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    inconcluso

    Mar 29, 2024

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    De pronto, esa sensación revivió. Un miedo inserto en lo más profundo de mi ser. Con la valentía que no me caracteriza, decidí callar mi explosión. Dejé a la deriva esos momentos y avancé hacia el cosmos que me golpeó, aclarándome su inmensidad. Los súbitos cuerpos celestes imaginaron mi muerte; instancia aceptada  en mi psiquis. Logré comprender que no me necesitaban para ser. La dependencia era unilateral, salía de mi hacia ellos. Con tal novedad, decidí que mis ansias por alejarme de la vida, no serían correspondidas por mis manos. El éxtasis provocado por el descubrimiento de dimensiones externas alegró mi respiración. Sin embargo, he de remarcar; aquel golpe se sintió personal, la sensación fue de mortalidad, logró hacer que me sienta menos, mi cuerpo se hizo pequeño, el frío invadió el aire, el silencio el éter.

    Rescaté mi ser de lo profundo del miedo, destruí mis pilares y los reconstruí. Mis músculos crecieron, al igual que mis inseguridades: ¿Sería parte de algo nuevo? ¿ O sólo me preparaba para otro golpe?. Advertí que no podría responder por mi futuro, ni siquiera teniendo la hoja del destino en mis manos. No estaba listo para leer mi vida sobre un papel antiguo, la capacidad de entenderlos era nula, aún así mis ganas infinitas. Recorrí los mares, invadí la naturaleza, destrocé la materia, todo en búsqueda de una pista que saldara mis necesidades. Me adelantaré y confesaré que no lo logré. Esa figura amorfa tenía el poder de mil montañas, llenas de fósiles, declarando una emergencia del pasado en presente. Ese cuerpo indescriptible, invaluable e incluso crudo. La sensación que emanaba su presencia atemorizaba a Hércules, y a todo el panteón olímpico que reinaba las verdades griegas ¿Por qué no lo haría conmigo? Un minúsculo e impuro sujeto, que rebalsa en cobardía y tristeza; aguda ella, ya que juega conmigo y estira mi desgracia hasta lo más profundo del infierno, en la Laguna Estigia, dónde mis murmullos borbotean el agua. Justo debajo de esos avaros y pródigos que arrastran la condena en forma de roca, rompiendo el silencio con gritos resquebrajados por la ausencia de felicidad en sus notas. Debajo de ellos, Farinata Degli Uberti conversa con Dante, ambos despojados de sus armas, como hombres encantados por el aura navegante en las palabras políticas que ambos esgrimen. 

    Me he despojado de escrúpulos y le consulté a Julio como llorar, me ha instruido en el tema. Efectivamente, mi rostro logró la contracción necesaria, me vi obligado a imaginar el estrecho, el mundo exterior había encantado mis sentidos. Finalmente mis manos cubrieron mis facciones. Me sobresalté, excedí la media, mi llanto duró toda la eternidad. Ninguna sonada lo calmó, la risa tampoco lo afectó, solo lloré, sin cesar, sin lograr sucumbir la angustia de algunas plegarias que tenían mi mente en Turguénev y su Zinaída. Refiriendo mi pensar en la juventud divina que marchitó su pelo a causa de vivir del sentimiento. El viento corrió las incontrolables lágrimas y decidí afrontar la grandeza de la oscuridad, el pecho hacia el frente liberó mi condena y el cielo gris me mantuvo despierto. Signifiqué mis delirios y logré encauzar mis males. Afilé mi espada una vez más, reiteré mis movimientos incansablemente hasta dominarlos a la perfección. Consulté la pluma de todo aquel que estaba dispuesto a iluminarme. Recorté las garras de mis temores y limpié el fango de sus dedos.

    Finalmente, llegué al ultimátum de su voz, era la primera vez que el silencio me atormentaba. Aun así, su piel seguía deslumbrando los ojos de todo individuo presente. Sus palabras acariciaban lo superfluo, ya que eran directas a las entrañas, dolían como puñales, pero expresaban la verdad de las vidas. Sus manos no eran violentas, pero si precisas, elegía con cuidado la presión. Sus ojos veían mucho más allá. Su cuerpo era irresistible. No sobreviví. Mis recursos se agotaron ante tal ser. Sus armas hirieron para siempre el destino de lo que fui, soy y seré.

    Estimado lector, luego de este recorrido por mi bitácora, permítame confesarle algo. Ese enemigo que me abatió, tiene muchos nombres, usted elija la denominación que considere legítima a la historia aquí descrita. Por mi parte, decido llamarle: Destino.


    Mateo Caputo Boscia

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