Historias que son historias

Ayer fue el primer día que paseamos por Tokio bajo la luz del día y aproveché para almorzar en un parque. Luchando con los hashi recordé el primer contacto que tuve con la cultura nipona, hace más de 15 años, cuando la revista Caras llegó a la casa de mi abuela Teresa con un conjunto enorme de utensilios y vajillas de cocina japonesa y automáticamente hicimos una pijamada para cocinar arroz blanco y comer con los palitos.

Reflexioné sobre lo afectivo de la comida, de cómo sin importar cuántas calorías o de qué tan buena calidad sea ese ramen dudoso que compre en un 7-eleven, nos puede llevar a momentos muy lindos. La memoria está vinculada al sabor, uno de esos tantos sentidos humanos que creo sean indudablemente más que cinco. Qué rico es el sabor afectivo y cuánto cuidado requiere.

También mientras almorzaba, tocaba la guitarra y un instrumento con la boca parecido a una armónica un señor. Sonaba una música muy japonesa, tranquila. Había mucha gente a mi alrededor en varios banquitos pero, sin embargo, nadie hacía ruido. Nada como un gran tiempo para pensar.

Después fui caminando despacio a encontrar Flor, mi amiga, y mientras recorría me vi imaginando posibilidades emocionales, sentimentales, que hacía ya un par de años que no era capaz de ni siquiera concebir. Pensé que así como los vínculos y el afecto, las ideas también llevan tiempo.

Resulta increíble como recién pasado el día número 40 del viaje empiezan a surgir las palabras. Puedo empezar a reflexionar más profundamente sobre distintas cosas y escribir algo un poco más consistente. Esto me hizo acordar a uno de los libros que estuve leyendo en algún aeropuerto o en uno de los vuelos. Hablaba sobre como las historias son historias solo después que suceden, que mientras están sucediendo son otra cosa.

Tal vez por eso me costó tanto escribir hasta acá.

Recién hoy puedo decir que una parte del viaje es historia y así poder contarla. Y porque esa parte ya es historia puedo también pensarla, sentirla y recordarla. También puedo pensar en que todavía queda muchísimo más de esa otra cosa que aún no se puede decir, y que el futuro será maravilloso justamente porque es quien me va permitir contarlo.