Hay una poesía que me pide que la escriba, se desliza por los ventanales como esta lluvia, intensa, asfixiante.
Una poesía que me ahoga y me tapa, que inunda cada intersticio de mi consciente, pero no la escucho porque estoy herida.
Tengo el corazón abierto, fragmentado en mil pedazos. El alma es un gorrión apichonado entre las patas de una madre invisible en un nido arrasado por el huracán del miedo.
Hay una poesía que me pide que la escriba, que me grita: “No hay nada más hermoso que escribir cuando llueve”.
Y es cierto, pero no puedo.
Tengo las manos ajadas de tanta soledad, de tanto invierno. Las palabras son susurros inaudibles, la voz es un eco lejano, resuena como en un frasco de mermelada vacío, una voz ahogada.
Hay una poesía que me pide que la escriba, pero no quiero. No quiero pensar en ella. Ahora, preferiría abrazarla, escuchar su voz de colibrí, pedirle perdón por tanta ausencia.
Hay una poesía que me pide que la escriba, pero me niego. Entonces, el bolígrafo danza irreverente sobre la hoja. No da tregua, no pide permiso… y escribo.
Quizás por débil, quizás por cobarde, quizás por amor.
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