Pobre insomnio, le tocó cumplir el rol de villano. ¿Estoy cansado? El insomnio. ¿Me duele el cuerpo? El insomnio. ¿Me siento decaído? El insomnio. ¿La angustia me hace llorar? El estúpido insomnio, que me pone sensible.
Al final, la ausencia de sueño no es más que un escudo, un maquillaje para todos mis moretones. Hábilmente tapo con él todo aquello que duele demasiado y que, en definitiva, me mantiene pensando de más.
Pobre insomnio, convertido en la excusa clásica para evitar el dolor que cargo en el pecho. Y es que el insomnio no es más que un reflejo de -tu- ausencia.
Desde que te fuiste imploraba tener más momentos, anhelaba tenerte conmigo. Más de una vez cerré mis ojos con intención de verte. Sin embargo, no contaba con la crueldad del mundo de los sueños. Ahora, cada vez que apareces, termino sudando, alterado, e inevitablemente sintiendo el frío suelo de cerámica bajo mis pies, mientras voy al sofá a encender la consola, huyendo de las memorias que invento en sueños. O mejor dicho, en pesadillas.
Ya me resigné. Confieso que ya no me esfuerzo en buscar un sueño adecuado, mis memorias son más bellas que las pesadillas. A pesar de odiar las madrugadas, el silencio de la noche se diluye con mis audífonos y algún nuevo audiolibro al que no presto atención, que solo cumple la patética función de silenciar mi cabeza mientras paso las misiones de mi juego favorito.
Pobre insomnio, que terminó siendo mi aliado. Pobre de mí, aferrado a hábitos tóxicos. Pobre de ti, decepcionado desde el cielo.
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