He aquí.
Sep 25, 2024
...
Crimen en la biblioteca.
Ya en el primer momento en que desde la editorial le habían propuesto aquel lugar para la presentación en sociedad de su tercer libro, D. Nadie, supo que algo había de salir mal.
Muchas veces sus pasos anduvieron perdidos por aquellos pasillos sombríos. Poca luz, siempre lo pensó, para una biblioteca.
Las estanterías de madera vieja, el suelo de parqué gastado, las pinturas de paisajes tormentosos enmarcadas como para un palacio... todo en aquel lugar era como un escenario preparado para un guión siniestro, para algo tétrico, para lo no deseado.
Pero D. Nadie, a pesar de todo eso, disfrutaba de la angustia de aquellos trasiegos entre las historias.
Su trabajo, escritor sin lectores, le parecía la mejor ocupación del mundo. Imaginar vidas, componer situaciones, construir diálogos... Para documentarse, y era muchas veces necesario, acudía siempre a aquel laberinto silencioso y casi deshabitado.
No todas las bibliotecas son tan especiales, aunque todas son un milagro.
Se perdía durante horas y más de una vez se quedó encerrado cuando algún bibliotecario no estuvo al tanto. Nunca tuvo que pasar la noche en ese lugar, eso hubiera sido, se temía, demasiado, pero verse allí, sabiéndose solo, supuso siempre unos instantes de desasosiego.
Conocía a muchos de los habitantes de aquellos volúmenes en formación, y muchos le eran simpáticos, pero ¿y los dementes, los violentos, los desquiciados?
En aquellas maderas había, entre los héroes y los pusilánimes, muchos malvados.
No, jamás se hubiera atrevido a la experiencia de una noche entre tantos renglones. ¡Tantos!
D. Nadie tenía libros en su casa. Le encantaba tenerlos, pero no los dejaba en cualquier lado. La habitación de las palabras era un lugar especial, único; no apto para visitas, y, ni siquiera él pasaba por allí demasiado.
Aquel cuarto no tenía ventanas y siempre estaba cerrado con llave.
Cuando necesitaba algo, o quería añadir algún amigo a los amigos que ya estaban, D. Nadie se armaba de valor y esperaba a que fuera el medio día para que crujieran los cerrojos.
El interruptor de la luz estaba afuera, como en los cuartos de baño, para no tener que enfrentar ni por un segundo la oscuridad de aquel espacio.
Por unos momentos, invadía aquel lugar. Descalzo, en silencio, con devoción de beato. Hacía muy despacio y volvía a cerrar ese sagrario. A cal y canto.
D. Nadie, era un tipo extraño, pero ¿quién no lo es?
...
Y sus temores nuevos, (los habituales no le hacían tanto daño), fueron creciendo a medida que los días iban dejando de ser posibilidades y amanecían y daban paso a los siguientes.
Y el que había de llegar, llegó...
Crimen en la biblioteca (II).
Amaneció gris, nada extraño para las fechas otoñales que eran, y, aunque D. Nadie gustaba de ese oraje, le pareció en esa ocasión un mal augurio de lo que se avecinaba.
El sueño de la noche había sido agitado y escaso el descanso; madrugó más de lo preciso.
Las horas eran un trasiego extraño. Largas y cortas en una contradicción inexplicable.
Con tiempo lo preparó todo y llegó al lugar antes de lo necesario.
Allí todo fue amable y diligente. En lugares así suele ser exquisito el trato.
Al acercarse ya el momento, el temor no lo había abandonado, muy al contrario, crecía la desazón, el nerviosismo, la zozobra.
Sucedería algo malo. Lo tenía claro.
Fueron apareciendo amistades y gentes conocidas. Saludos, sonrisas, parabienes, halagos...
Y todo eso no consiguió calmar su ánimo.
Pasará, se decía, y no tenía modo de evitarlo.
Entre el amable bullicio, D. Nadie, intentaba escapar de todo el tinglado. Algo imposible.
La hora.
Sentado frente a tantas miradas se sintió juzgado.
Y soy culpable, se dijo. Y nadie está a salvo.
Se hizo el silencio.
Palabras de presentación. Agradables frases ruborizantes.
Todo iba como se había planeado.
Pero algo no estaba bien. Algo presionaba su pecho. Angustiaba su alma.
D. Nadie tuvo que hablar. Hablar de su libro. Algo dijo, dijo algo, y, entonces se percató.
Lo que sus temores habían predicho:
Sí, comprendió, habiendo reunido a tanta buena gente, tantos buenos amigos, es un crimen, un crimen de mucho delito que alli no hubiera ni un cacahuete pelado, ni un humilde pincho de tortilla, ni una cerveza, ni un modesto vino.
Vale.
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