Me sentí roto más de alguna vez en esta vida.
Solitario, como la última gota de lluvia
que reconoce que no hay nada detrás de ella.
Roto, como ese niño pequeño que perdió su juguete favorito.
Incompleto, como un rompecabezas que armabas con tu hermano.
Perdido, como esa pelota que salía fuera de la cancha cuando jugabas con amigos.
Me pregunté un día qué pasó con eso:
con ese juguete perdido,
con esa pieza faltante del rompecabezas,
con esa pelota.
Y después de muchos años, pude responderme:
estaban en algún lugar.
Solo había que buscar debajo del sillón la pieza que faltaba,
preguntarle a papá dónde estaba el juguete,
y pedirle al vecino si podía pasarnos la pelota.
Al final, solo buscamos aquello que perdimos
y no sabíamos dónde estaba.
Solo había que pedir ayuda.
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