Siempre fui alguien sin ningún rumbo,
sin hogar al cual aferrarse.
Mis manos eran ásperas por la batalla,
pero luego se volvieron suaves al tacto como una pluma por la falta de contacto.
Tantos abrazos sin recibir.
Me acostumbré a tener que dar para recibir.
Nací creyendo que debía ofrecer para ser amada.
Creía que no podía haber luz sin oscuridad.
Solía decir que cada persona merecía un poco de mí sin importar el daño.
Mi espacio quedó vacío.
Aquel que creí que era mi hogar,
jamás lo fue.
Las personas que tanto creí importantes,
no lo fui para ellos.
Creí que podía quedar una huella mía en cada corazón que ayudé,
pero resulta que nada es suficiente.
Doy tanto que siento que no doy nada.
Creo que quizás soy una persona cuyo don es ayudar en momentos necesarios,
pero no aquella que quieras tener para el resto de la vida.
Soy efímera porque me voy tan rápido que mi nombre son solo palabras que se van con el viento.
Mi llanto es una gota que cae al piso y alimenta el árbol de los olvidados.
Soy una persona de la que nadie se acordará.
Soy fácil de olvidar.
Soy un fantasma en cada espacio por el que pasé.
No importa cuanto me esfuerce,
siempre voy a ser nada para los que lo son todo.
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