En conversaciones con el techo me he encontrado repitiendo el mismo adjetivo una y otra vez, casi como si mi carne lo estuviera convirtiendo en verbo. No sé adónde he ido a parar; tampoco sé qué será de mí.
Me arropo hasta la cabeza, me seco las lágrimas de los ojos y, con la nariz congestionada, me impongo una meta: mañana sí, mañana ya no le hablo, mañana me doy mi lugar, mañana me escoge. Ideas rimbombantes que surgen luego de sentir que, claramente, no estoy recibiendo afecto recíproco. ¡Ah! ¿Karma? No sé... ¿Será esta una lección de vida que me servirá quizá en unas veinte vidas más adelante?
Quizá. No sé. Como buena imbécil, la queja me dura hasta el día siguiente, cuando decido caer en el mismo ciclo dopaminérgico donde creo que puedo ser feliz. Un te adoro, un ¿dormiste bien?, nada claro, todo difuso. Expreso vocalmente como me siento, no recibo mucho a cambio. Un "Aw... que ternura". ¿Y qué? ¿Eso qué tiene de amor?
Ser imbécil es terrible porque se sabe, constantemente, que se está en ese estado, y no se hace nada por salir del mismo: permites que te cale hasta los huesos, como las lluvias de noviembre. Total, ¿qué puede ser peor? Te da "igual"; es mejor eso a nada.
Sin embargo, si te señalan esa imbecilidad por fuera de tu pensamiento, he ahí un problema. Ser imbécil es una cosa; que el mundo te reconozca como tal es otra.
Socavo en mi pensamiento y recuerdo a Rimbaud. ¿Qué tan maldito tendrías que estar para enamorarte así de Verlaine? Imbécil. Como yo, por supuesto. Par de imbéciles. Amar nos hizo imbéciles.
Crudo. Certero. No es un reclamo o una autoflagelación. No estoy buscando alivio ni ser considerada martir. No tengo el amor kafkiano que soñé a comienzos de año, tampoco soy Juan Rulfo; soy un saco de huesos de nueve mil novecientos setenta y seis días pudriéndose en sentimientos que juró destruir luego de su primera decepción amorosa, en la primera miel de la vida.
Imbécil, sí. Muy imbécil. Tan imbécil que, incluso sabiendo el final, volvería a empezar.
Volvería a hablarle al techo de ella. Volvería a llorar. Volvería a amar. Tan imbécil, que sé que el amor que le tengo no se puede, ni quiero, curar.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión