llevo retazos de la noche, insomne
malaguriando el caminar del segundero porque me aparta de tí,
renuente por permitir tu alejamiento un minuto, es el desvelo mi benefactor, mi única consolación. (seré tu profeta)
si te pienso toda esta noche, te permanezco cerca,
caliente, vivo,
sin la enfermedad de la melancolía.
creo que mi penitencia insensata que despacio araña cada doblez de tu nombre está buscando desflorecer la inocencia de tu dolo.
explorarte, te quiero conjurar replegando tu piel (llévame a cualquier esquina del mundo que yo me encargaré de que todos los aposentos santos se mancillen de tí, y no habrá otro ídolo para adorar que no seas tú)
en la soledad intimada de mi pensar, estás infinito, yo insomne. te dibujo y te extraño, te canto con voces que te moldean ese cuerpo frío, impune de mi deseo entre las sábanas de mis libretas.
en tu carcasa de lágrimas veo que te remueven el dormir sus palabras, tú permaneces impío y aún así, escucho tus plegarias por ella, recogidas, destartaladas, te corre la sangre por la roñosidad de la piel intentando convertirse en agua santa que te la devuelva —plena, pura, indistinta al látigo que significa su ausencia, llamada como cánticos, un ángel. quizá ella, o vos, pensarán que Dios te la envío regresada un ídolo de reluciente plata, lo que vale el marfil significa asesinar la memoria de una historia que pesa toneladas—, no regresará, y la dureza de mis manos agalladas
(me he tintado con el sinfín
de escribirte, desearte,
te añoro, píntame)
se desperdigarán en el aire, insistencia mía en que te implore perdón porque te veo famélico.
esos ojitos incoloros me harán perder el rumbo, los quiero valientes y agudos para que sean la brújula de mi sur durmiente. (llévame) es que no se me ha prometido ni desierto, pero así habría Dios de jurarme descanso eterno, el éxtasis de la serenidad me disolvería mil veces en el portal de tu laberinto,
sólo por imaginar que te encuentro.
estoy insomne porque pensarte me embelesa,
único cántico verdadero
me abraza más que las nubes de un prometido sueño,
tu recuerdo. (hasta que cada religión alabe tu nombre.)

Isabela Murgueitio Gómez
hasta que se cuajen los dedos, si hace falta escribiré sirviéndome de mi sangre como tinta. que se manche el papel de poesía y la linfa roja escriba los sonetos más bellos.
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