Se estremece con pasión.
Sentir orgullo o sentir rabia por un partido de fútbol que han jugado unos señores muy bien pagados contra otros señores muy bien pagados, es bastante estúpido. Desde el sofá o desde la barra del bar nada se aporta para bien ni para mal al resultado final.
Divertirse con el juego es una cosa, ofuscarse, exaltarse, excederse en uno u otro sentido, es una torpeza enorme.
Comentaba Pepe Rubianes que decir, desde el sofá, "hemos ganado" cuando un equipo concreto se impone a otro, es como decir: "he follado" tras ver una película porno.
Pero sucede lo de sentirse vencedor o perdedor sin haber participado; y no se queda en sentimiento leve de complacencia o decepción; es una euforia o disgusto a unos niveles que no se alcanzan en casi ninguna otra situación en la vida. Solo la muerte de un ser muy querido lleva a similares estados. Y ni siquiera el nacimiento de un hijo provoca tal euforia.
Y se llenan los estadios y da igual la calidad del espectáculo; solo importa el resultado.
Seguramente hay muchas cosas igual de descabelladas, pero pocas tan aceptadas y normalizadas. Esa identificación extrema con un equipo, con sus colores y su historia, convierte el fútbol en un sucedáneo de la religión, con su liturgia, su dogma y su fervor ciego. Se siente como una batalla, una causa, una extensión de la identidad propia. La euforia y la rabia no responden solo al partido en sí, sino a lo que ese equipo representa en la mente del aficionado.
Lo curioso es cómo una actividad que en esencia es lúdica se convierte en un asunto de vida o muerte para algunos. Se pueden entender la emoción y la diversión, pero la desmesura, la ira, la violencia incluso, delata algo más profundo: la necesidad de pertenecer, de encontrar un sentido a través de una bandera, aunque sea la de un club de fútbol.
Y lo más absurdo es que, a fin de cuentas, a los jugadores les da igual. Ganan, pierden, cambian de equipo según quién pague más. Mientras, la gente en la grada o en la barra del bar se juega la salud emocional, y a veces la física, en una guerra que ni siquiera les pertenece.
Es difícil comprender.
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