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Horizontes vertebrados

Candela

Jul 12, 2025

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Horizontes vertebrados
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Hace no tanto, escuché a un escritor decir que añoraba tanto vivir en un tiempo pasado que no conoció, que en ocasiones, cuando estaban dadas las condiciones, fingía que habitaba esas épocas. Contaba cómo se ubicaba en un banquito a solas a imaginar que transcurría el año 1940. La identidad de dicho escritor es irrelevante, es una carta que debe ser guardada hasta la ocasión de su muerte. Es la tarea de los lectores ajenos a los grandes círculos literarios, debemos explotar la anécdota cuando un nombre esté en boca de todos, hay que cajonearla cautelosamente hasta la ocasión dada, para tener algo por decir y llenar de barullo la jornada de memoria del gran escritor, mas grande ahora. En ese momento me preguntarán: ¿en serio cenaste con él? Sí, voy a decir, comimos pizza. Llegada la ocasión, voy a sentir nostalgia de mi juventud, de los tiempos borboteantes de esperanza, de cuando las oportunidades significaban algo, las puertas no paraban de abrirse.

Como es síntoma de lectores —no sólo de escritores, porque aquel que no se atrevió a llenar una hoja de letras, mas disfruta de devorarlas, también padece de este mal—, hoy añoro años, vidas y personas que no viví. Por la tarde me encontraba leyendo Julio Cortázar y Cris de Cristina Peri Rossi, obra en la que explora, recorriendo los géneros espistolares, el ensayo, la crónica e incluso la poesía, su relación con Julio Cortázar.

Acudí a su lectura para preparar un taller literario sobre poesía y amistad, por vicio y para armarme de unos pesos en este invierno desesperanzado — es lo que buscamos en el pasado—. Me encontré, en principio, con un mundo que no envidiaba; no he sido de aquellas que fantasean haber vivido en una época donde mi palabra no hubiese tenido valor, mi vida se habría dispuesto a tareas del hogar y se me hubiese relegado al analfabetismo. Porque yo nací en el medio del campo, no en Buenos Aires, París, Montevideo o Barcelona. Me proclamé repetidas veces, hasta hoy, como una militante del presente, creo haber nacido en la época que me corresponde. Por esto, me dio una extraña vergüenza ajena la sentencia del escritor, me sentí incómoda.

Como ocurre con Julio Cortázar, no era conocedora de su obra, lo admiraba porque correspondía admirar, porque es el lugar lógico de ocupar; como mujer, como estudiante, como la cajera de una cafetería. Cuando lo oí proclamar orgulloso su ingenuidad, me vi rodeada de cuatro varones, me inquietaron las intenciones transaccionales de todo el intercambio, la pizza no tenía el sabor que esperaba y yo era la única vestida con mi uniforme de trabajo después de una jornada de diez horas cuando todos a mi alrededor estaban vestidos de civiles. Añoré a Candela de hacía 3 horas, cuando aún había una puerta abriéndose, cuando me quejaba de la poca anticipación con la que me avisaron que tendría ocasión de conocerlo y no había llegado a bañarme.

Una vez que el escritor se retiró a su hotel y pudimos bajarnos del escenario, el primer comentario que recibí fue —me permito parafrasear— "debés estar contenta, tus compañeros van a ver la foto". Me consta que fue dicho con la mejor de las voluntades, porque como soy mujer, la cajera de una cafetería y estudiante, mis metas constan de cenar con gente reconocida y después habitar las conversaciones casuales de mis compañeras en el patio de Humanidades y Artes, en las que comentarán: "¿viste quién fue a Gatoeterno?", "Sí, no fui porque cobraban entrada"; debía sentirme realizada de la oportunidad que me habilitaron.

Con Julio y Cris conocí otros tiempos, y luego de unos dos meses entendí por qué un escritorcito de nuestros días se sentaba en un banquito de la costa a pretender que era otro año. Me pregunté cómo vamos a relatar nuestros días, si no escribimos cartas, no nos reunimos en cafeterías, no compramos cajas de libros para subvencionar revoluciones. Recuperando a Peri Rossi, Julio Cortázar falleció sin saber en qué devino su querida revolución nicaragüense, y ella se alegró por él, porque no la vio desquebrajarse ni se vio en la desdicha de añorar los días en los que hubo esperanza de que un grupo de humano aprenda la lección y repita sus errores.

Los sistomas nostálgicos que para Peri Rossi promueven la poesía, a literatura y a los amores, hoy habitan mi casa. Con gentes, duelos y países que no viví. Añoro los años donde teníamos esperanza que los tiempos de crueldad habían terminado, en los que las calles eran nuestras, en los que la certeza de memoria era la columna vertebral de la comunidad.

Me invitó a sentarme en una plaza a fingir que era el año 2017, porque creo haber conocido el futuro, y creo que al cronopio Julio Cortázar —me permito jactarme de haberme hecho su amiga— le habría gustado el futuro que tuvimos en nuestras manos. Las calles del orgullo, del reclamo de las mujeres, de las revistas rosas online, y quizás, el de los correos electrónicos.

Me permito sospechar que los newsletters podrían perdurar como el registro epistolar que se edite una vez los autores fallezcan, que es cuando importan. Sin embargo, carecen de la intimidad que habitaba la correspondencia del siglo pasado. Peri Rossi se negó a hacer pública la suya con Julio Cortazar, le regala a todos sus lectores pequeños fragmentos en tono de anécdota, sin dejar de velar por lo privado. Se jacta de no poseerlas todas, advierte que podrían trascender algunas debido a robos y la pérdida en mudanzas que caracteriza a los exiliados.

Me pregunto si los tiempos que vivimos guardarán alguna esperanza, alguna ilusión, si podremos extrañar las posibilidades del hoy, o si lo recordaremos como una época lúgubre.

Concluyo que la ingenuidad fue mía, de creer que por no añorar la esperanza del pasado estaba en ventaja, por mi falta de certeza de que existieron horizontes vertebrados.

Candela

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