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    Jacinto "el rabona" Machuca

    Abr 11, 2024

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    Jacinto "el rabona" Machuca
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    Ese clásico llegaba en un momento malo para los dos equipos. Estábamos en mitad de tabla, y ellos dos puntos abajo. El partido salvaba el año para el ganador, y hundía al perdedor en el abismo de la mediocridad.

    Aquel domingo 26 de mayo de 1981 yo estuve en la cancha. Yo fui parte de la tarde histórica. No me lo contó nadie, mis ojos fueron testigos de la gloria.

    Había ido a ese partido con Pipino y El Soda. Dos amigos de toda la vida. Entre los tres armábamos un equipo perfecto de hinchas. 

    Pipino era ultra cabulero, religioso, creyente de todos los santos, macumbero, y sensible como pocos. Él se encargaba de toda la parte espiritual. Le preguntábamos todos los partidos que ropa usar y en que lugar de la cancha posicionarnos. 

    El Soda era de esos tipos super tranquilos, pero cuando el arbitro pitaba el comienzo de los partidos se convertía en un animal. Un barrabrava capaz de cualquier cosa. Su apodo se debía a que era el primero en iniciar los silbidos cuando los rivales tenían la pelota. Su sonido era imponente.

    Yo completaba el trío con la parte más racional digamos. En aquella época era un obsesivo de la táctica, la estrategia y las estadísticas. Una enciclopedia andante de fútbol. Constante fuente de consulta cada vez que debutaba un pibe de las inferiores. Yo tenía todos los datos.

    Ese partido se venía jugando igual que todos los últimos clásicos. Trabado, peleado, hablado. Nadie pateaba al arco. Igual que los últimos enfrentamientos, donde el empate reinó en el marcador.

    Cuarenta minutos del segundo tiempo, tiro libre para ellos, recto al arco, a unos cuatro metros de la empanada del área. Acomoda El Flaco Soto, defensor central rival. Le pegaba con un caño. Si pasaba la barrera e iba al arco era gol.

    Tomó carrera Soto y en la tribuna El Soda arrancó con la silbatina. Pipino se arrodilló, en una mano tenía un Rosario y en la otra una estampita. Rezaba con los ojos cerrados. Yo dije en voz alta "este hijo de puta metió cuatro de los últimos cinco tiros libres que pateó ", esperando que alguien a quien le sirva recoja ese dato.

    El flaco Soto le metió una bomba terrible que pegó en la barrera, la pelota salió altísima hacia la mitad de la cancha, junto a la banda izquierda. Ahí la recibió de pecho nuestro diez, el zurdo, Jacinto Machuca.

    Machuca era de esos volantes ofensivos de pura calidad. Jugador de paladar negro, pisaba la cancha en puntitas de pié. Cuando ponía la pelota abajo de la suela de su botín izquierdo era imposible quitársela. 

    Metro ochenta, flaco, pelo negro y lacio largo hasta los hombros, bigote tupido y vincha para que el pelo no le tape sus ojos azules. Un elegante.

    Como muchos talentosos, Jacinto Machuca, era de esos jugadores "laguneros". Le costaba mucho entrenar, y le gustaba andar en los bares por la noche. Cuando entraba al campo inspirado era un deleite para el hincha, pero cuando no tenía ganas de jugar, era uno menos. Siempre que Machuca jugaba bien, Pipino repetía la misma frase: "si jugase todos los partidos así, estaría en el Real Madrid, no acá ".

    Recibió la pelota y el reloj marcaba tiempo cumplido, el arbitro adiciona un minuto más, para que el bodrio que estabamos viviendo termine rápido. 

    Delante del crack, esperaba firme el latrtal derecho rival, que se había quedado de relevo tras la pelota parada a favor. Jacinto lo encaró con pelota dominada, el rival sabía que Machuca era muy zurdo, así que le marcó la banda, para que no pueda salir por afuera. El diez saca una jugada espectacular: miente ir por afuera, quiebra la cintura, engancha para adentro y deja desairado al contrincante. La pelota se le va larga, casi hasta la altura del arco, pero a treinta metros de distancia de los tres palos. Otro rival parece llegar a cerrarlo. Machuca tenía que resolver en una fracción de segundo.

    La pelota le había quedado para la derecha, pierna que era bastante inútil para el diez. Antes que el ultimo rival lo cierre y desde esa distancia, Jacinto ensaya una rabona, esa famosa maniobra en la que el jugador pasa su pierna más hábil por detras de la boba y le pega con la punta del botín. Así, casi enredado en sí mismo, Jacinto Machuca le pegó el zurdazo. 

    La agarró muy abajo, y el tiro salió por elevación. La pelota tomó una parábola incomprensible, girando hacia el ángulo superior izquierdo de La Momia Pezutto, arquero histórico rival. 

    Cuando el esférico tomó su máxima altura, el estadio se quedó completamente en silencio, todos dejaron de respirar. La pelota parecía confundirse con el cielo nublado que anunciaba la lluvia inminente. 

    Pezutto estaba adelantado casi en el borde del área grande. Voló estirando su mano derecha y la pelota lo sobrepasó. Entró acomodada en el ángulo, inflando la red y cayendo al suelo deslizada como por una tela de acrobacias. El estadio estalló en el grito sagrado.

    Ahí me acuerdo poco. La vista se me nubló, me bajó la presión, no me salía el grito. Me abracé con una viejita, con un nene, con decenas de desconocidos. Todos eran hermanos y hermanas. Pipino estaba tirado en el suelo llorando de emoción. El Soda se abría paso entre los abrazos para acercarse lo máximo posible al alambrado que separaba las dos hinchadas, con el único objetivo de gritarles el gol lo más cerca posible mientras se tomaba las partes con ambas manos.

    Los jugadores corrían para todos lados. El árbitro vio que la barra estaba cortando el alambrado para invadir el campo y pitó el final. 

    Todos los que estabamos aquella tarde en la popular entramos al campo de juego a llevarnos un trofeo. Mi único objetivo era alcanzarlo a Machuca sólo para agradecerle. Pero nunca llegué a él. 

    La policía escoltó rapido al plantel hasta el vestuario ya que los desaforados hinchas les arrancaban la vestimenta. Antes que se metan en el tunel pude ver como llevaban en andas a un emocionado Jacinto Machuca en calzoncillos, empapado por la lluvia que hacía todo más épico. 

    Volviendo a las tribunas me reencontré con los muchachos. Pipino estaba sin aire, agradeciendo a todos los santos. Y El Soda venía con la cara toda ensangrentada, besando una media que se llevaba de trofeo y que lamentablemente no era del héroe de la tarde.

    Los festejos fueron largos en la ciudad. La tarde se hizo noche y la noche se hizo madrugada. Con Pipino volvimos al barrio a eso de las cuatro de la mañana, ebrios de gloria y alcohol. Al Soda lo vimos llegar a las 12 del mediodía siguiente. Desconado.

    La tapa del diario al otro día tenía una foto espectacular de atras del tiro, con la frase "Jacinto El Rabona Machuca, eterno". Aun tengo ese diario enmarcado, y el diez se ganó ese apodo de por vida.

    Al año siguiente El Rabona fue vendido a un club grande de la capital. Estuvo seis meses ahí, sumando un puñado de minutos, y volvió al club, donde jugó diez años más hasta su retiro. Por supuesto, no repitió algo igual como la epopeya del clásico, pero se retiró como el ídolo máximo del club. En su último partido metió dos golazos, uno de tiro libre y otro de tres dedos.

    Luego de su retiro, Machuca se dedicó a agigantar aún más su mito. Todos sabíamos donde vivía, y el tipo no podía salir de la casa sin que haya gente esperandolo para una firma. El vivía en plena felicidad.

    Se paseaba por los medios locales agregándole a su anécdota gloriosa otros detalles, cada vez sobrenaturales.

    "Yo veía que la pelota se iba afuera y un angel la empujó al ángulo " declaró en la revista "La redonda". 

    "Mi viejo desde el cielo me empujó la pierna para darle potencia al tiro" esbozó en radio El litoral.

    Jacinto Machuca seguía jugando su partido a través de la gente que lo mantenía vivo en el amor popular.

    Luego de muchos años, el mito comenzó a perder fuerza, y El Rabona se fue transformando en una leyenda olvidada.

    Un día, salía de la casa para ir a la verdulería, contento, con su fibrón en mano para firmar pelotas y camisetas, y no había nadie afuera esperandolo. A partir de ese momento la vida de Jacinto se vino a pique.

    A la mañana siguiente cuando fue al baño a lavarse los dientes, lo hizo de una manera peculiar: tomó el cepillo con su mano izquierda y pasó toda la mano por detrás de su cuello, giró la cabeza y se lavó como pudo.

    Cuando se sentó a la mesa del almuerzo, pinchó con el tenedor en su mano derecha y cruzo el cuchillo por detrás de la muñeca para cortar.

    Todo empeoró cuando se subió al auto y pisó el embrage con el pié derecho, el acelerador con el izquierdo, puso los cambios con la mano izquierda y agarró el volante con la mano derecha. Las señales indicaban algo malo en El Rabona.

    Todo colapsó cuando apareció en el programa de televisión "Los Cracks", donde dió una entrevista insólita.

    "Cariño gol recuerdo aquel mucho con "

    " gente amor de vivo me el mantiene la"

    " tarde heroes fuimos esa"

    Jacinto Machuca estaba completamente enredado, en una rabona eterna y el papelón fue enorme.

    Luego de varias pruebas médicas que no arrojaron resultados, la familia decidió trasladarlo a una casa en el campo, lejos de todo. Para protegerlo, o salvarlo. Allí vivió por muchos años. 

    Durante largo tiempo no se supo más nada de El Rabona, hasta aquel aniversario número 40 de la jugada histórica. Para aquel acontecimiento el club decidió armar una fiesta en el estadio, y se anunció que todo el plantel ganador de aquel clásico iba a estar presente, incluyendo a la leyenda Machuca. 

    Por supuesto que ese día estuve ahí. Ya no estaban mis compañeros de ruta. Pipino dejó de ir a la cancha luego de que le diagnosticaran problemas de corazón. Y El Soda murió joven de un cancer de próstata. 

    Pero aquella noche homenaje fue especial porque fuí con mis hijos. El más chico medio que mira fútbol de compromiso, y la más grande es más fanatica que yo. Ahora ella me da las estadísticas a mí. 

    Estábamos los tres en la platea cuando se apagaron las luces del estadio. Por el tunel salieron los jugadores, estaban grandes pero yo los reconocía y se los iba nombrando a mis hijos. Salieron todos y se colocaron alrededor del círculo central. Los reflectores volvieron al tunel de salida, donde apareció el Rabona, en silla de ruedas llevado por sus hijos.

    La imagen era impresionante. Jacinto estaba todo entumecido, las piernas y los brazos le habían hecho una especie de efecto enredadera, lucía maniatado por su propio cuerpo. Aun conservaba algo de pelo largo, pero poco y blanco.

    Lo pusieron en el centro del campo ante el aplauso ensordecedor de todo el estadio. 

    Detrás del arco donde hizo el gol, se encendió una pantalla enorme y comenzaron a proyectar la histórica jugada. Machuca miraba como atónito. 

    Cuando la repetición de la jugada mostró la pelota elevándose, el estadio volvio a quedar en silencio. Y en medio de todo ese silencio, El Rabona empezó a desatar su cuerpo. Se estiró y se puso de pié frente a la silla de ruedas y ante la mirada de todos.

    Cuando la pelota volvió a entrar, el estadio rompió en un grito de gol desgarrador. 

    Jacinto El Rabona Machuca abrió los brazos en forma de cruz con las palmas extendidas, sonrió, cerró fuerte los ojos, volcó la cabeza mirando al cielo. Su piel se empezó a teñir de dorado y se transformó en monumento. 

    Aún lo tenemos en la puerta del club, los hinchas le dejan ofrendas, y en cada aniversario de su jugada maestra lo volvemos a poner en la mitad de la cancha y gritamos su gol.

    Emiliano Oliva

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