Hoy es uno de esos días raros,
uno en que el tiempo frena dos segundos para crear un espacio
donde el presente se mezcla con el pasado;
donde la vida juega con el “podría haber sido”, pero
también con el “puede suceder”.
Tiempo verbal inexistente, pero que rara vez
todos conocemos.
Nuestra cabeza se empapa de nostalgia, goteando recuerdos viejos,
y se seca con la afirmación de que tal vez puedan volver.
Los arrepentimientos se excusan en la actualidad
y el orgullo se diluye en el pasado.
Son estos días en los que no quiero,
no quiero acordarme de ti.
No quiero acordarme
y saber que, aunque lo nuestro haya muerto en el pasado,
mañana puede volver a vivir.
Hoy no quería acordarme de ti,
de tu mirada fría, segura, pero cómplice de mi dolor.
No quería acordarme de tus “¿estás bien?”,
de que te preocupes más vos que yo de mí mismo.
Hoy no quería acordarme de ti,
de que seas la primera persona en felicitarme por mis logros
y también la primera en consolarme cuando fallo.
Hoy no quería acordarme de ti,
de tus libros marcados con frases que te recuerden a nosotros,
de aquellas flores que recogía del suelo para dártelas,
de las noches de verano en que, a distancia, siempre estábamos juntos,
de ser la primera persona a la que amé,
de las cenas con tu familia a la luz de la luna,
de nuestros tantos chistes malos,
de aquella vez en la que llorando te conté el miedo que tenía a vivir.
Hoy no quería acordarme de ti,
de lo inseguro que me sentía estando a tu lado,
de que, a pesar de amarme, nunca podrías ir en contra de lo que eras,
de que hiciera lo que hiciera nunca iba a ser suficiente,
de que mis canciones favoritas de amor a vos no te llegaban,
de esa tarde en que un beso de despedía marcaba un final,
de que lo único que nos unía era vernos las mismas heridas,
de saber que cada uno amaba de manera diferente y dolía de la misma.
Hoy no quería acordarme de ti.
De saber que estás a un llamado de ser un presente y sepas
lo que cambió mi vida desde que te fuiste:
los libros nuevos que estúpidamente sigo marcando para vos,
los regalos guardados en una cajita debajo de la cama,
que sigue tu nombre con fibrón lila en la puerta de mi cuarto
y de las tantas anécdotas que guardo por si en algún momento te cruzo en un café.
Hoy no quería acordarme de ti,
pero, cerrando los ojos, te vi.
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