Hace tiempo que el miedo me tiene atada a un paréntesis de lo que puede ser. Frente al terror que me da la incertidumbre, una única certeza: el miedo. Pido señales que no podría ver ni aunque me parpadearan en la cara. Mi cabeza es una maraña de pensamientos y no sé de qué hilo tirar. Esta vez, francamente, no lo sé.
Despliego el arsenal de recursos que supe construir con el tiempo, con los dolores, con las caídas: voy a terapia; hago ejercicio; trato de meditar; de respirar; me pongo a limpiar y a ordenar; me doy duchas; escucho la música que me gusta; leo; escribo; salgo; me río con mi vieja; charlo con mis amigas; camino; me pongo aceite de lavanda antes de dormir. Intento hacer cosas nuevas, miro por la ventana de mi piso 13: cómo sale el sol, cómo se pone, la luna que me fascina. El vuelo de los pájaros.
Aparece el miedo otra vez. Se me hizo carne con tanta fuerza que siento naúseas y un nudo en la panza casi constantemente. Siento el vértigo subirme por el cuerpo como si fuese a saltar en paracaídas pero el avión es donde estoy parada ahora y el salto, a la vida. El miedo me alerta, un salto al vacío, sin red.
Hoy la necesidad tan grande de cobijo se me hizo lágrimas. Hoy el mundo me quedó muy grande y lloré como una nena que siente que no se le da lo que le pertenece. El problema con sentir que alguien te debe algo es que es una emoción que te relega a un lugar de espera, de parálisis. Me veo como la extra de una peli en la que debería ser protagonista pero no puedo, no me sale. Es como si no tuviera el guión, no conociera a los personajes, el set me quedara incómodo.
Las redes me dan una sarta de órdenes, son implacables: que suelte, que me quiera primero o nadie me va a querer bien, que tenga sólo pensamientos positivos porque sino atraigo cosas malas, que confíe, que busque la felicidad y yo que a veces tengo que juntar fuerzas para ir al súper chino.
Todos los días, desparramo las piezas de este juego que no entiendo, las cuento e intento que encajen distinto a lo que ya probé, reviso si están todos los elementos para poder jugar, releo el reglamento, evalúo mis movimientos y sus consecuencias, ¿cómo ganar cuando no sé cuál es la meta?
A veces, me come la desesperación de no saber si algún día voy a poder destrabar la partida. Otras, pienso que quizá tengo que romper las instrucciones y patear el tablero. También al miedo.
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