Odio estar acá,
en una casa donde ya no estás.
Busco un aroma que me lleve
a las memorias guardadas,
intentando buscar un consuelo
en un pasado que se siente descolorido.
Intento aferrarme al jardín de tu hogar,
como si tus flores pudieran ser la paz
que mi mente busca a gritos.
Me encierro en la celda de la casa,
queriendo proteger las paredes
derrumbadas y los pilares que
parecen desmoronarse.
No sé cómo reparar lo dañado,
y tampoco sé cómo cuidar lo que aún
no se ha quemado en este incendio.
Intento controlar mi rostro,
temiendo a las lágrimas que
amenazan con salir todo el tiempo.
Evito hablar y nombrarte,
porque el pecho me arde.
Es sentirte todo el tiempo y
también saber que no puedo
encontrarte por ningún lugar.
Y sé que me retarías como solías
hacerlo por quedarme despierta
hasta tarde,
es solo que no puedo mantenerme
siempre de pie.
No puedo soportar el dolor todo
el tiempo y,
al mismo tiempo,
se siente como si debiera hacerlo.
Y temo no poder mantenerme por
cuidar a otros.
Y ahora temo a tu nombre,
porque pesa, duele y arde.
Así que odio estar en este lugar,
por lo que intento aislarme en el
jardín de mi cabeza que no cura.
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