El día al fin se terminó.
Por fuera de mi ventana yace un mundo que no me interesa, una ciudad fría y vacía, un laberinto de cemento, cruel, sin alma.
No se preocupa por nadie, mucho menos por alguien como yo.
El día al fin se terminó.
Medité en mi departamento largas horas sobre mi existencia.
¿A dónde debo ir? ¿Qué debo hacer?
Frustrado, fui incapaz de encontrar una respuesta.
¿Quizás el descanso sea la clave para despejar esta mente atormentada?
El día al fin se terminó:
Ahora es la noche, con su manto espeso, denso, que cubre el firmamento, siempre eterno, que se niega a caer sobre mi cabeza, por muchas veces que se lo implore.
Mi habitación es ahora un reino de penumbras.
Solo dejo que las luces artificiales del exterior entren por el cristal.
A un lado de mi cama está el celular, al que no quiero dar más atención de la que le di durante el día.
No hay nada de mi interés allí, y si lo hubiera, en este momento no quiero saberlo.
Suave es el descanso después de una rutina que me agobia y me sofoca.
Siento las manos de los serafines cubriendo mis ojos; bendito sea el descanso que me permite ser libre de la realidad por unas horas.
Vibra el vidrio de la ventana.
Una inesperada tormenta hace acto de presencia en la noche.
El viento empieza a soplar con renovada fuerza.
Vibra y tiembla el vidrio de mi ventana.
Tendré que levantarme para cerciorarme de que esté seguro.
¿Puede ser que no pueda tener una noche de sueño reparador sin que alguna eventualidad del universo se niegue a dármelo?
¡Basta!, mis pensamientos empiezan a fluir de nuevo, como el cauce de un río próximo a desbordarse.
Necesito poner mi mente calma como un estanque de nuevo, antes de que el sol renazca en el horizonte.
¿Qué es esto?
Mis ojos al fin se abren, pero me muestran un lugar que me es familiar y que, sin embargo, desconozco.
Las paredes son cada vez más altas, y la abertura es ahora un hueco pequeño alejado del respaldo de mi cama.
¿Qué es ese suave peso que se mueve en mis pies?
Me incomoda, me quita tranquilidad.
¿Qué es esto? ¿Qué le pasa a mi cuerpo?
Doy órdenes a mis extremidades con firmeza, pero están muertas, negadas a obedecer mis gritos de angustia silenciosa.
Me ahogo; el aire entra forzado a través de mi boca, apretado, lento. Siento un corcho de goma pesada arrastrándose por mi garganta.
Grito, pero me sorprendo: mi voz no surge.
Me muevo, pero mis extremidades han sido cortadas de mi cuerpo, cercenadas, lejos de mi voluntad.
Ahora el peso que estaba en mis pies se mueve lentamente, como si una serpiente marcara su paso a través de las dunas que forman las sábanas de mi cama.
¿Qué es esto?
Rezo a un dios en el que no creo que exista.
¡Pero desespero con que sea real en estos instantes!
¡Quítame de la cárcel en donde estoy atrapado!
¿De dónde salieron las raíces que me tienen aprisionado a mi lugar de descanso?
¿Es acaso la hora de que Tánatos me visite?
Y si acaso Dios existe, ¿por qué me ha abandonado en este hueco oscuro?
Y si acaso Dios existe, ¿por qué se ha olvidado de mí?
Mis súplicas, en vano, fueron respondidas por otro remitente.
¿Debo acaso confiar en lo que mis ojos me muestran? Es lo único que puedo controlar en estos momentos.
El peso suave que subía por mi cuerpo es ahora una sombra surgida del averno, que me mira con ojos como dos huecos podridos de oscuridad profunda, agujeros negros que no llevan a ninguna parte.
La luz de la abertura entra ahora con una claridad aterradora.
La tormenta es un estallido de la furia de un dios enojado.
Suena como una corte fúnebre,
de un entierro que temo, sea el mío.
La sombra de la bestia ahora es invasora de mi lecho,
se extiende por sobre mi cuerpo inerte.
Se extiende por sobre mi cama,
sobre mis ojos, mi alma, mi cordura.
Su mirada de penitencia me atraviesa.
¿Qué pecado mortal he cometido para recibir la visita de un heraldo de Lucifer?
He vivido una existencia penosa, atrapado en las circunstancias de una vida que no disfruto ni atesoro.
¿Es acaso la señal de mis súplicas, de mis quejas, que ahora debo estar atrapado entre la carne y los huesos de mi cuerpo?
¿Esta es mi condena?
Los huecos negros de aquel ente me miraban con fijación obsesiva.
He tratado con frustración de moverme, pero mi cuerpo se niega con vehemencia a doblegarse a mi voluntad.
Se me ha negado el dominio incluso sobre mí.
¡Basta! Sea advertencia divina o tormento maligno, es señal de que debes partir ahora.
¡Déjame con mis penurias y con mis lamentos! Pero quita tu mirada de penitencia sobre mí.
¡Déjame preso de mis propias sábanas!, de mi propio cuerpo, incluso de mi mente.
Pero deja de acercarte a mí.
Quita tus ojos de mi alma y vete de mi cama, de mi morada y de mi noche.
Pero aquella criatura, aquel acosador de la noche, siguió moviéndose hacia mí, subiendo a través de mi estómago y quedando sobre mi pecho.
Totalmente inerte, quitándome el poco aliento que era capaz de pasar por mi boca.
Ya no era mi propia respiración; ahora eran las fauces de aquella bestia que estaba a centímetros de mi rostro.
No había sombra, no había figura. Su oscuridad se extendió por todo mi ser.
No había ventana, no había habitación, no había nada más que mi persona y la figura de la bestia sobre mi pecho.
¿Terminará todo ahora?
¿Serán acaso sus fauces quienes den fin a mi agonía?
¿Este es el fin de mis tristes días, de mis melancólicas noches?
¿Qué dios cruel habrá sido el arquitecto de esta tortura?
No puedo hacer más que imaginar el néctar carmesí surgiendo de mi cuello, manchando con patrones de intrincada complejidad, decorando las sábanas de mi cárcel.
¿Aquella bestia de noche eterna ha venido a alimentarse de mi ser?
¿Es posible que ni siquiera pueda morir sin que alguna fuerza del universo me niegue un descanso pacífico?
Pero ese ser se acercó a mí.
Abrió sus fauces lentamente, y yo decidí entregar mi alma.
Me pregunté en esos segundos de amargura: ¿quién habrá de encontrar mi cadáver?
¿Acaso allá afuera alguien se acordará de mi existencia?
¿Alguien me extrañará?
¿O solamente seré otra alma vacía que vuelve a la eternidad de donde surgió?
Pero aquel ser maligno no fue mi verdugo.
Fue quien me dio la llave de mi libertad.
Sus fauces no me arrancaron de la vida, sino que me sacaron de mi prisión.
Me sacudo repentinamente.
He recuperado la movilidad de mis extremidades, mis pulmones se abren de par en par.
Siento el aire frío recorrer mis venas, mis músculos, mis dedos.
Morfeo me da la bendición de moverme en libertad.
Pero mis ojos aún están nublados, no puedo aún confiar en mi vista.
Me veo impotente. Ahora soy yo quien está sentado sobre mi cama,
con marcas de lágrimas tallando mis mejillas, desconsolado ante la visión del círculo más profundo de Dante.
Mi captor, mi acosador, aquello que me acorraló contra mi lecho, ese que fue el señor de mi tortura, dueño de locura y de la oscuridad siniestra,
Seguía en mi cama.
Acurrucado a un lado de mí,
molesto ante mi movimiento violento al sentarme.
Mi torturador siempre fue mi guardián.
Mi mente me jugó un truco terrible.
Fui atrapado en mi propia agonía.
Llorar es mi único consuelo
Todo este tiempo, solo fue mi gato.
¿O acaso fue algo más?
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