Hoy me desperté abrumada

Hoy me desperté abrumada
Perdida, confundida.
Anhelaba que fueses como ese rocío que a veces refresca las plantas,
como un alivio,
un bálsamo,
una curita en medio de tanto.

Pero amor mío, hoy te sentí tan lejos,
y las dudas vinieron a visitarme.
Me sentí carente de respuestas,
vacía.

Me pregunté, una vez más,
¿Seré lo suficientemente fuerte?
¿Podré ofrecerte lo que soy?
¿Soportaré más días lejos de tu ausencia?

Hoy quise reclamarle a esa Vidalina que soy,
pero me sentí con las manos vacías,
y sin nada que dar.

Y sin embargo,
en medio de este hueco que se abre en el pecho,
algo muy suave
—casi imperceptible—
me recordó que sigo aquí.

Respirando.

Quizá no tengo certezas,
quizá el amor se me escurre entre los dedos,
pero hay una llama,
una chispa minúscula,
que aún arde en silencio.

Me dije despacito:
No tienes que tener todas las respuestas.
No hoy,
No ahora.

Está bien no saber.
Está bien temblar.
Está bien sentarse a llorar con las manos vacías
y aún así reconocerse digna.

Porque aunque a veces olvide,
yo soy vida
soy tierra fértil,
aunque me sienta árida.
Soy raíz,
aunque me tiemble el tallo.

Y quizás…
no necesito ser tu alivio,
ni que tú seas el mío.

Quizás el alivio es este momento:
este susurro interno que me abraza sin pedir explicaciones,
esta ternura que me nace
cuando me miro, aunque duela,
y me reconozco humana,
frágil,
pero viva.