Hay momentos en que la ira sale del alma como de un ánfora rota,
Vacía su contenido y no importa donde se derrame,
Ella caerá y buscará discurrirse por cualquier rincón débil de unos ojos perdidos
en la soledad del existir.
En el hogar no caben más que una madre y su hijo,
ambos desesperados por la inquietud que genera la rutina;
el verse las caras y no encontrar lo que perdieron
en el rostro del otro, en los gestos del otro, en los modos...
Tan cegados por las sombras de su pasado,
cubriéndose el cuerpo con fragantes personalidades.
Sí, así el hombre se embutió en un laberinto.
y fue en busca de la verdad, de la razón , de la causa...
Cuántos días han pasado sin pensar en lo grave de dar vueltas en el mismo lugar?
Buscamos, buscamos y buscamos algo allá
y cuanto más allá buscamos menos nos damos cuenta
que el cuerpo se entibia en el trayecto desolado
del camino que en lugar de buscar escapa, pues en uno está lo buscado...
Lo perdido , lo has tragado.
Ama lo perdido aunque no lo veas, pues es en el reflejo de tus actos donde está.
Ama la pérdida pues verse privado es ser libre para buscar algo nuevo.
Ama lo que dejaste ir, y lo que te queda , ámalo,
es ahí donde radica tu tesoro, ámalo
y no como te enseñaron, aprende a amar de nuevo,
a amar perdiendo, así como una madre sabe que lo que ama no le pertenece.
Hay momentos en que la ira sale del alma como de un ánfora rota,
en esos momentos, no nos hemos perdido,
estamos aferrados a lo que queremos encontrar.
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