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HEBREOS 10:26-27 : 진리를 알게 된 후에 우리가 자발적으로 죄를 지으면, 더 이상 죄에 대한 희생이 아니라, 심판에 대한 끔찍한 기대와 적들을 집어삼킬 불태움에 대한 두려움이 있습니다.

Nov 14, 2025

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HEBREOS 10:26-27 : 진리를 알게 된 후에 우리가 자발적으로 죄를 지으면, 더 이상 죄에 대한 희생이 아니라, 심판에 대한 끔찍한 기대와 적들을 집어삼킬 불태움에 대한 두려움이 있습니다.
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HEBREOS 10:26-27 : 진리를 알게 된 후에 우리가 자발적으로 죄를 지으면, 더 이상 죄에 대한 희생이 아니라, 심판에 대한 끔찍한 기대와 적들을 집어삼킬 불태움에 대한 두려움이 있습니다 [ DECEMBER 2002, 03:19 AM ] ⓘ @원빈: PREFACIO — 서울특별시 SEOUL, SOUTH KOREA.



(...) La Virgen María llora a través de Ella. Gritos desgarradores se estrellan contra los vitrales, quebrados por el peso insoportable del dolor que se retuerce en su vientre.

— Dios te salve María, llena eres de gracia... —Respira entrecortado, soltando un alarido apenas humano. Y reza, pone su Fe en la Santa Madre.

La muerte, impaciente e implacable, comienza a escurrirse entre sus piernas. Su sexo desgarrado por el tortuoso esfuerzo de parir. Es un río oscuro, tibio, que se abre paso con brutal lentitud, tiñendo el camisón gastado, arrastrándose hasta la alfombra ostentosa que cubre los escalones sagrados de la arquidiócesis de Seúl. Las fibras beben la sangre con devoción, como un sacrificio ofrecido a Él, Dios; el que todo lo ve y NO castiga.

—Santa María, Madre de Dios, ¡ruega por nosotros!

Afuera, la lluvia estruendosa resguarda con fidelidad perversa el fatídico parto.

Bajo sus uñas rotas se acumula el crúor. Su cuerpo fustigado se arquea bajo la presión de la última contracción, los músculos tensos como cuerdas a punto de romperse, y entonces, como si el universo se fracturara, un llanto diminuto atraviesa la santa iglesia.

Un lloriqueo melódico.
Un canto angelical e inocente.

El bebé, un varón, cae sobre la alfombra empapada: un bulto tibio y frágil envuelto en fluidos loquios y vapores. Ella lo mira con el corazón latiendo a trompicones, intentando enfocar el esbozo de vida.

Busca atraparlo entre sus lánguidos brazos y cuando al fin lo alcanza se aferra a él como si fuera el último milagro de su vida agonizante. Es tan ligero, tan caliente, tan vulnerable. Jadeando agotada la mujer lo levanta hacia su seno, guiada por un impulso primitivo que supera cualquier razón o miedo, un instinto que hunde sus raíces en un amor más antiguo que el lenguaje: la maternidad.

El bebé, ciego aún, encuentra con desesperación el montículo lleno de leche. Sus labios rozan la piel febril, y ese contacto, dulce y libre de pecado, provoca en ella una convulsión emocional que la atraviesa entera. Cuando empieza a succionar, la sensación la desarma. No es solo la punzada física, sino la certeza de que su cuerpo, descarnado y exhausto, todavía tiene algo que ofrecer. El sonido húmedo, sutil, rítmico, acompaña el silencio repentino de la iglesia. Cada tirón de la boca diminuta parece anclarla un segundo más al mundo, pero también le recuerda cruelmente que su tiempo se acaba, que el calor que siente ahora entre los brazos no podrá sostenerlo por mucho.

— TaeHa...

Las lágrimas que recorren su rostro no tienen fuerza, apenas trazan líneas tenues sobre su piel pálida. Acaricia la nuca del bebé con los dedos entumecidos, saboreando la textura suave de esas pelucitas que tiene por cabello, tratando de memorizarlo todo: el peso en sus brazos, el ritmo de su respiración, el calor de su mejilla rechoncha contra su pecho. Quiere quedarse en ese instante, quiere creer que la vida puede contener toda la esperanza del mundo en un cuerpo tan pequeño.

— TaeHa...

El bebé, saciado por un momento, se acomoda mejor entre sus brazos y suspira, un sonido tan puro, tan ajeno al horror, que la mujer siente un alivio físico, casi espiritual, recorrerle el cuerpo.

Por un instante —breve, diáfano, devastador— la catedral deja de ser una tumba. Se transforma en un santuario íntimo donde solo existen ella y su hijo, unidos por un hilo de vida que resiste contra lo inevitable. Pero ese momento, como todos los milagros, tiene fecha de caducidad.

— TaeHa.

La fuerza comienza a abandonarla de manera definitiva: primero en los dedos, que ya no pueden sostenerlo con la misma firmeza; luego en los brazos, que se sienten huecos; finalmente en el pecho, donde el dolor cede lugar a una extraña ligereza. Siente cómo la oscuridad avanza desde los bordes de su visión, suave, seductora, definitiva. Aun así, no lo suelta, no cede. Ni cuando su mente se bifurca entre la vida y la muerte. Ni cuando su respiración se detiene. Lo sostiene hasta el último latido, aferrada al único amor que no le fue arrebatado.

— ¡TaeHa!

gato callejero

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