Ahí estaba ella.
A su lado, él.
Se miraron.
Su mundo se detuvo por un instante.
Un instante que resultó en una eternidad.
"Momento añorado, momento preciado" pensó él entre sonrisas y sonrojos.
Momento soñado.
"Solo podría desear algo: que su mirada perdure en mi ser por siempre" se dijo entre pestañeos y pupilas dilatadas.
Deseo eterno.
Allí, en la estación de tren, ocurrió algo que solo se podía presenciar una vez en la vida de ambos.
Un día frío, con pequeños ratos en donde la llovizna se hacía presente, acompañada de espesa neblina.
Luego de ese corto plazo de tiempo (aunque los enamorados podrían jurar que, fue como una vida entera)
Se oyó de lejos el sonido de el tren acercándose rápidamente por las vías.
Los dos sufrieron, lágrimas se crearon, aunque se les cerraba el paso para que no pudiesen verse con facilidad. "Con facilidad" porque bastaba observar un poco para darse cuenta de la tristeza en los ojos de los jóvenes.
Pero el destino hizo lo suyo;
Ella se acercó y admiró su rostro, él hizo lo mismo.
Tomados de la mano, salieron de esa estación de tren con una sonrisa y una vida por delante, una llena de felicidad.
Cuentan los presentes que, por un instante, el día pronosticado como nublado, se despejó en un abrir y cerrar de ojos.
Las nubes permitieron que el sol deje caer algunos de sus rayos.
La llovizna cesó y la neblina se esfumó.
Los pájaros admiraban
eso tan raro
llamado amor.
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