huésped

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te desee la muerte tantas veces

que empezó a visitarme a mí,

entró por la ventana

con tu olor quemado,

y se sentó al borde de mi cama.

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trajo algo tuyo,

sobre mi piel rota, erguida de impureza,

quise rechazarlo,

pero se movía,

respiraba débil,

me miraba con tu cara rota,

pidiendo rehacerte,

como si el perdón pudiera

coserse con huesos.

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ahora vivís adentro,

como un huésped enfermo

que se alimenta de mí

cuando me quedo dormida,

y a veces, en lo profundo,

te oigo respirar.

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la muerte se burla de mí,

me robó lo que amaba

y me dejó un resto tibio,

un cuerpo que apenas sostiene su sombra,

que todavía te piensa

cuando jura pensarla a ella.

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sé que no estuviste bien,

y aún así te ofrezco un pedazo

de la herida que está abierta,

la que late más fuerte,

si meto la mano,

todavía encuentro tus marcas,

a veces creo que me crecieron las tuyas.

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si ella me viera,

giraría la cabeza,

se cubriría los ojos,

se taparía los oídos,

haría lo posible para no verme caer.

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sos la carne de un desconocido

que me aprendió de memoria,

una sombra tibia,

un recuerdo que respira por error,

y mi lengua se retuerce de pensarte,

mi sangre se calla para no llamarte,

y aunque el verso se estire,

y aunque la noche me mienta,

no hay futuro para nosotros.

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solo un temblor,

una boca rota,

un cuerpo que se niega a entender

dónde empieza el tuyo,

y dónde, por fin,

termina el mío.

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