Corazones rebosantes,
alegría entre los crisantemos,
efímera, certera, plena,
con el pecho hacia las nubes,
aclara el camino de los soñadores.
Lágrimas de cristal brotan de los árboles,
mientras observan a pequeñas niñas,
sonreír campantes,
por primera vez en una eternidad,
y no dejarán de hacerlo,
aunque cambien las estaciones.
Las acacias han escuchado sus plegarias,
una y otra vez,
compadecen sus dolencias,
porque conocen las turbulencias de la inmadurez.
El viento se lleva su aflicción
para que no regrese,
ni se asome por ahí.
Para que sus espíritus se llenen de gozo,
y sus cuerpos,
dancen por última vez,
antes de caer en interminables sollozos.
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