El problema con la verdad
es que es una bola brillante y desnuda.
Te obliga a disfrazarla,
a esconderla en el sótano
o dejarla semiabandonada en la habitación del fondo
con esas cosas que prometiste volver a usar.
Verla y fingir demencia
como instinto primitivo:
actuás para él, para vos;
perfeccionás el arte
de no hacerte cargo.
Usás la verdad para lustrar muebles,
para decorar paredes,
para dar entrevistas en radio o televisión;
le tirás agua para diluirla,
un trapo encima para apagarla
o le metés dos tiros de una
si no hace caso.
A la noche te escondés
debajo de las sábanas
mientras el insomnio te deja ordenar
los elementos para el colapso:
el problema con la verdad, repetís,
es que es un garrón de la gran flauta
al que hay que amasijar
reventar a balazos.
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