Sólo un estúpido se ilusionaría con alcanzar el Sol,
inocente y ciego ante la Muerte,
sabida guardiana de toda luz y la escasa suerte.
Sabés que Edén no existe para nosotros,
sin importar cuánto lo reinventemos
y transcribamos en nuestros libros.
(No hay Sagrado Testamento para la lengua que hablamos.)
Aunque, en este mito
que de mi lengua pende,
las manos de la ficción intenten construirlo de nuevo,
no es posible tal cura ni remedio;
la Eternidad sólo nos abraza sobre nuestro destierro.
En el Purgatorio custodiado por olas perdimos pie
y el futuro se nos dio escrito.
Estamos destinados a encontrar hogar en el exilio.
En este tablero ocupamos la casilla del Rey
(el que no sabe, el que no ve,
el que sólo siente y asiente).
Jugamos una partida que quema a fuego lento
y en cada ilusión de movimiento
terminamos por caer.
Ícaro siempre cae al final.
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