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    Salí corriendo del laburo para la parada del 53. Ese día Boca jugabacon Racing. Era un partido importante, si ganábamos quedábamos a 2 puntos de River que estaba primero. La tarde estaba hermosa, eran los primeros días de Octubre y la primavera ya se había asentado en la ciudad.

    Ya en el bondi, aproveche para chequear Twitter desde mi teléfono en búsqueda de la formación de Boca. En cada parada, se sumaban camisetas azul y oro. Para cuando estábamos pasando por Plaza Constitución, ya no quedaba nadie vestido de civil arriba. Desde la ventana se veía cómo la procesión bostera copaba las veredas del barrio.

    Bajé en Parque Lezama y fui directo para la previa de Irala, donde estaban todos los pibes. El Huesos, como de costumbre, ya había hecho su magia y me esperaba con el porro descansando en la oreja. Al Gringo se le notaba de lejos la sonrisa dibujada y los ojos a media asta. Giansito y El Perla me vieron llegar y extendieron casi coreográficamente un vaso de fernet cada uno.

    —Pero hijos de puta, les faltó ponerle la coca a esto —les dije. —Ah, no sabía que te habías hecho hincha de River —me contestó Giansito.

    —Sí, mirá, ya le empezaron a crecer las plumas —agregó El Huesos mientras me levantaba la remera.

    Las banderas vestían todos los balcones de La Boca. Los bombos y las trompetas marcaban el ritmo del mantra xeneize. Y dale bo y dale bo... El alcohol y compañía nos soltó. Lo bostero se empezó a apoderar de nosotros. Saltamos, cantamos y nos abrazamos. Como no voy a ser, como no voy a ser, hincha de Boca vago y atorrante...

    Se hizo la hora del partido y la gente empezó a caminar para el sector de los molinetes.

    —Bánquenme que voy a mear —le dije a los pibes.

    —Pero aguantá y meá en los baños de la cancha —me interrumpió el Perla.

    —Sí, dale boludo, vamos que después es un quilombo entrar — sumo Giansito.

    —Me meo encima. Bánquenme, es un minuto —contesté mientras me iba corriendo.

    Pasé por atrás de la parrilla que estaba en la puerta de uno de los conventillos y me metí en busca de un baño. Los pasillos parecían laberintos. Vi una esquina oscura. Me paré contra la pared, pero no llegué a bajarme la bragueta...

    —¡La concha de tu madre, pendejo borracho! ¡Vive gente acá! — gritó una vieja, mientras amagaba a tirarme una escoba.

    Salí corriendo tratando de aguantar el pis. Seguí y al fondo empecé a ver como el pasillo se ensanchaba, hasta terminar en un patio bastante grande. Estaba muy oscuro y el único farol encendido apuntaba a una de las esquinas. Un trapo con la inscripción “la 12 unida jamás será vencida” tapaba algo que parecía ser una puerta. Lo corrí y descubrí un baño químico. Abrí rápido y entré. Estaba lleno de polvo, pero en buen estado. Se ve que hacía tiempo que nadie lo usaba. Empecé a mear y un ruido que venía desde afuera me sorprendió.

    —¿Dónde se metió este borracho?

    Reconocí la voz, era la vieja de la escoba. Respiré despacio, para evitar hacer ruido, hasta que escuché cómo los lentos pasos se alejaban por el pasillo.

    Intenté girar la pequeña manija del baño químico, pero parecía estar trabada. Seguí intentando con fuerza. En el instante que logre destrabarla, el baño empezó a temblar. Me asusté y traté de agarrarme de las paredes para no caerme. El techo de plástico se despegó lentamente y empezó a girar sobre su eje. Una luz blanca salió desde el fondo del inodoro. Me encandiló e intenté taparme los ojos con el brazo. El movimiento no paraba y al intentar mantenerme en pie me golpeé la cabeza con el borde del inodoro.

    Me costó abrir los ojos, mis párpados parecían esas persianas viejas que no se dejan levantar. Salí del baño y me tropecé al primer paso. Me sentí mareado, pero le eché la culpa a las mágicas del Huesos. Una ráfaga de viento frío me sorprendió. Estaba un poco confundido así que traté de recomponerme.

    Salí lo más rápido que pude para reencontrarme con los pibes. Estaba empezando a anochecer y la calle se había empezado a vaciar. Saqué el celular a ver si me habían mandado algún mensaje pero no, nada. Les mande yo, pero no salían. Intenté llamar y el teléfono ni siquiera tenía tono. Ni una línea de señal.

    —¡Qué loros que son, les dije que me esperen! —dije en voz baja, como hablando conmigo mismo.

    —¿Qué pasó, máquina? ¿Te dejaron solo? —me dijo un extraño que estaba sentado en el cordón. —Yo que vos arranco, te van a cerrar la puerta.

    Decidí que lo mejor era hacerle caso e ir para los molinetes, siempre parábamos en el mismo lugar de la cancha, así que adentro los iba a encontrar. Caminé por Irala hasta llegar a la esquina de Aristóbulo del Valle. En el camino me crucé con muy pocas camisetas. Los hinchas estaban con pantalones y camperas de jean. Supuse que los que llegaban sobre la hora venían de trabajar y no podían uniformarse.

    Ya estaba oscuro. Las luces del iluminado de la calle parecían no estar funcionando del todo bien. El siempre frío y encandilante LED, alumbraba muy tenue y cálido las calles de La Boca. Había bastante fila. Siempre pasaba rápido, pero nunca entraba tan sobre la hora. Quizás era por eso.

    Los molinetes de siempre habían cambiado, no eran los digitales donde escaneás. Eran de madera, parecían los del tren. Podría haberse caído el sistema y decidieron poner los viejos, pensé.

    —¿Qué es esto, flaco? —me dijo el señor de los molinetes mientras se reía.

    —Es mi carnet —contesté.

    —Dame la entrada, dale.

    —Pero siempre entro con esto.

    —Dale, vivo, tomátela que hay gente esperando —sentenció, mientras le hacía señas a la persona que estaba detrás mío para que pase.

    Volví a intentar llamar a los pibes. Reinicié el celu pero no funcionó. Seguía sin señal. Mientras me guardaba el teléfono, una mano en el hombro me sorprendió.

    —Che fiera, vi que te reboto el ortiva ese.

    Era el mismo que me había encontrado unas cuadras atrás, no se como llego tan rápido. Parecía de mi edad. Tenía un jardinero de jean y un pañuelo en el cuello, me hizo acordar a las fotos de mi tío cuando joven.

    —Vení, seguime que entramos —agregó.

    —¿Posta? —contesté.

    —¿Qué posta, qué? El que está puesto sos vos máquina, no entendés nada. Vos seguime y cuando te pidan la entrada tirale unos mangos —me dijo mientras apoyaba la Quilmes de litro en el cordón.

    —Uh, gracias.

    —No viejita, aguante boca.

    Empezamos a caminar y encaró al molinete de la punta, le dio la mano al tipo que controlaba y entró. Cuando me preguntaron por mi entrada, estiré dos billetes de quinientos. El hombre los analizó con desconfianza.

    —Son verdes, agarrá pelotudo —le dijo el compañero de al lado por lo bajo.

    Cuando pasé, busqué al del jardinero para agradecerle, pero ya no estaba. Una vez adentro me puse a tratar de encontrar a los pibes. El partido estaba por empezar y la gente estaba como loca. Boca, mi buen amigo, esta campaña volveremo' a estar contigo... Me moví entre la gente para tratar de ir más arriba, a ver si desde ahí los veía. La tribuna estaba llena de cocacoleros, hacía años que no se los veía en la cancha, me pareció un poco raro.

    —Che, amigo, tremenda camiseta. ¿De dónde la sacaste? —me preguntó uno que estaba al lado mío.

    —Era de mi viejo, es con la que debutó Román —le contesté. —Ehhh ¿qué Román? —preguntó sorprendido.

    —Riquelme.

    —¡Ah! El pibito de Argentinos.

    Su respuesta me desorientó, ningún bostero preguntaría eso. Capaz era un hincha de Racing. Pero no creo que un infiltrado ande hablando tanto. Seguí buscando con la vista pero no pude encontrar a los pibes, tampoco a nadie conocido. Levanté la mirada y vi que en la popular de enfrente estaba la hinchada visitante. No entendí porque, hace como diez años que no hay. En la parte de los palcos había una tribuna baja y una torre altísima con una antena. ¿Tan drogado estaba? Apenas le di unas secas.

    La bombonera empezó a moverse y las trompetas de la 12 se abrieron paso entre las tribunas. Bostero soy y boca es la alegría de mi corazón... La cancha se llenó de papelitos y gritos con la salida de los jugadores. Los hinchas lloraban y se abrazaban. Me pareció un poco exagerado para un partido con Racing, ni que fuera la final de la copa.

    Boca estrenó camiseta, no la había visto nunca. Era una medio vintage, como las que están de moda ahora. A alguno de los jugadores no los reconocí, seguro subieron a pibes de la reserva y no los tenía muy vistos. Uno era colorado y medio pelado y otro rubio con vincha y una melena hasta los hombros. Pero al que más le gritaba la gente era a un petiso.

    Tenía un mechón rubio, las medias bajas y los cordones desatados. Entró primero y con la pelota en la mano, parecía que era suya. La abrazaba con amor y antes de apoyarla en el piso le dio un beso. Me pareció reconocerlo y se me puso la piel de pollo, pero era imposible que sea él. ¿Será un imitador? La gente estaba descontrolada. Que de la mano, de Maradona, toda la vuelta vamos a dar...

    Capaz es un homenaje, pensé. Saqué el celu a ver si en Twitter decían algo, pero seguía sin nada de señal. No podía ser un homenaje, no dijeron ningunas palabras y el petiso se puso a entrar en calor haciendo jueguitos.

    —¡Volvió y es nuestro! —le gritaba un padre en la cara a su hijo mientras lo abrazaba.

    La cancha estaba llena de papelitos, casi no se veía el pasto. Las tribunas eran olas que se movían al ritmo de la 12. Boca, Boca de mi vida... El juez sopló el silbato y el petiso fue el encargado de sacar. A nadie le pareció raro. Todo lo contrario, estaban felices de lo que pasaba.

    —¡Ojalá se quede a vivir en Boca!

    —¡Las gallinas se quieren matar!

    —¡Las veces que soñé con esto! —gritaban los hinchas.

    Me desesperaba no entender lo qué estaba pasando. Me fui para los pasillos a ver si podía meterme en la platea baja. Todos los de seguridad estaban hipnotizados mirando para la cancha, así que pude entrar sin problema. Logré llegar hasta casi la esquina del arco visitante.

    El petiso encaró y no lo podían parar. Enganchó y le pegó un zurdazo al arco. El arquero tapó y la pelota salió por el otro lado, donde estaba yo.

    —¡Córner! —grité.

    La gente me miraba con cara de “¿por qué festeja un córner este pelotudo?”. El petiso agarró la pelota y encaró directo hacia donde estaba. Le vi la cara y se me aflojaron las piernas.

    —¡La puta madre! ¡Es Diego! —grité y me agarre la cabeza.

    —Sí, papá, el Diegote —me contestó el del jardinero desde atrás mío.

    No entendí de dónde salió, lo había perdido en la entrada.

    —¿Pero, cómo? ¡No puede ser!

    —Sí, acá todo puede ser. ¡Esto es Boca! Vos quedate tranquilo, tomate un trago —dijo y me extendió una lata de cerveza helada.

    Era la primera vez que lo veía al pibe este y lo que estaba pasando no tenía sentido, pero algo en su tono hizo que me tranquilizara. Giré para devolverle la lata pero ya no estaba. Decidí no perder tiempo y me dediqué a disfrutar del diez.

    Los contrarios no se la podían sacar y eso que lo llenaron de patadas. Efectivamente, la pelota era suya. Se la prestaba a algunos, pero solo un rato, siempre volvía a él. Era mejor que en los videos que me mostraba mi viejo.

    El partido terminó y nadie hizo ni un solo movimiento. Los jugadores ya no estaban en la cancha, pero la gente seguía cantando como si el partido recién empezara. Pensé en lo lindo que hubiera sido vivirlo con todos los pibes. ¿Estarán acá y yo no los vi? Por las dudas saqué una foto con el teléfono, seguro no me iban a creer cuando les cuente.

    —Che, fiera, ¿te vas a quedar a vivir acá? —me preguntó el pibe del jardinero mientras se sentaba en la butaca al lado mío.

    —¿De dónde saliste? —pregunté.

    —Yo siempre estoy acá pa. Dale vamos que en cualquier momento los gorrudos nos rajan.

    —Bueno, bancá que con la birra esa que me diste me estoy meando desde el primer tiempo. Acá en el pasillo hay un baño.

    —Noo, vieja, vengo de ahí y hay fila hasta la entrada. Seguime que yo te llevo a otro.

    —¿Acá en la cancha?

    —No, afuera. Acá a dos cuadras hay un baño químico medio escondido en un conventillo, voy siempre. Además al lado hay un gordo que hace choripanes terribles...

    Agustín Romanelli

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