguidos llorando por ti. Y juro que quiero que sean los últimos.

Si revisas lo que escribo aquí, lo verás: nunca intento atribuirme tus cambios después de nuestra ruptura. Esos logros son tuyos. Los míos me pertenecen solo a mí. No quiero manchar tu autonomía con mi nombre.

En fin. Después del golpe bajo que recibí en mi cumpleaños decidí que lo mejor era ir a terapia, porque no veía ningún reparo en mí y, de no hacerlo, seguiría perdidamente enamorada de ti como siempre. Me borré de redes una semana entera porque necesitaba silenciarte aunque fuera por un instante, necesitaba engañarme creyendo que la ausencia digital podía aliviar la ausencia real. Comencé a ir con mi psicóloga, y sigo yendo, sigo ahí, intentando recomponer un mapa roto en mil pedazos.

Me da rabia, aun ahora, que con todo lo que se me vino encima ,la muerte de mi mascota, la de mi abuelo, el atropello de mi tío, el peso aplastante de querer entrar a la universidad mientras todo se me desmoronaba poco a poco yo esté aquí, dándome el tiempo para escribirte esto. Y que al hacerlo, al abrir estas heridas con palabras, se me baje apenas un poco la náusea que me quema cada día.

Y sin embargo, aunque tal vez no tenga derecho a reclamar nada, aunque tal vez sólo sea mi visión torcida de lo que pasó, no puedo callar. Porque si vienes a acusarme de haber tenido una relación de ocho meses con otra chica, lo único que me atraviesa es el desconcierto: ¿ocho meses? Apenas me entero. Ocho meses en los que estuve aquí, dejándome la piel en poemas que no eran otra cosa que gritos ahogados hacia ti. Poemas que escribía para olvidarte, sin atreverme a decírtelo de frente, sin acercarme de manera invasiva, convencida de que esa distancia era lo más digno que me quedaba.

Y lo detesto. Detesto que pienses tan poco de mí, que tu primera imagen de lo que fui, de lo que soy, sea una mentira que jamás cometí. Detesto la facilidad con la que me reduces a una sombra ajena. Y entonces me pregunto, con la rabia y la tristeza clavadas como astillas: ¿me amaste? ¿De verdad me amaste, si ahora puedes pensar eso de mí? ¿Yo te amé? ¿De verdad te amé, si sigo preguntándome por qué piensas eso de mí?

Todo este odio antes fue amor. 

Y cuando vi cuánto habías cambiado, cuando decidiste teñirte el cabello de un color completamente opuesto al marrón, cuando alteraste la forma en que te vestías, la estética con la que te reconocía, me atravesó una sensación extraña: fue reconfortante y, al mismo tiempo, doloroso. Porque recordé por qué mi distancia era lo mejor para ambas. Para ti, porque necesitabas el espacio de tu propia transformación; para mí, porque no quería y ni podía atribuirme nada de tu autonomía. Cambiaste de raíz, y pensé que cualquier intento de acercarme, incluso una notificación mínima, sería como romperte de nuevo. No quería hacerlo. No podía. Ya había avanzado demasiado, o eso intentaba convencerme.

Pero hay un momento grabado en mi cabeza que me mostró con claridad que no debía volver. Fue en diciembre, cuando todavía sosteníamos ese adorno frágil de llamarnos “amigas”. Nos peleamos por algo que aún hoy me resulta incomprensible, algo que quizá nunca tuvo sentido. Según tú, estabas bien, aunque seguramente estabas enojada. Y entonces una de tus amigas tomó una foto tuya. Nunca olvidaré esa imagen: tus ojos tristes, caídos, despojados de todo brillo. Me asfixió saber que yo era la razón, me pesó como una culpa sin redención posible.

Después, cuando vi tu foto de perfil, con el cabello distinto, la mirada distinta, con el brillo nuevamente encendido en tus ojos, me encontré sintiendo una calidez inesperada. Como si ese resplandor me diera permiso para soltar. Fue antes de que el rencor regresara a invadirme como ahora, antes de que la herida volviera a supurar. Y nunca lo olvidaré, porque fue en ese instante cuando comprendí, con una mezcla de alivio y vacío, que ya no había ninguna razón para volver. Que avanzabas, lento pero seguro, a tu propio ritmo, y que mi lugar ya no estaba ahí.

Qué curioso, qué cruel también, que una de mis razones para dejar de amarte haya sido verte recuperando tu brillo.


Fue eso, y no fue verme arrastrada comparándome con esa chica. Fue eso, y no fue mirar cómo jugabas con la metáfora de la luna y el sol, como si no hubiéramos construido juntas un universo entero, como si no hubiera dibujado con mis manos una animación entera porque sentía que esa imagen era nuestra, íntima, intocable. Fue eso, y no fue cuando vi cómo pisoteabas un dibujo mío como si fuese cualquier garabato olvidable. Fue eso, y no fue ver cómo tus ojos se desviaban hacia otras, intentando adivinar a quién más dejabas migajas de atención, como si lo nuestro hubiera sido siempre demasiado poco. No entiendo cómo pudiste decir que había alguien más, cuando bien sabes que fuiste la única, la maldita niña de mis ojos.


Pero claro, tú me diste motivos para compararme. Me diste nombres, uno tras otro, como si fueran piedras que yo debía cargar. Layra, fulana, mengana. Me hablabas de ternura como si yo jamás hubiera encarnado ese concepto, y sin embargo, cuando yo mencionaba a otros, siempre terminaba volviendo a ti, como si todo lo demás fuera polvo. No sé qué esperabas tú de mí, ni sé qué esperaba yo de ti. Solo sé que fueron cuatro años de tortura constante, la clase de tortura que se lee en diarios ridículos de adolescentes que creen que el mundo se les acaba. Y sin embargo, no era un cliché. Era real.


Lo peor, lo grotescamente irónico, lo que parece escrito por una mano cruel con un sentido del humor retorcido, fue esa coincidencia. Yo te decía que podría pedir e ir a tu ciudad, que te buscaba en los rincones de mi país como si en cualquier esquina pudieras aparecer, aunque sabía que era una fantasía absurda. Y entonces, cuando ya te había relegado al rincón más polvoriento de mi memoria, cuando ya no esperaba nada, mi madre y mi hermano me sueltan de golpe, como un baldazo de agua helada, que al día siguiente iríamos a Brasil. A una ciudad de Brasil.


¿Y cuál ciudad, de entre todas las malditas ciudades posibles, tenía que ser?

La tuya.


Qué preciso es el azar cuando decide burlarse de mí. Qué puntual es la vida cuando quiere escupirme en la cara.


Ahora lo digo sin colapsar, pero apenas llegué a Brasil me derrumbé. Comencé a hacer apuestas tontas, pensando que si te encontraba le pagaría diez dólares a mis amigos. Gracias a Dios no pasó. No pasó porque me contuve. Sabía que habías cambiado, pero por un instante volvió tu voz, lenta y quebrada, del 26 de agosto del año pasado, hablando de tu primer beso, imaginando mi cara, imaginándome allí. Pensé en mis sueños contigo, en cómo todo estaba al alcance de una llamada que nunca hice.


No podía. No podía acercarme. Veía tus palabras, tu deseo de que me sintiera enferma, y dejé que pasara, tragándome la rabia y la nostalgia de todo lo que me habías arrancado. Fue la coincidencia más absurda y cruel que me ha tocado vivir, un golpe de destino burlón.


Me fui. A inicios de agosto intenté matar al fantasma de la Katherine que todavía creía que era el sol y tú la luna. Intenté ser invisible, delicada, cuidadosa, medir cada gesto, no romper nada de lo que quedaba de mí. Comencé a seguirte un poco, despacio, midiendo cada movimiento, sin invadir tu espacio. Pero lo hiciste.

Incluso cuando me aseguré de no interferir en tu autonomía, incluso cuando creí que respetarte era lo único decente que podía hacer, me pediste volver.

Qué descaro. Qué absoluto, maldito descaro.

Y así es como llegamos hasta aquí, y descubro que no importa cuánta furia me habite. Al final me compadezco de mí misma: por haber sido tan intensa contigo en estos cuatro años, por haberte escrito tanto, por haberme desgastado en exceso. Y sin embargo ahora duermo tranquila, porque no fallé a mi palabra: en diciembre te ofrecí una despedida certera. Duermo tranquila porque alguna vez pensé que si algo malo me ocurría lo merecía, y aun así seguí, cambié, y sé que cambié de verdad.

Pero, Janell.

Si tú cambiaste de manera tan radical, tan distante de aquella muchacha de la que me enamoré, de la que incluso renegaste, ¿qué haces aquí? ¿Qué haces aferrándote a mi recuerdo, a la ilusión de que yo regrese? ¿Y la responsabilidad que yo tomé? ¿Y esa acusación absurda de que la que tuvo novia fui yo? ¿Perdón?

Dios santo. El reniego se me sube a la garganta como un fuego oscuro que amenaza con estallar. 

Es ahora donde voy a hacer lo mismo que dijiste que hiciste. Es ahora donde voy a rogar, a suplicar. Mírame, Jane: estoy de rodillas. Estoy de rodillas, estoy rogando. Lo grito, lo arranco de mí: por el maldito amor de Dios.

POR EL MALDITO AMOR DE DIOS.

ME HACES SENTIR COMO SI NUNCA HUBIESES ESTADO ENAMORADA DE MÍ.

COMO SI TODO HUBIERA SIDO UNA FARSA.

INCLUSO EN MI SEPULCRO TE BURLAS DE MI AMOR.

INCLUSO DESPUÉS DE LO QUE TE ROMPIÓ A TI, DE LO QUE ME ROMPIÓ A MÍ TERMINAR, TE ATREVES A PEDIRME QUE VUELVA.

Por el amor de Dios. Si queda un poco de humanidad en ti, te lo ruego: bórrame.

Bórrame de ti.

Ese es el unico regalo de un aniversario de un año cumplido de algo que no tuvo un nombre en especial.

Eso es lo unico que quisiera el 26 de agosto.

No quiero que nadie vuelva a asociarme contigo. Nunca. Nunca más. No lo digo desde el odio: lo digo porque me he consumido demasiado amándote.

Nunca más, Jane. Nunca más.

Si realmente me amaste, hazme un último favor: nunca hables de mí. Niégame en público si quieres, invócame en privado si lo deseas, pero nunca más dejes que mi nombre respire en tu boca. Ni una sola mención. Ni un susurro. Ni un vestigio. Ni en tus listas de canciones. 

Si nunca existí, mejor.

No soporto la náusea.

No soporto haberme desgarrado en terapia, un año entero peleando contra tu sombra, arrancándome pedazos para sobrevivir, y que ahora decidas que sí, que quieres que vuelva, que volvamos al mismo infierno.

Nunca más.

Te lo suplico. Nunca más.

Ya tuve suficiente en enero y ya tuve suficiente matandome sabiendo que tu estaba cambiando y que te estaba resultando y a mi tambien. la vida me esta pidiendo que rompa un patron, sabes? estoy a dias de mi examen de admision. igual que el año anterior, donde este problema sucedio el mismo dia de un examen importante. siento que la vida me esta dando la oportunidad de poder romper el patron de ambas. y siento que ya hay nuevas caras en mi vida que me enseñan el amor sano, amistoso, y que tengo que soltarte para poder amar sano. como antes lo hacia.

Yo sé que tú también tienes personas. Que hay quienes te rodean, que hay manos que ahora sostienen las tuyas. Entonces, por dios, deja de voltear al pasado. Valora a los que sí te tienen y regocíjate en eso. Déjame en paz.

Mi único arrepentimiento es miserable y pequeño: no haber inventado una excusa en agosto para faltar a la escuela, y así haber podido robar más horas contigo. 

Este es el último poema que te hago, Janell. Lo he repetido tantas veces, me he convencido tantas veces de que era el último, pero ahora lo sé: ya tuve suficiente. Estoy vacía. Ya no hay nada que escribirte. Me voy a ir de las redes, voy a arrancar cada rincón donde tu sombra todavía me habita. No volveré a esta cuenta, la voy a borrar, la voy a incendiar si hace falta. No más. No más, te lo juro. Voy a borrar todo rastro de que alguna vez exististe en mi vida. Cada mención. Cada huella. Incluso el maldito comentario en febrero, cuatro años atrás, que fue la chispa de esta condena. Volvere cuando dejes de doler tanto, pero no aqui.

Me dueles. Todo esto me duele como ácido en la sangre. Jane, me dueles tanto que me revienta el cuerpo, que me pregunto si odiarte es lo que me queda. Y aun así, no sé. Me duele tanto que ya no hay diferencia entre amor, odio o muerte. Solo sé que no voy a volver. Porque volver sería hundirme en la misma llaga. Porque esto es demasiado malo, demasiado venenoso.

Así termino, mi última despedida a mi antigua musa. Y cierro con el mismo verso de Neruda con el que me confesé por primera vez a ti. Pero ahora lo escupo, con la sangre hirviendo y la garganta ardiendo:

Aunque este sea el último dolor que ella me causa,

y estos sean los últimos versos que yo escribo.

Sinceramente,

Katherine.


kara

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión