Tenga la mente en blanco. Camine con el pulso revolucionado y la nuca pesada. Sienta el estómago revuelto mientras atraviesa el pasillo que la devuelve a su casa. Piense: “Esto es todo”. Divise su escritorio y despegue los poemas de la pared corroída por el paso de los años. Lea, de reojo, un fragmento que dice: “Tengan algo para decir”. No tenga nada para decir. Practique el desapego sin asco. Abandone la computadora, los textos, los documentos, las imágenes, los reportes. Pregúntese qué hacer a partir de ahora. Revuelva los cajones. Encuentre un perfume a medio terminar, una agenda sin uso y el recorte de una nota de Mariana Enríquez. Tire las ilusiones. Sienta alivio. Evite las miradas compasivas. Afloje los hombros y mírese en el espejo. Ubique el comienzo del dolor. Llévese la mano al pecho. Ignore el nudo en la garganta y trague saliva con fuerza. Vea cómo el mundo que la rodeaba ha desaparecido. Respire hondo y estire el diafragma. Entienda las consecuencias de ser una mujer joven. Cargue una bolsa de tela con un mate, tres libros, cuatro cuadernos, dos poemas y una foto. Desee ser abrazada. Implore un poco de ternura. Camine firme. No se desarme ante las catástrofes. Llame a su madre. Dígale: “Eso fue todo”. Elija la salida menos dolorosa. Un golpe en seco es más rápido. No mire atrás. No se reconozca en los cuadros expuestos. No llame a la nostalgia en situaciones de ahogo. Sepa que está sola y esa sensación durará mucho tiempo. Experimente las manos temblorosas. Distribuya el peso de los recuerdos entre los dedos. Quédese inmovil a mitad de la calle. Huya de la incertidumbre que trepa sus piernas como enredadera. Reaccione ante la bocina de un auto. Salte el cordón y pierda la llave en tan solo un movimiento. Dirija su atención a un desconocido. Sostenga su mirada y siéntase visible. Escuche que dice: “Esta chica sale en la televisión todas las mañanas”. Recuerde la infelicidad y los mosaicos fríos del cubículo del baño. Sonría ante lo irreversible. Diga con firmeza: “Sí, soy yo”. Sepa quién es y quién no. Recupere la llave y la dignidad. Asuma el paso del tiempo. Comience a gestar las maniobras de reacomodamiento. Pase dos semanas en completa tristeza. Nunca desarme la bolsa. No mire más la televisión y huya del sillón. Barra las penas que se acomodan en los rincones. Sienta repulsión por el exceso de confianza. Busque entre la multitud un atisbo de ternura. Desarme los pétalos de una flor. Ignore una esquina en particular. Comprenda que, a veces, la vida tiene sus trucos. Deje que el impacto la atraviese en mitad de la noche. No busque respuestas: disfrute la oscuridad. Sople la última vela y baile en el living vacío. Luego, llene la bañera. Perciba, poco a poco, cómo sus pies se descongelan. Permita que el agua corra y le llegue al cuello. Sumerja la cabeza por unos segundos. Mantenga la respiración y abra los ojos: está sola en la inmensidad de la ciudad. Reconozca sus metros cuadrados. Elija un lugar a dónde señalar cuando todo se caiga. Siéntase a salvo. No ignore la belleza en este mundo extraño.
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